No me suelo poner la camiseta española ni para ver los partidos delante de la tele con una cerveza y unos avellanas y con alguien con quien comentar, aunque no me disgusta verlo solo, para no entrar en detalles ni perdérmelos, por lo menos si los comentaristas que lo narran son profesionales, y lo son. Nunca he sido de los que dicen hemos ganado, o han perdido. Para bien y para mal, los protagonistas son ellos, y me alegro por sus triunfos porque en muchos casos son deportistas con los que tengo que convivir, y siempre es más gratificante cantar victorias que contar derrotas. Siempre, siempre, mejor una lágrima por la emoción que por el desconsuelo. Pero hay veces, y me lo tienen que permitir, que sí me pongo la camiseta, que me salto mi norma, sobre todo cuando la llevan puesta deportistas que derrochan ilusión. Por eso no me pierdo ni un minuto de las chicas de Jorge Dueñas, y me alegro de sus victorias como si fuesen mías. Es decir, ayer sí dije hemos ganado a Corea, en primera persona, y me ruboricé cuando me dí cuenta. Fue totalmente espontáneo.
He visto los primeros cinco partidos de España, y hagan lo que hagan a partir de ahora ya tienen mi reconocimiento. Me gusta como juegan, aunque haya más de un purista que pueda pulir defectos sobre un papel, o llamar la atención sobre ciertas limitaciones, o destacar cualquier error de nuestras chicas. Pues yo no. Yo me apunto a este equipo porque ha sabido transportar su juego por encima de sus limitaciones. Y, además, prefiero ver los partidos como un espectador que como un entrenador, prefiero disfrutar a sacar punta.
No tenemos una zurda en la primera línea. Y lo que sería un problema importante en la circulación del balón lo han conseguido arreglar. Y me gusta como cualquiera de las diestras cambia su posición natural y aporta goles, pases, movimiento, e intensidad. Y me encanta ver a Begoña Fernández en el juego de pivote, con una apariencia de junco, chocando con las defensas rivales y saliendo airosa no sé cómo, aunque lo sabrá ella, que para eso es gallega, con todo el conocimiento exotérico que eso conlleva.
Andrea Barnó, de haber nacido hombre y jugar al balonmano, sería un central de la Asobal por lo menos. Y Macarena Aguilar, me descubro ante ella. Y del brazo de Beatriz Fernández, o de la contundencia de Verónica Cuadrado, o de la polivalencia de Marta Mangué…Podría nombrarlas a todas, porque desde las dos porteras hasta las extremos más bisoñas, todas, me han ganado para su causa y para su juego, alegre, divertido, conjuntado, bien avenido. Sí, me gusta la Selección y ojalá llegue lejos en el Mundial, que se lo merece. De entrada, ante Corea, nos sacó una espinita que teníamos clavada los que estuvimos en el Mundial de Croacia, cuando aquella derrota nos mandó a los infiernos en el balonmano masculino, y eso que las coreanas no son una advenedizas, que tienen la medalla de bronce del anterior Mundial aún colgada de su cuello.