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Veinticinco victorias y tres empates

Veinticinco victorias, tres empates, cero derrotas. España encadena una serie fabulosa, que anoche tuvo su último episodio, por el momento, en El Madrigal, donde hace tiempo que se ve buen fútbol. Tengo que confesar que allí he pasado dos de mis ratos verdaderamente buenos como viejo aficionado al fútbol, los días en que allí jugaron el Inter (derrotado) y el Arsenal, que se salvó de milagro por aquel penalti tristemente fallado por Riquelme. Aquella es una afición nueva y feliz (más alto porcentaje de abonados que en ningún otro club) y con paladar exigente, hecho al fútbol que hoy se pide: el bueno.

Esta España que asombra tiene tres jugadores del Villarreal, tres campeones de la Eurocopa. No es extraño. Hay una misma forma de hacer las cosas que liga a ambos equipos: el orden, el buen gusto, la solidaridad, el respeto por el buen juego, el deseo de tener el balón, de marcar la iniciativa en el partido. Dos equipos, España y Villarreal, que hace poco pintaban nada y menos. Dos náufragos que encontraron el tablón bueno al que agarrarse: el fútbol bien hecho. Es la enseñanza para todos los que dan palos de ciego, faltos de una idea esencial sobre la que reconstruirse. Jugar bien. Ésa es la fórmula.

Ahora el horizonte es Brasil, que entre el 93 y el 96 encadenó veintinueve victorias y siete empates. Era el equipo de Bebeto y Romario, de Raí y Zinho, de Mauro Silva y el industrioso Dunga, de Jorginho y Leonardo en los laterales, de Rocha y Aldair o Marcio Santos en el centro de la defensa y Tafarell en la portería. Buen equipo, pero, la verdad, éste nuestro de hoy me gusta más. Le falta el equipaje de mundiales del que puede presumir Brasil, pero en punto a buen fútbol no hay nada que envidiar. Y entran nuevos jugadores y hasta un nuevo seleccionador y la cosa sigue. ¡Quién nos lo iba a decir!