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Las trampas de las películas de chinos

Las películas de chinos de mi niñez se caracterizaban por estar repletas de trampas, de suelos que se abrían, de sogas que levantaban al bueno por el pie, de paredes erizadas de puñales que se cerraban, de sorpresas que te tenían en vilo todo el tiempo. Cuando alguien estaba muy endeudado se consolaba acudiendo con humor al dicho:"Tengo más trampas que una película de chinos". El ingenio de aquel pueblo por el efecto sorpresa se puso más en evidencia que nunca en su fantástica ceremonia de inauguración, que nos dejó a todos boquiabiertos. Belleza y sorpresa. Pero resulta que también había truco.

Los fuegos que se iban encendiendo y apagando por Pekín, como veintinueve huellas olímpicas que se acercaran al estadio, no se produjeron en ese momento: estaban grabados previamente, o quién sabe si construidos por ordenador. La niña que cantó, no cantó: suplantó, por ser más guapa, a la que nos deleitó con su voz hermosísima. Una cosa y otra se han sabido ahora, y también se sospecha sobre si vuelos de personas u otros seres que se vieron no fueron también grabados de antemano. Una corriente de desencanto corre por Occidente, que se asombró ante la ceremonia, y ahora se ve defraudado.

Yo casi me siento un poco aliviado. El otro día comentábamos, medio en broma, medio en serio: "Mejor que no nos den Madrid 2016, porque, ahora, ¿quién supera esto?". Ahora que se sabe que parte del espectáculo era un montaje, esa sensación se afloja un poquito. Y tampoco sé si esos trucos son para molestarse tanto. El efecto en televisión fue tan mágico que casi se puede dar todo por bien empleado. No fue la transmisión íntegra y pura de un espectáculo en directo ofrecido en un estadio. Fue algo más. Fue un alarde de belleza, ingenio, movimiento de masas y... prestidigitación. Fue China.