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Sucedió en Turquía

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España entregó su cetro de campeón del mundo a algo menos de 9000 kilómetros de donde lo conquistó en un hito histórico para el deporte español. En Saitama, el 3 de septiembre de 2006, España asombró al mundo con una exhibición defensiva (47-70) que licuó a Grecia, que a su vez había aplanado a Estados Unidos, el ogro de las cavernas de los cruces. El 8 de septiembre de 2010 un triple de Teodosic dejó a España fuera de las medallas y ya virtualmente sin un trono en el que se sentó Estados Unidos el domingo 13 de septiembre. Casi 1500 días después, España pasó del Olimpo al purgatorio con un futuro vibrante pero no sabemos si brillante: Londres 2012 como gran reto con el Eurobasket 2011 de Lituania como peaje esencial. Y más allá, a otros casi 1500 días, a más de 35000 horas vista, su Mundial: España 2014.

Derrota o decepción son palabras recurrentes y obvias que describen en un sentido grueso lo que ha sido el Mundial 2014 para la selección española. Y son moneda de cambio fácil para evitar la que se ha convertido en una suerte de tabú abominable en el mundo del deporte: fracaso. Un término que se atraganta en el gaznate (o en la punta de los dedos) porque se le adjudican oscuras conspiraciones, arteras venganzas o ventajismos poco caballerosos. Y sin embargo no encuentro mejor forma para expresar mi opinión sobre el paso de España por Turquía 2010: fracaso.

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Primera acepción de fracaso en el RAE: malogro, resultado adverso de una empresa o negocio.

A priori, encaja como guante con la realidad de un equipo que soñaba (de forma legítima) con repetir oro y ha terminado en sexto lugar. Sexto: a eones de lo que perfilaba cualquier previsión en el propio entorno de la selección, en los medios o en la calle. España ha jugado nueve partidos y ha perdido cuatro. Tres de sus cinco victorias han sido ante Nueva Zelanda, Canadá y Líbano. Ha jugado seis partidos contra rivales de entidad y sólo ha ganado a Grecia y Eslovenia. No pudo con Serbia en la hora de la verdad, no pudo con Argentina en la hora del dolor y no pudo con Francia o Lituania en una fase de grupos en la que casi todos los análisis se hacían de perfil y en la que parecía más importante señalar que escuchar al que dudaba. La Francia que derrotó a España haría un gran equipo con sus bajas (Parker, Noah, Mickael Pietrus, Seraphin, Beaubois, Diot, Vaty, Turiaf…). La Lituania que entró de lleno en el campeonato tras remontar a una calamitosa España 18 puntos en un cuarto y medio se ha llevado el bronce con un mérito descomunal pero sigue siendo un equipo al que en las actuales circunstancias España tendría que haber ganado. Finalmente su Mundial, a priori una transición hacia s

Eurobasket, ha sido magnífico por orgullo, competitividad, conceptos de juego y una bien aliñada mezcla del talento y liderazgo de Kleiza con la eclosión quizá definitiva de quienes le han de acompañar en el relevo generacional: Kalnietis, Pocius, Seibutis… Atributos todos que le han faltado a España, sexta sin sensación de que la clasificación haya sido injusta. Los cinco equipos que le preceden han sido mejores en el campeonato.

Con malos resultados y juego discontinuo y tozudo en la perpetuación de algunos errores capitales, sin el despegue en los cruces que limpió el aire y cambió el destino en el Eurobasket de Polonia, sin (y cito por primera un nombre capital para entender todo esto) Pau Gasol, España ha fracasado y conviene normalizar la reflexión desde la derrota (es deporte: sucede) porque sólo a partir de un análisis realista y consecuente se sentarán las bases necesarias para recuperar el terreno que se ha perdido (luego se podrá hacer o no: es deporte). Quizá haya que acostumbrarse a decirlo (fracaso, fracaso, fracaso, fracaso…) para que después sea igual de lógico y natural pero mucho más feliz expresarse en la dirección contraria (éxito, éxito, éxito, éxito). Quizá haya que dejar de criticar a quien critica y recuperar la autocrítica constructiva como filosofía de raíz. Quienes han criticado (con criterio, se sobreentiende) en este campeonato y quienes perfilaban dudas antes de él, son tan seguidores de esta selección como el que más. Analizar los errores que se han cometido no es volver la espalda a la selección, señalar sus defectos no es faltar al respeto a este grupo de jugadores que tanto nos ha dado. Estar a las duras y a las maduras no es, creo, caer en la complacencia, en la adulación artificial, en la prepotencia o en un cortesano culto a la personalidad (individual o colectiva) que ve conspiraciones palaciegas donde sólo hay análisis (acertados o no) discordantes.

