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Tiqui-taca, el fútbol como razonamiento

Hace muchos años conocí un boxeador, para entonces ya muy veterano, llamado Carlos Capella. Vino por España con Peralta, aquel gran peso pesado que ganó a Urtain. Capella desgranó aquí sus últimas peleas. Tenía las manos mal, apenas podía pegar. Pero su esquiva era magnífica, no había quien le alcanzara. Sus combates eran magistrales, aunque sosos para el gusto del público. Me dijo, con gracia: "Es que yo no peleo, yo discuto". Lo recuerdo ahora porque el tiqui-taca de la Selección viene a ser como aquella esgrima sabia de Carlos Capella, que desconcertaba al rival e impacientaba al público.

España tampoco pelea. Discute. Razona. Toca, toca y toca, acercándose despacio hacia el área rival, siempre con paciencia, con el pase más fácil. Es una especie de fútbol hipnosis que paraliza al rival, pero ante el que muchos buenos aficionados echan a faltar algo de nervio, de energía, de rapidez, de vigor, de emoción. Hasta Luis lo echa en falta a veces, y de ahí que tire de repente de Cesc, para llegar algo más rápido, aunque sea a costa de retirarle las esposas al rival. Pero este es el fútbol que ha llevado a España aquí. Y será de nuevo el que ponga en práctica esta noche. Con los mismos once hombres.

Y sí se le puede ver la emoción. Cuando España llega cerca del área contraria, hay peligro, porque de Xavi, de Iniesta, de Silva o de Senna puede salir de repente un pase perfecto al hueco, para Villa o Torres. Sí, es verdad que el buen pase enviado desde lejos para la carrera al claro de Torres y Villa ha producido varios preciosos goles. Pero como se ha neutralizado siempre al rival ha sido con lo otro, con el toque. Sin prisa, sin pelea, razonando el fútbol. Merece la pena confiar en eso también hoy. Entre otras cosas, para que Arshavin, ese diablo, coja el balón las menos veces que sea posible. Ese es el secreto.