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Greg Oden y los renglones torcidos de Portland


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Cinco de diciembre. Más de 20.000 almas contienen la respiración en el Rose Garden de Portland durante el primer cuarto de un partido que terminará con victoria de los Blazers ante Houston Rockets. Victoria agónica y cara. Carísima. Greg Oden cayó lesionado y se perderá el resto de la temporada. La rodilla izquierda, esta vez y después de que la derecha le impidiera debutar en su primer año como ‘blazer’. ¿Otro golpe del destino contra la franquicia de Oregon, Sam Bowie en mente? En cualquier caso un varapalo enorme, salvaje, para un joven llamado a las cotas más altas y cuya carrera se está escribiendo con los renglones torcidos de las malditas lesiones.

A 7:45 para el término del primer cuarto y mientras 20.000 almas contienen la respiración, el gigante Oden se retuerce en el suelo con un lenguaje corporal que anticipa el devastador pronóstico. Brandon Roy, que después ganaría el partido (otro más) para su equipo, es el primero en darse cuenta y se lleva las manos a la cabeza. Es joven pero ya sabe que las temporadas NBA no son sino una carrera de obstáculos y que cuando el viento decide soplar en contra puede llevarse con él hasta la esperanza más sólidamente fundada. Y, caprichoso, sopla como un ciclón de desgracias en Oregon. El que era en el arranque de la temporada uno de los equipos más profundos de la liga, candidato a llegar lejos en el Oeste, se ha visto azotado por una plaga que ha alcanzado incluso a Nate McMillan, que se ha roto el tendón de Aquiles. Más grave es lo de Oden, claro, que se une a las bajas de Batum y Outlaw, que limpian la rotación en las alas prácticamente hasta la primavera.

Pero hay más que traicioneros hados en el titubeante (por juego y resultados) inicio de campaña de los Blazers. Kevin Pritchard, general manager, responde en nombre de su apuesta por Andre Miller, un excelente base pescado en el mercado de agentes libres cuya marcha lloran en Philadelphia y cuya llegada todavía no digieren en el Rose Garden. No era difícil imaginar que su ritmo de juego no era el más adecuado para McMillan y que su perfil no era el ideal para acompañara a un escolta con espíritu de playmaker como Brandon Roy, más cómodo con el balón en sus manos y creando sus propios tiros. En Portland, sorprenda en mayor o menor medida, se añora el funcionamiento que llevó al equipo a una temporada regular de 54 victorias y se sufre por la presión añadida que supuso: la necesidad de dar un nuevo paso adelante, un escalón gigantesco por el que pueden preguntar en New Orleans, sin ir más lejos.

Sin Oden, los voluntaristas dirán que no hay mal que por bien no venga, Portland se libera de buena parte de esa presión y retornará a un esquema más parecido al de sus mejores momentos de la última temporada con Przybilla trabajando duro para la primera unidad pero con, eso sí, una rotación muy ajustada y la cuestión de Miller y Roy todavía por resolver. El propio Roy comenzó a acercarse a su verdadero nivel precisamente en el triunfo de su equipo ante los Rockets, con 28 puntos en 15 tiros, canasta decisiva incluida.

Lo dicho no significa que la baja de Oden no resulte crucial o que el joven pívot no estuviera en su mejor nivel antes de la fatídica lesión con sus mejores números en puntos (11’1 por partido), rebotes (8’5), tapones (2’3), porcentaje de tiro (60%), más control de sus principales defectos (propensión a cargarse de faltas y perder balones), un buen estado físico para correr la pista y resultar más explosivo en las dos zonas y síntomas de desarrollo de un juego ofensivo sólido en el poste. Casi todo resultado de un verano en el que se machacó junto a Bill Bayno, asistente de McMillan y Brian Grant, ex blazer.

