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Y en medio de todo, el feo caso Alves

El Sevilla voló hacia Atenas con el alma en pena, porque la situación de Puerta es dramática en grado extremo. Hay que saber lo que es la convivencia en un equipo de fútbol para explicarse bien cómo tienen que sentirse esos jugadores. Los futbolistas conviven casi más entre sí que con sus familiares más directos. No es sólo el entrenamiento de cada día. En estos equipos de élite son muchos y largos los viajes, decenas y decenas de noches de hotel cada año, miles de horas en aviones, en aeropuertos, en restaurantes. Y la solidaridad del esfuerzo en común, de esas batallas que son los partidos.

Pero el calendario es inflexible y el Sevilla, como grande que es, encadena esta semana dos compromisos: de Champions, en Atenas (donde se vive otro drama, un fuego devastador que se come aquella península donde tantas cosas ha puesto en marcha El Hombre) y luego en Mónaco, la Supercopa europea. Compromiso serio el primero, un poquito festivalero en otro, en ese coqueto estado-casino que la UEFA ha elegido para la fiesta de entrega de premios de cada año. Avión, hotel, partido, avión, hotel, partido, avión... De cuando en cuando, algún entrenamiento. Y en la UCI, un compañero.

Y en medio de esto, el feísimo caso Alves. No ha querido ir, no porque una garra de dolor le oprima el corazón, sino porque sabe que en el Chelsea o en el Barça ganaría cuatro veces más, y exige el traspaso. No quiere arriesgarse a jugar un minuto en Champions, porque eso le cerraría esas puertas. Dice que le ponen un precio muy alto para lo que él gana, y es verdad. Pero también lo es que el Sevilla le estaría pagando igual si hubiera fracasado, o si se hubiera lesionado. Y que el gran Sevilla ha contribuido a su proyección. Y ganaría más fuera, pero no va descalzo. A veces la codicia de los jugadores no conoce límite.