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El tercer 'smash' se marchó fuera...

Djokovic parecía tener a su merced a Nadal: un 'smash' y respuesta agónica; otro 'smash' y respuesta más agónica a la bola baja roneando con la raqueta de Djokovic, de cuyo brazo se ha adueñado la desesperación. El cañonazo ciego se marcha fuera. Nadal grita, se tumba, se sienta, grita otra vez. Luego va a abrazar y consolar a Djokovic, que iba camino de convertirse en su bestia negra, pero que ayer se retiró llorando. No estaban en juego Wimbledon ni Roland Garros ni el US Open ni el de Australia. Estaba en juego algo más: la puerta de acceso a la gloria olímpica. Esa sólo se abre cada cuatro años.

Fue otro final trepidante, propio de ese tenis tremendista de Nadal, el invencible al que la fe le sostiene en pie cuando todo parece abandonarle. Él, como Phelps, también está en la Villa Olímpica, por cierto. Cuenta que allí disfruta de una sensación de normalidad de la que carece en su vida en el circuito, entre los mejores hoteles, coche a la puerta, compañía constante, todo resuelto de antemano. Muy bonito, pero demasiado aislado del mundo, demasiado artificial. En la Villa firma autógrafos, sí, pero se las busca para llegar al autobús o juega al futbolín con cualquiera. Una vida más auténtica.

Phelps acumula oros, Bolt ha asustado desde su primera comparecencia, LeBron James derriba torres, China acumula medallas y la Isinbayeva prepara su pértiga para asaltar las portadas. Son los nombres propios de estos Juegos. Pero entre ellos se va a colar el de Rafa Nadal, ese chico ejemplar que representa los mejores valores del deporte y que vive con la sencillez y el entusiasmo de un adolescente. Nos estábamos frenando en el medallero y él nos ha reactivado. Y espero que, en lo que media entre que yo escribo y usted lo lee, Paquillo haya ganado también medalla. Esto se viene otra vez arriba.