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Pues sí, el fútbol aún merece la pena

Ayer quedé a comer con un viejo amigo en un restaurante de Madrid. Llegué antes que él. Mientras hacía tiempo hojeando un periódico me llegaba lo que hablaban en la mesa de al lado tres mujeres. El tema era el partido de la víspera en Getafe. Las tres estaban al tanto de todo, de acuerdo en todo. Y lo repasaban: la expulsión de De la Red, el gol de Contra, el empate final, el arrimón en la prórroga, los dos goles, la jeremiada del Pato, el empate inicuo, la crueldad del destino...Y el Rey, y Raúl, y Casillas. Y el acuerdo final de que el fútbol tiene algo. Que no es controlable, que no es justo, pero que tiene algo.

Así es, si así os parece. Millones de españoles hemos vivido esta semana dos partidos extraordinarios, el Liverpool-Arsenal y el Getafe-Bayern. Uno, desde la más estricta neutralidad, el otro con pasión partidista. Han pasado los dos. No nos suben ni nos bajan los impuestos, no mejora nuestra salud, no se ha resuelto el problema del agua en Cataluña ni sabemos a dónde nos lleva el calentamiento global, nos sigue doliendo el Tibet y dudamos qué hacer con la ceremonia inaugural de Pekín, pero hemos pasado dos ratos muy especiales. Y los agradecemos. Aunque el Getafe se haya quedado fuera.

Vi el partido en la Universidad Politécnica de Valencia. El primer tiempo, con varios jugadores del Valencia, que miraban con cariñosa solidaridad el noble esfuerzo de sus inminentes rivales en la Copa. Luego nos quedamos en familia. Entre los pocos, un profesor de química, hombre del rugby y, por ende, antifutbolero, o así lo percibí. Patoso en sus bromas. Pero la seriedad del choque le fue absorbiendo. Sus chanzas se fueron convirtiendo en comentarios respetuosos. Acabó tan metido en el asunto como Raúl, Casillas, el Rey o el Príncipe. Se fue triste. El fútbol aún merece la pena, debió de pensar. Y es así.