Símbolos de una Francia disgregada
Hoy, por primera vez en mi vida, no voy a apoyar a la selección francesa. Voy a desear incluso la derrota del equipo del país que me ha visto nacer, que me ha educado, que me ha enseñado a cantar La Marsellesa. Porque no me reconozco en esos futbolistas indignos de llevar los símbolos de mi querida república y porque siento una inmensa vergüenza por todo lo que esos señores han protagonizado. Pero no soy ingenuo a la hora de analizar las razones de tales despropósitos. Lo que ocurre en el seno de la selección no es un hecho aislado, sino el reflejo de la sociedad francesa. Las guerras y los odios que merman el equipo se parecen mucho a las oposiciones sociales, culturales y raciales que vive la Francia de hoy, donde lo que llamamos el communitarisme empieza a hacer tambalear la cohesión del país.
La palabra communitarisme designa el encerramiento de varios tipos de poblaciones en reflejos y actitudes excluyentes derivadas de su procedencia étnica y religiosa. Todo un riesgo para Francia, una nación que ha fracasado en gran parte en su intento de integrar a varias generaciones de inmigrantes y que trata ahora de salvar su laicismo, uno de los pilares de su república. Cuando los 'negros de los suburbios' de la selección francesa apartan a Gourcuff por ser un 'blanco, de familia bien y de un pueblo de la Bretaña' descubrimos a plena luz del día un ejemplo ya clásico del drama encubierto que se vive a diario en muchas partes de Francia.