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La excesiva ritualización del alirón

Todo empezó por los cuatro goles del Buitre en Querétaro. La gente fue de las terrazas de la Castellana a Cibeles, a celebrarlo con un baño festivo, un poco a la italiana. De ahí nació la costumbre de acudir los madridistas a Cibeles con cada gran título del equipo. Luego empezaron a ir allí los jugadores, a saludar, paseando desde el borde. Luego se pidió que se quitara el agua, para que montaran sobre la diosa, saludaran desde allí y le pusieran un bufanda. Luego, unos gamberros, celebrando un cumpleaños, se montaron en la diosa y acabaron por romperle un brazo, que tardó en aparecer.

Eso movió a la reflexión e hizo que, con lógica, se tratara de evitar la imagen del asalto a la diosa, casi anual. De ahí el permiso previo, las vallas, el estarivel para que suba uno, el capitán... Toda una liturgia que requiere una preparación, pero esa preparación ya es en sí engorrosa. Los atañidos indirectamente en si hay o no alirón (el Villarreal la semana pasada y ésta, el Athletic la pasada, Osasuna ésta...) se sienten ninguneados por la mera preparación del festejo. Y luego, si no hay alirón, si se retrasa, es el propio madridista el que se siente un poquito como en el aire, con cierta cara de tonto.

Y luego hay otra cosa que me parece escandaloso: el precio. El Ayuntamiento busca la empresa que monta y desmonta, y luego manda la factura al Madrid: 200.000 euros del ala. ¿Es posible? ¿Rodear la Cibeles y montar y desmontar una birriosa pasarela para que Raúl suba a ponerle una bufanda cuesta de verdad eso, treinta y tantos millones de los de antes? En torno a estos acontecimientos surgen siempre aprovechateguis protegidos por cómplices que hacen su agosto en cualquier fecha. En fin, se ha llegado a esto de forma natural, quizá inevitable. Pero empieza a perder gracia