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El baloncesto europeo decide su futuro

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¿Se acerca el día D y la hora H para todo el ecosistema del baloncesto europeo? Ya hay pocas dudas al respecto, por mucho que no haya existido hasta hace bien poco una gran repercusión mediática en torno a todo lo que se ha estado gestando en los despachos, muchas veces lejos de la luz y los taquígrafos. Por eso muchos han entendido la situación actual como un repentino movimiento sísmico, un giro de los acontecimientos que sin embargo se empezó a gestar mucho tiempo atrás y que está llegando ahora a su definitiva escenificación. De lo que suceda en el futuro próximo saldrá la regeneración, esperamos que para bien, de todo el panorama del deporte de la canasta a nivel continental. Es difícil aportar todavía una opinión rotunda, una certeza concluyente. Pero sí se puede combatir la confusión (incluso la sorpresa) a base de datos. El pasado y el presente, las caras de los actores y los intereses en juego conforman un campo de batalla del que, parece evidente, saldrá un resultado drástico, que dejará heridos y muertos en los bandos implicados y que debe ser gestionado con una sensibilidad que ahora mismo todavía está por llegar si se pretende que finalmente gane el baloncesto.

El uso del lenguaje bélico no es del todo gratuito. La situación retuerce una partida de cartas atómica en la que la colisión de intereses y puntos de vista perfila un grado de peligrosidad máximo. Por eso conviene empezar con un repaso a los quién, los qué, los cuándo y los dónde. Buscando en el antes, el ahora y, en la medida de lo posible, el después.

Los grandes cambios del nuevo siglo

Esta es una década que empezó con revolución y que (todo apunta a ellos) con revolución terminará. La temporada 2000/2001 alumbró la Euroliga que todos hemos interiorizado ya como la gran competición del baloncesto continental pero que en su día supuso una ruptura, una andanada dirigida desde España, Grecia e Italia (al mando de la ULEB) hacia la anquilosada estructura de la FIBA. El órdago terminó en consenso poco después ante la necesidad de ambos estamentos de entenderse y después de que no cuadrarán las pretensiones económicas iniciales de la Euroliga. Tras años convulsos (con dos competiciones, Euroliga y Suproliga, en esa temporada 2000/01) el ecuador de la década se afrontó ya desde una obligada concordia en cuyos acuerdos la ULEB, además se sacudir el sistema de reparto de beneficios, objetivo primordial, ganó otro as fundamental de presente y futuro: suya sería, desde entonces, la posibilidad de determinar la participación de equipos en función de sus propios criterios y más allá de los puramente deportivos.

La prehistoria de la actual situación aporta luces también en lo relativo a los nombres, que perfilan un crudo enfrentamiento en el que el factor humano también entra en juego. La Euroliga se gestó en los cuarteles de Eduardo Portela, presidente de ACB y ULEB y su entonces mano derecha Jordi Bertomeu, antes director general de la ACB y ahora CEO (director ejecutivo) de la Euroliga y cara y voz del nuevo plan sísmico que persigue este organismo. Bertomeu saltó a su actual cargo desde su trabajo junto al hombre, Portela, al que ahora se enfrenta a sangre y fuego.

La Euroliga salta hacia delante…o hacia el vacío

El actual escenario se articula en torno a un eje Berlín – París. En Berlín lanzó su órdago la Euroliga, en París contestó Portela. En la ciudad alemana, Bertomeu planteó la reforma de la competición para el próximo año y el viraje radical para la temporada 2009/10. Para el curso a punto de comenzar, pequeños cambios que hacen la competición más interesante: reducción de los equipos por grupo en la primera fase, lo que dará más intensidad y dificultad a este tramo del calendario hasta ahora más bien inocuo, y un cruce de cuartos, post Top 16 y pre Final Four, con eliminatorias a cinco y no tres partidos. Pinceladas para mejor.

