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Phelps sí vive en la Villa Olímpica

Pekín 08 se asociará para siempre al nombre de Michael Phelps, ese tiburón de Baltimore que vino con las siete medallas de Mark Spitz entre ceja y ceja. Recuerdo aquello de Spitz, en los JJ OO de Múnich, los del ataque de Septiembre Negro a la delegación israelí. Spitz se hizo inmensamente célebre. Su foto-póster, con su bigote y rostro moruno a lo Omar Shariff y sus siete medallas al cuello o colgando de la mano, se veía por todas partes. Parecía imposible que alguien mejorara aquello. Phelps está camino de hacerlo. De momento, entre estos Juegos y los anteriores ya acumula once oros.

Y, por cierto, vive en la Villa Olímpica. No todos los americanos lo hacen. Ahí no están ni la NBA ni Tyson Gay. Tampoco está Federer, temeroso de que su popularidad le impidiera vivir tranquilo allí. Cada cual está en su derecho, desde luego, pero me gustan estas megaestrellas como Phelps o como Nadal que prefieren vivir los Juegos en compañía de otros no tan célebres, pero colegas, compañeros de aventura al fin y al cabo. El mundo ofrece muchos hoteles buenos, al alcance de cualquiera sólo con que pueda pagarlos. Pero en la Villa Olímpica no se puede alojar cualquiera. Esa experiencia no se compra.

Así que ese récord que ya tiene Phelps, once oros entre los que traía de Atenas y los que ha conseguido hasta ahora, está en buenas manos. Deja atrás a cuatro fabulosas figuras, que alcanzaron nueve, también repartidos en dos o más olimpiadas: Paavo Nurmi, 'El Finlandés Volador', fabuloso fondista de los años veinte; Larisa Latynina, la mamá soviética que reinó en Melbourne, Roma y Tokio; y los más recientes Mark Spitz y Carl Lewis. Entre todos podrían formar una montaña de oro, en cuya cima agitaría sus brazos Phelps, ese chico grandote y sonriente que, él sí, vive en la Villa Olímpica.