A partir de ahí se deberían permitir con relajo y trabajo debates y opiniones en torno a la realidad actual (ahora: septiembre de 2010) de esta selección española de baloncesto que ha firmado un ciclo histórico y absolutamente trascendental en la historia del baloncesto español (dos oros y dos platas en cuatro años) a partir de la maravillosa generación de 1980, aquellos juniors de oro que cuentan con bastantes de los (ya) más grandes jugadores de nuestra historia, algunos en los puestos de honor del deporte español de siempre y en el sentido más amplio: Pau Gasol, Juan Carlos Navarro…

Problemas y errores en la base

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Sin intención de escribir desde el ventajismo, creo que resulta evidente que hay aristas que escapan de la trayectoria ideal y que convergen en un lugar oscuro donde los accidentes pasan a convertirse en síntomas. Sergio Scariolo opera desde Rusia con el consiguiente problema para actuar como aglutinador y para mantener fluidos los conductos de comunicación con todos los estamentos del baloncesto español, desde los despachos a la pista (jugadores y también sus entrenadores). Las giras de preparación han adquirido un tono demasiado festivo, sin apenas partidos a domicilio. Lo que encierra una buena idea por comodidad en el trabajo y enganche con la afición ha derivado hacia partidos amables en los que España (porque se gusta y quiere gustar) entra en una dinámica globetrotter: arbitrajes alegres, rivales dóciles y mucho showtime en cuanto el partido se rompe. Se necesita equilibrio, más partidos ásperos en ambientes hostiles y con capacidad para recrear hipotéticos escenarios de competición. Conviene recordar que Lituania arrolló a España en el único amistoso a domicilio de la preparación para el Eurobasket 2009 y que Eslovenia le hizo sudar en la única salida de este verano. Y conviene recordar que España jugó dos veces con Lituania en la fase de preparación: ganó por 21 y 19 puntos anotando 97 y 94, respectivamente. En Turquía en la fase de grupos, 73 puntos y derrota. El anfitrión, por cierto, ha sido plata tras una preparación en la que le ganaron Serbia (dos veces), Lituania, Croacia, Alemania y Argentina.

Los problemas físicos han existido: la espalda de Navarro, el cuello de Felipe, las lesiones que dejaron muy justo a Llull y que descartaron a Calderón. La baja del base extremeño es desde luego trascendental pero será mejor no acunarse en la melancolía por los que no estaban tras un campeonato plagado de ausencias y deserciones ilustres y en el que pocos equipos han jugado con su roster ideal. El asunto de Calderón admite además un análisis aún más peliagudo porque sus problemas musculares suponen un lastre ante el que tiene que adoptar una postura verdaderamente frontal. No sólo le han dejado fuera de las dos últimas citas de la selección, también han cortado su ritmo NBA hasta poner en solfa su cotización. En los amistosos vimos a un Calderón justo de piernas -una incomodidad en ataque, un lastre muy evidente en defensa-. Con todo, Calderón era instrumental en la vertebración del equipo.

La ausencia de Pau Gasol adquiere una dimensión solar, absolutamente trascendente. Su significado fuera y sobre todo dentro de la pista se explica a través de su extraordinaria categoría como jugador de baloncesto pero también a partir de un hecho cuya negación ha sido renuente: ni la selección 2010 es la selección 2006 ni Pau Gasol 2010 es Pau Gasol 2006. Me explico: aquel equipo llegó mucho más cartografiado en cuanto a profundidad, roles, momentos de forma y química de grupo. Para el recuerdo queda su inercia ganadora en la final sin un Pau que por su parte es mucho más que hace cuatro años. Desde entonces ha adquirido el cuajo definitivo, madurez y hábito de liderazgo, rudeza competitiva. Ha jugado tres finales NBA, se ha acostumbrado a los focos y las presiones de Los Angeles Lakers, una de las principales entidades deportivas a nivel global. Ha ganado dos anillos, ha adquirido una incuestionable categoría All-Star y ha trabajado sobre sus carencias tras las finales perdidas: Eurobasket 2007, NBA 2008. Los resultados son estadísticas y sensaciones de su despliegue extraordinario en los siguientes momentos cruciales: cruces del Eurobasket 2009, finales NBA 2009 y 2010.

Un gran equipo, un momento delicado

Así que mientras se analizaba hasta la obsesión la paja en el ojo de Estados Unidos se olvidaba la viga en el propio. Mientras se fantaseaba con la revancha ante un equipo que derivaba de Redeem Team a Strange Team (y a la postre honorable y justo campeón), se dejaba a un lado a un grupo de selecciones con auténtica capacidad para amenazar a España: Serbia, Brasil, Turquia, Grecia… hasta Argentina y, ahora lo sabemos, Lituania.

