Dios escribe derecho con renglones torcidos

Dios escribe derecho con renglones torcidos

Dios escribe derecho con renglones torcidos, decía Santa Teresa de Jesús. Refresco esta frase, que me enseñaban de pequeñito en el colegio y no me sabían explicar, por el desenlace del partido de anoche, que mete en la final al que ha sido el mejor de los dos equipos en los dos partidos, pero que no pudo marcar un gol en la eliminatoria hasta el agónico descuento del segundo de los partidos. Para entonces, había insistido sin acierto, perdiendo su fútbol en pases desmedidos de Alves, y sufriendo ocasiones de gol frecuentes en los contraataques del Chelsea, tres de los cuales, al menos, debieron resolverse en penalti.

El Chelsea quedará indignado por el arbitraje de Henning. De esa indignación es muestra la airada protesta de Ballack en la última jugada, en la que su remate pega en el costado y luego en el codo de Etoo. Para mí eso no fue penalti. Sí lo vi en la falta de Alves a Malouda que sacó fuera del área, en el derribo de Abidal a Drogba en el primer tiempo y en la mano de Piqué ante Anelka. Mucha suerte con el árbitro, que sin embargo estuvo puntilloso en la expulsión de Abidal, jugada menos clara que las anteriores, y que dejó al Barça diez contra once para casi todo el segundo tiempo. Y con el marcador cuesta arriba.

Pero fue igual con diez que con once, fue igual allí que aquí. El Barça se hizo cargo del partido y atacó una y otra vez la montaña azul, de la que una y otra vez caía rodando. Dos partidos completos acosando a un equipo sólido, agazapado, que soltaba contraataques confiado en, con tan poco, sacar la eliminatoria. Y el Barça tejiendo y tejiendo, en busca del gol que no llegaba, sin desesperarse nunca. Hasta que Messi encontró por fin a Iniesta, ese genio humilde, al borde del área y éste mandó a la escuadra el disparo más tenso y emocionante de su vida. Y pasó el Barça. Pasó el mejor. Barça-Manchester, la final soñada.