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El mejor final para unas grandes fiestas

Martes Nit del Foc, miércoles Cremá y jueves partidazo. No cabía mejor final para esas hermosas fiestas que son las Fallas de Valencia, que convulsionan la ciudad (y la Comunidad) y contribuyen a definir su personalidad. No cabía mejor final que este partidazo ante un viejo rival, el Barça, con el que el Valencia se enfrentaba por decimoctava vez en la Copa. Eran las semifinales, era un clavo ardiendo para un Valencia que se ha equivocado mucho, que ha sufrido mucho, pero que mantiene una fuerza interior, como club y como equipo, que supo sacar a relucir la noche decisiva. Y ganó. Ganó porque lo deseó más.

Al fútbol académico y frío de Barça opuso un juego de más nervio, lo mismo para quitar en la media o atrás que para ir hacia arriba y atacar la portería contraria. Lo deseaba más, sin duda, quizá porque lo necesitaba más. Era su último tren, mientras que el Barça espera ver pasar otros dos que, por cierto, tiene más difíciles de lo que tenía este. Aunque cazó dos buenos goles y llegó a asustar al Valencia, siempre hubo déficit de emoción en su juego, así como una falta de convicción en la propuesta y hasta en la forma de estar en el partido de bastantes de sus jugadores. Lo contrario que el Valencia.

El Valencia lavó todos sus pecados en una noche apasionada en la que cazó tres goles zurdos, goles distinguidos por tanto. El de Baraja fue una enormidad desde fuera del área, un gol que me hizo recordar a Puskas. Los de Mata fueron distintos y bellos los dos: el primero fue un pase a la red, el segundo una volea homicida de arriba a abajo que dejó malparados a Víctor Valdés y a Xavi. Goles para poner patas arriba Mestalla, para sacudir los pesares de una temporada que iba para desastre y que ahora abre la posibilidad de un hermoso título. El fútbol siempre ofrece revancha, dicen. El Valencia la obtuvo anoche.