Para la siguiente temporada se plantea el vuelco definitivo, que termina con el hasta ahora polémico y desde ya prácticamente inofensivo (a la vista de lo que se avecina) asunto de los trienios: La Euroliga seguirá siendo de 24 equipos, pero ahora un máximo de 16 de ellos (como máximo tres por país) recibirán la licencia A, que les dará el derecho invariable y sin fecha de caducidad de tomar parte en la competición. Las licencias B serán para siete ligas nacionales que éstas otorgarán a su campeón, mientras que el último equipo participante será el ganador de la hasta ahora Copa ULEB, ahora Eurocopa. La elección de los equipos que recibirán licencia A se basará en criterios deportivos de los ocho años en los que se ha disputado la Euroliga, además de otros asuntos como capacidad del pabellón, número de abonados y comunicaciones de la ciudad en cuestión. Se aplicará un sistema de descensos en base a los tres primeros años de competición. Descenderá el peor equipo de licencia A y perderá licencia B la peor de las ligas que las posean. Su puesto será para un equipo y una competición (plaza para su equipo campeón) que hayan obtenido mejores resultados.

El objetivo de Bertomeu es, sin tapujos, potenciar la máxima competición continental y otorgar una estabilidad económica y un proyecto a largo plazo a los grandes equipos, que son al fin y al cabo los que atraen las audiencias y los patrocinadores. Estabilidad y reactivación son las palabras clave. No hay por ahora explicitación de una liga cerrada, si bien el nuevo sistema ya resulta lo más restrictivo posible dentro del actual marco legislativo de las competiciones europeas y parece incuestionable que el futuro debería pasar por el cierre total de la competición. En el fondo subyace un miedo primordial de los actuales gestores al desembarco de la NBA en Europa, algo que pretenden evitar con una estructura fuerte en lo económico y un marco no demasiado diferente en lo deportivo.

Portela responde con sus propias armas

La ULEB, por supuesto, no se quedó parada y preparó su respuesta, lanzada tras una asamblea en París a la que no se dejó acceder a Bertomeu (no hay que olvidar en el enredo que la ULEB y algunas ligas son miembros con voto en la Euroliga). La propuesta de Portela pasa por mostrar un espíritu más centrado en criterios deportivos y un espíritu teóricamente más democrático ante la sensación de lobby que puede transmitir el entorno de la Euroliga. Del mismo modo, se puede apreciar una clara distancia frente al modelo NBA, sustituido por un respeto mayor a la tradición competitiva del viejo continente y con más puntos en común con la Champions League de fútbol. Según esta alternativa, habrá un grupo de países (España, Italia, Grecia) con tres representantes clasificados de forma directa y un cuarto que podría salir de un sistema de rondas previas. Francia, Rusia y Turquía contarían con tres posibles representantes (2 directos, 1 por ronda previa). El nivel 1+1 sería para Alemania, Israel, Polonia y Lituania, mientras que Croacia, Serbia y Eslovenia clasificarían al campeón. Sería, en fin, un sistema más abierto, con 30 equipos de 25 países (22 directos y 8 salidos de las rondas previas) y sin cambios en lo relativo a Top 16 y Final Four. Con menos énfasis que su oponente, la opción Portela también plantea un control de contratos televisivos o capacidad de los pabellones y, aunque tiene todavía un apoyo menor la de Bertomeu, trabaja sobre conciencias todavía indecisas o especialmente reivindicativas, como la Federación rusa, que busca mayor representación al amparo del creciente poder económico de sus grandes equipos.

…Y la ACB, en peligro, entra en el conflicto

La ACB, por supuesto, no se ha quedado parada, consciente del peligro (entre serio y mortal) que puede acarrear la implantación y mayor desarrollo del sistema propuesto por Bertomeu que tiene una deriva natural hacia el cierre de la competición, la disputa de los partidos en fin de semana (donde se aspira a mayores porciones de la tarta de audiencias) y, en función del desarrollo de los acontecimientos., hacia la salida de sus representantes con licencia A (que serían Tau, Real Madrid y Barcelona) de la competición doméstica. Por todo ello, Pamesa lidera el intento de crear un G-14 (los equipos ACB sin los tres beneficiarios de las licencias A) que dirija una rebelión que ya ha sentado las primeras bases pero que se debería materializar en la asamblea de la ACB que se celebrará a finales de octubre o primeros de diciembre.