Oden necesita ahora toneladas de actitud positiva. Que es un buen tipo es algo que juran todos los que le conocen. Y lo sugiere su retirada en camilla disculpándose con sus compañeros y preocupado por el desenlace del partido ante los Rockets. Pero todo confabula en su contra: Cuando termine la temporada, habrá jugado sólo 82 de 246 posibles partidos desde que fue elegido en el primer puesto del draft de 2007 por Portland. En su temporada de rookie no llegó a debutar, y tuvo problemas físicos tanto en la pasada campaña como en su período universitario en Ohio State. Y juega en los Blazers. Sí, el equipo de infame tradición en la combinación de jugadores interiores y elevadas elecciones de draft. En el 74 eligió con el número 1 a Bill Walton, que en sus dos primeras temporadas en la franquicia tuvo lesiones de muñeca, nariz, pie y pierna. Y, claro, Sam Bowie. Número 2 del draft del 84 por delante de… Michael Jordan. La madre de todos los fiascos en la lotería: un jugador al que las lesiones nunca permitieron desarrollar su potencial por delante del escolta que reescribió la historia del baloncesto.

Pero no conviene dar cancha a los oportunistas. En ese draft de 2007 cualquier franquicia, cualquier general manager, hubiera elegido a Oden con el número 1 por delante de la otra proyección de megaestrella de aquella generación, un Kevin Durant al que todo le va como la seda en su periplo NBA. Por entonces tenía Oden 19 años y sus imponentes 2’13 unidos a una galería de méritos en sus etapas en el instituto y la universidad, a lo que se unía un informe impecable en lo referente a su carácter como persona y como deportista. Algo que parece confirmar su lenguaje corporal, más cercano al del gigante bonachón que al de un killer de las zonas.

Él, por su parte, lo ha hecho todo menos mantenerse sano. Primero con un trabajo obsesivo para recuperarse de su primera lesión de rodilla. Después con el esfuerzo máximo para convertirse en una referencia ofensiva en el poste, complemento necesario a sus indudables y espectaculares (personales al margen) facultades defensivas. Así que sí, los que no paran de hablar ahora de Durant y Sam Bowie hubieran hecho lo mismo en el verano de 2007, y más en esta NBA en la que siguen muy vivos los axiomas que rezan que “la técnica se aprende, los centímetros no” o “si quieres jugar bien ficha a un base, si quieres ganar ficha a un pívot”. Esta es de los tiempos pre Magic Johnson, claro.

Lo que Portland Trail Blazers tiene que entender ahora es que sigue contando con un diamante en bruto con el que seguir contando pero no en torno al que construir el futuro de la franquicia. Por ahora lo imaginamos más como un complemento de primer nivel a la pareja Roy-Aldridge. Y lo que Oden tiene que hacer es aislarse de la avalancha de análisis y comentarios, trabajar en silencio y con actitud positiva. Y volver. Y después de volver, rezar y asumir que llevará tiempo y suerte, mucha suerte con las lesiones, convertirse en el jugador al que muchos seguimos esperando. Y que lo tendrá crudo para ser el pívot dominante de la liga en el futuro a medida que pierde cuerpos de ventaja con respecto a Bynum, 22 años y ya una realidad mucho más estable pese a que también ha sido severamente castigado por las lesiones. Sin olvidar que Diwght Howard tiene 23 años. Un D12 al que hubieran elegido por detrás de Okafor muchos de los mismos ventajistas que ahora aseguran que la elección buena era Durant. El alero de los Thunder, aclaro para evitar malas interpretaciones, es un jugador soberbio, camino de ser una de las grandes estrellas de la liga, ya uno de sus anotadores más voraces. 



La cuestión es que, y ahí no hay vuelta atrás, Oden se ha roto y que los siete minutos que pasó en el suelo del Rose Garden retorciéndose de dolor se clavaron en el corazón de todos a los que nos gusta el baloncesto más allá de opiniones y colores. Y que esto es un golpe duro para los Blazers, un árbol enorme que sin embargo no debe ocultar el bosque. Porque en Oregon ya había problemas y sensación de no llegar a la medida prevista. Los problemas ahora son mayores y los ajustes tan necesarios o más. Parece que McMillan pierde la tecla cuanto más potencial tiene a su disposición y la realidad es que, aún sin Oden y con los flancos muy debilitados, en el Rose Garden habrá playoffs si el equipo se agrupa en torno a un orden adecuado en el asunto Andre Miller - Brandon Roy, con Przybilla otra vez en el quinteto, recibiendo y repartiendo golpes en la zona para que LaMarcus baile como una avispa por los alrededores de ella. Una zona donde se sentirá, otra vez por desgracia, la ausencia del corpachón de un gigante llamado Greg Oden al que quizá, quiere creer que sí, aún le quedan muchas páginas que escribir en la NBA.

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