Porque España es un enorme equipo de baloncesto, huelga decirlo pero no está de más recordarlo en las circunstancias actuales, que no llegó en un buen momento al Mundial. Se podría comparar, nombre por nombre, la selección actual con la de 2006 y entrar en un eterno bucle de debates. Pero el hecho es que aquel equipo llegó en un punto de cocción óptima, con viento de cola invariable y (como se celebró y repitió hasta la saciedad) una mística inquebrantable como colectivo. Los sistemas funcionaron y los roles resultaron naturalizados y optimizados. Hubo momentos en los que cada secundario fue crucial (Berni, Sergio, aquel joven Marc Gasol), estaban Pau Gasol y Carlos Jiménez (su ausencia es un abismo) y había jugadores en picos de trayectoria como mínimo igual de buenos (Navarro) y en algunos casos notablemente superiores al actual (Garbajosa, Mumbrú). Si se añaden problemas físicos y congestiones mentales entre la crisis de personalidad (Ricky) y el fantasma de un presente confuso (Rudy), el resultado es un conjunto deslumbrante de unidades que conforma un bloque notable pero en absoluto infalible.

Sería bueno comenzar a interpretar el relevo generacional como algo más que el agente extraño de un futuro al resulta saludable esquivar. El equipo actual no está ni mucho menos muerto ni acabado ni excluido de las aspiraciones máximas en las próximas citas internacionales, pero conviene normalizar primero y asfaltar después una transformación inevitable ahora que aquellos juniors de oro superan la barrera de los 30. Y digo normalizar porque lo contrario supondría el claro riesgo de morir de éxito. Hay un buen trabajo de base y hay cimientos, pero será difícil recolectar otra generación como la del 80: única, histórica. Equipos así pueden no repetirse jamás y si lo hacen difícilmente será por superposición, el próximo siguiendo sin pausa al anterior. Por eso tiene tanto valor lo sucedido en el último lustro y por eso habrá que esperar buenos resultados de la selección pero seguramente no un idilio permanente con las semifinales y la lucha por las medallas. En cualquier caso sería de necios devaluar antes de tiempo a un equipo al que le queda recorrido y en el que el futuro no parece de saldo con los 25 años de Rudy y Marc, los 19 de Ricky, los 22 de Llull, los 21 de Cláver Y hablo sólo de los presentes en Turquía pero no olvido a algunos cortados a última hora, al buen vivero que suponen las categorías inferiores de la selección ni a algunos recursos exóticos al alcance del equipo que bien haría la Federación en tantear cuanto antes (y mientras escribo pienso en Ibaka).

Finalmente España defraudó y cometió errores con clamor y tozudez, casi todos analizados en el día a día del campeonato: lagunas defensivas imperdonables, ciclotimia anímica, poca contundencia reboteadora, sistemas de ataque no bien interpretados o utilizados… Dejó de ser inusual ver una España que se desangraba concediendo rebotes de ataque, tiros fáciles tras jugadas de pick and roll básicas u oportunidades de reinserción con desequilibrios entre la primera y la segunda unidad en unas rotaciones gestionadas de forma muy discutible. Y que se disparaba el pie con ataques vagos y resoluciones pendientes de la calidad individual, sin hervor definitivo en el juego colectivo y sin hacer pasar el balón todo lo necesario por el poste bajo. Para el epitafio queda las dudas de Marc a la hora de ser referente en los momentos decisivos, la infrautilización de San Emeterio y sobre todo Fran Vázquez, la ausencia de puntos desde el puesto de base y el muy mal campeonato de un Ricky confundido y descafeinado (pero ni mucho menos el nuevo anticristo en el que algunos le quieren convertir), las carencias físicas de Garbajosa o la situación de Claver, un expediente X en los dos últimos campeonatos. Tan cierto es que no termina de dar el salto definitivo de calidad competitiva como que sigue entrando en el roster para no ser usado ni siquiera cuando todo lo demás entra en congestión… Y así, de factor en factor y de partido en partido, España terminó el Mundial sin poder agarrarse a actuaciones corales y constantes, a rachas prolongadas en su mejor nivel. Sin más lustre que su cuajo final ante Grecia y su resistente orgullo de campeón ante una Serbia dolorosamente superior por conceptos colectivos y en duelos demasiados duelos individuales. Quedan dudas y ha comenzado la cuenta atrás: sólo los finalistas del próximo Eurobasket tendrán plaza asegurada en Londres 2012 sin pasar por un preolímpico que se presume brutal. Hay que abrir las ventanas, oxigenar el ambiente, reflexionar, cambiar o al menos matizar ciertas estrategias y en el menor margen de tiempo posible sentarse a hablar con Pau Gasol.

Y no, yo no hubiera hecho personal en el último ataque de Serbia. Y sí, yo hubiera planteado de otra manera los últimos tres segundos de partido. Pero me parece una cuestión relativa porque creo que España perdió en cuartos porque fue peor que Serbia en los más de 39 minutos anteriores. Y porque creo que la derrota no fue un accidente puntual sino un fallo sintomático, algo que sentíamos que podía suceder. Y sucedió. Aunque lo otro, la ejecución final de la derrota, queda para la historia negra de la selección con ese toque de compleja trivialidad que hace del mundo del deporte algo a veces tan cruel y casi siempre tan maravilloso.