El G14 se articula en torno a una doble reivindicación. Por un lado el problema en torno a la nueva Euroliga; por otro, la reducción de la ACB a 16 equipos. Dos situaciones que afectan especialmente a unos u otros, lo que crea una (por ahora) visión común que comparten al menos los once equipos que participaron en esa primera toma de contacto (faltaban Granada, Fuenlabrada y Gran Canaria).

Mala imagen, difícil presente, futuro incierto

De todo este planteamiento se pueden sacar muchas conclusiones, pero es muy difícil aportar soluciones. Yo, al menos, no tengo la respuesta del millón de dólares. Sin embargo, es evidente que el mejor camino no pasa por una batalla que lastima la imagen de este deporte y en la que muchas de las partes interesadas se dejan parte de razón. Siempre queda la posibilidad de que se están afilando al máximo las garras en espera de futuras negociaciones que alcancen algún tipo de consenso en el que ninguna de las partes quede resentida y derrotada de forma absoluta.

De entrada, hay certezas y buenas ideas en el plan de la Euroliga. Parece un buen planteamiento asumir la necesidad de un cambio hacia una estructura más atractiva y más saneada y no considerar los problemas económicos de tantos equipos simplemente como casos aislados derivados de malas o irresponsables gestiones. Conviene reforzar la estructura si realmente se quiere plantear una alternativa a una futura Conferencia europea de la NBA a la que, de otra manera, habrá que abrir la puerta, servir el te y dejar poner los pies encima de la mesa.

Pero surgen también muchas dudas. El plan parece precipitado, aunque no lo sea y lleve mucho tiempo en gestación. Quizá esto se deba a la forma de presentarlo y a la forma de explicarlo, que perfila vientos favorables para los equipos que, al fin y al cabo, son también los que aportan más capacidad, nombre y posibilidades de estabilización y desarrollo. Desde el punto de vista de negocio, no hay muchas dudas. La Euroliga quiere equipos grandes de ciudades grandes, de presente, futuro y a ser posible pasado. Esto justifica ausencias y presencias, y el ranking escogido para establecer las licencias está destinado a este fin. En los planes iniciales de la Euroliga no contaba un equipo como el Tau, segundo a la postre en el ranking utilizado por detrás de Maccabi. Su currículum desde luego es intachable, si bien se puede señalar que no tiene títulos por los dos de CSKA, Panathinaikos o el propio Maccabi. Querejeta ha sido uno de los más explícitos a la hora de apoyar a Bertomeu (el discurso de Madrid y Barcelona también apunta en esa dirección pero por ahora más moderadamente), si bien Vitoria seguramente no responda al perfil de ciudad que busca la Euroliga para sus equipos de licencia A, por mucho que deportivamente y midiendo las últimas temporadas su presencia sea incontestable.

El sistema de las licencias, aunque no crea una liga estrictamente cerrada, sí frena las aspiraciones de los equipos de clase media, con todo lo que ello implica en cuanto a posibilidades de desarrollo. Equipos como Unicaja (sobre todo), Joventut o incluso Pamesa (por inversión y posibilidades) tienen motivos para rechazar este sistema. Tampoco, y eso hace aún más delicada la situación, lo tendrían fácil en una liga devaluada por las ausencias de Tau, Barcelona y Madrid, si tal extremo cobrara forma. Por ahora, es más lógico pensar que los tres equipos necesitan seguir compitiendo en ACB por criterios tanto económicos como deportivos, así que sigue habiendo posibilidades de que lo que ahora amenaza ruina termina en acuerdo.

