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Este fin de semana me receto rugby

Avergonzado por la gambada de Dida (¡portero del Milán y de Brasil, madre mía!), harto del nuevo arranque desagradable de la ACB, consternado por el desvarío de la LFP en la cuestión de los horarios, estupefacto ante la nueva descarada protección de que ha gozado Hamilton, he decidido recetarme rugby este fin de semana. Cuando todo nos falla, aún nos queda ese deporte de gañanes practicado por caballeros, el último espacio del deporte como lo concibieron unos soñadores en el XIX, que cada vez nos van quedando más lejos. El deporte se nos corrompe y se nos cae. El rugby es su último santuario.

Y hay que refugiarse en él, y luchar por él también desde dentro, porque empieza a vivir situaciones que le son impropias. Por ejemplo, el avatar de las camisetas del Francia-Nueva Zelanda, de Cardiff, donde una argucia de los franceses impedirá a los All Blacks vestir de 'black'. Mala cosa. Se empieza así y acaba uno haciéndose el muerto para ver si roba un partido en los despachos. Los diseños caprichosos en las camisetas y algún manejo ridículo como este amenazan por alterar las bellas liturgias de un deporte que merece el mayor de los respetos. Un deporte que este fin de semana nos ofrece cuatro partidazos.

Aquí nos es extraño, no sé bien por qué. Por el fútbol, me dirán, como todo. Pero no es explicación. Más gusta el fútbol en Argentina, y mañana han cambiado de hora el River-Boca (nada menos) para no coincidir con el Argentina-Escocia (21:00), que paralizará el país. Será el cuarto de los cuartos, precedido por Australia-Inglaterra (hoy, 15:00), Nueva Zelanda-Francia (hoy, 21:00) y Suráfrica-Fiyi (mañana, 15:00). Cuatro tormentas de músculo y talento, cuatro monumentos al deporte. Y una mancha: la ridícula trapacería de Laporte, el desagradable seleccionador francés, con las camisetas.