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El incómodo destierro de Luis Aragonés

Una convención de seleccionadores de toda Europa en Viena nos viene a poner sobre el tapete el tema Luis Aragonés, mal cerrado por nuestro fútbol. Se fue al Fenerbahçe, se fue como un incomprendido. Incomprendido por sí mismo incluso, pienso yo. Él hubiera esperado que tras la excelencia del juego del equipo que armó, instruyó y defendió le hubiesen pedido que siguiera entre nosotros. Nunca habíamos tenido un equipo así. Y ese equipo no sólo fue posible por la excelencia de los jugadores, sino por la firme decisión de él al apostar por un modelo de juego del que mucha gente desconfiaba.

Y sin embargo nadie le pidió que se quedara, salvo Casillas, me figuro que en nombre del grupo. Pero la Federación, no. ¿Por qué? Porque el mismo Luis no se entiende mucho ni a sí mismo, porque hace años que se ensimismó, porque tuvo varios amagos de salida, porque se puso fecha de caducidad, porque su personalidad complicada es mucho más de lo que pueden barajar el magín de Villar y sus colaboradores directos. Luis tiene un punto genial, pero no todo el mundo está en todo momento en condiciones de captarlo. Y de pasarle por alto todo lo demás, las connotaciones y todo eso.

Pero ahora que no está, y mira oblicuamente a sus sucesores, se puede decir una vez más que nunca ningún equipo había practicado un fútbol tan suave, tan de violines, tan hecho de toque, ingenio y compenetración de talentos. Nadie hizo nunca un fútbol tan distanciado del músculo. El viejo deporte que inventaron los ingleses para la carrera atlética, la pierna fuerte, el salto, la carga y el choque, ha evolucionado durante un siglo y medio. El punto extremo de esa evolución lo marca, hoy por hoy, la España de Luis Aragonés. Y eso se le reconocerá siempre. Aunque no esté entre nosotros, por ser como es.