Los tres bendecidos con las hipotéticas licencias A han sido muy criticados, como si fueran impulsores de un proyecto al que simplemente se han sumado, cosa que seguramente haría cualquiera en su situación con vistas a no perder el tren de los grandes equipos del continente. Una situación también comprometida, ya que no hay que olvidar que el gran motor del cambio llega de Bertomeu y de clubes que forman partes de ligas en conjunto mucho menos competitivas que la ACB. Es el caso del CSKA, incluso de los equipos griegos o de un Maccabi que aunque no gane la liga de su país (el año pasado tras 14 años cedió el trono al Hapoel Holon) mantiene su plaza de representante de Israel en la Euroliga. A esos equipos sí les conviene romper con su dinámica doméstica y dinamizar una verdadera Liga a nivel europeo.

El cambio de formato hacia un sistema más cercano al estadounidense tampoco significa por sí mismo la panacea de la que algunos hablan. Con evidentes virtudes, plantea el problema del traslado de toda una mentalidad y una forma de entender los eventos deportivos totalmente distinta. En el ideario competitivo europeo figuran con importancia vital las luchas por todos los objetivos, entre ellos el drama por evitar los descensos o la alegría de celebrar ascensos. No es tan fácil trasladar las circunstancias de una liga cerrada a la psique europea, del mismo modo que una Liga continental que tienda a basarse en grandes representantes a nivel nacional se encontrará con el mismo localismo que hace que se den paradojas como la que supone tener canchas ACB llenas en paralelo a audiencia de TV tan bajas. Ya hay arraigado un sentimiento hacia determinados equipos y asimilado un tipo de competición, así que no parece tan sencillo implantar un sistema a la americana, sin que ello implique que no haya mucho que aprender de la NBA en cuanto a gestión y venta de su producto. Por otra parte, el plan de Bertomeu podría ayudar a retener a más estrellas en Europa (a medio plazo, ya que hoy por hoy la NBA seguirá siendo una opción más interesante para la mayoría) o a atraer a más jugadores interesantes de la liga americana. Aunque, una vez más, sólo la implantación de una Conferencia NBA en Europa pondría realmente a tiro la llegada de las grandes estrellas estadounidenses.

La situación de la ACB es, insisto, delicada, pero sus valores son firmes y no se reducen sólo a la propia tradición de las aficiones. Queda pendiente, en la revolución planteada por la Euroliga, la cuestión de la cantera. Los equipos con licencia A se verían abocados a un nivel de competitividad tan alto y a un enfoque presupuestario tan concreto que no se encontrarían con el mejor caldo de cultivo para cuidar el trabajo de base. Mientras, los equipos de mayor tradición en la formación de nuevos valores, pensemos en Joventut y Estudiantes, quedarían lastrados en cuanto a recursos y motivaciones. Así que el actual conflicto es capital incluso desde los prismas del baloncesto de base y de las selecciones nacionales, toda vez que en Europa no existe un sistema al estilo del norteamericano y su baloncesto universitario. Mientras, surgen alternativas desde voces menores y todavía muy poco desarrolladas. Algunas apuntan a dividir el calendario entre las competiciones domésticas y las continentales o a que los equipos con licencia A tengan una segunda escuadra, prácticamente un equipo filial, que participara en la liga de su país y diera espacio a jugadores jóvenes.

Todo lo expuesto pretende ser más explicativo que conclusivo. Un intento de desenredar una compleja trama de posturas e intereses y de aportar alguna luz a fuerza de exponer las sombras del revolucionario proyecto de Bartomeu y las dudas del más inmovilista de Portela, que parece pecar de falta de fuerza la hora de afrontar algunos cambios que parecen necesarios o beneficiosos. ¿Es entonces la solución el término medio? Podría ser, pero es difícil imaginar donde reside ahora el equilibrio entre todos los puntos de vista. Lo único que es seguro es que en las próximas semanas se tomarán decisiones que serán absolutamente decisivas de cara a dibujar el panorama futuro (y presente) del baloncesto europeo y, por lo tanto, del baloncesto español.