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Cuando se cruzaron Mourinho y el Depor

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El asesino siempre vuelve al lugar del crimen, dicen. Hoy Mourinho vuelve a Riazor, donde murieron por su mano las mejores ilusiones del Depor. Fue en las semifinales de la Champions 2004: en la ida, 0-0, bueno para el Depor, pero con expulsión absurda de su buen central Andrade, por una patadita en broma, casi cariñosa, a Deco, que estaba fingiendo: "¡He is my friend, he is my friend!", protestaba al árbitro. Pero no hubo forma. Andrade (ex del Oporto, de ahí su amistad con Deco) no jugó el partido de vuelta. Su reemplazante, César, hizo el penalti que costó el 0-1. El Oporto ganaría luego la final, al Mónaco.

Desde entonces, las cosas le han ido a Mourinho a mejor y al Depor a peor. Mourinho, con aquel título de Europa (que venía a unir al de la UEFA del año anterior), alcanzó un prestigio que luego ha sabido mantener y acrecentar en la Premier, en el Calcio y ahora en el Madrid, hasta ser considerado casi unánimemente el mejor entrenador del mundo. Y es Balón de Oro como tal. El Depor ha ido a menos. Su presencia en la Champions, sus victorias en los mejores campos de Europa o las remontadas míticas que nunca olvidaremos, van quedando lejos. Ahora nada en aguas turbulentas, con miedo al descenso.

Así como el Depor le quitó al Madrid la felicidad el día de su centenario, Mourinho le señaló con frialdad al club coruñés la línea de la que no le estaba permitido pasar. La antigua devoción de la mayoría de los deportivistas por el Madrid (fruto de la imponente figura de Amancio y de la frecuente presencia de los blancos en el Teresa Herrera) es cosa de otro tiempo. La del Depor es una más de las amistades que el Madrid ha perdido en los últimos años, por unas razones o por otras. El partido de esta noche será apasionante por eso. Los tiempos de bonanza están lejos. El pasado reciente está cargado de rivalidad.