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Galibier: el espectáculo del descenso

Viendo ayer la etapa tuve la impresión de haberla visto, con otros nombres, muchos años atrás, cuando Bahamontes. Al gran Federico le fueron quitando las llegadas en alto, le colocaban la meta tras la bajada del último puerto y unos generosos kilómetros de llano, y así le veía yo en la tele, como ayer a Soler Hernández, defendiendo con la cabeza entre los hombros la ventaja ganada en la cima. Atrás se relevaban como fieras Anquetil, Poulidor, Anglade, Pérez Francés, Jan Janssen, Rudy Altig, Simpson... Los gallitos del pelotón. La diferencia bajaba y bajaba, y a mí se me llevaban los demonios.

Y sin embargo tengo que admitir, hoy como entonces, que el descenso también tiene una belleza, que también es ciclismo, que también tiene su épica. Una épica a tumba abierta, como escribió no sé quién no sé cuando, en uno de los grandes hallazgos del periodismo deportivo clásico. Ese ciclismo urgente y arriesgado exige dominio de la bicicleta y de los nervios, piernas para acelerar en los tramos en que se puede, constancia. En ese ciclismo triunfó Valverde ayer sobre Contador, así como éste había triunfado antes en el otro, en el del demarraje seco y la salida del grupo, que ambos practicaron.

Fueron treinta y tantos kilómetros de vértigo y emoción en los que el colombiano Soler Hernández, que hizo de Bahamontes, perdió un minuto largo pero salvó la etapa. Feliz victoria que devuelve a nuestros oídos el nombre de un país que no hace mucho dominaba las cumbres gracias a la ventaja de su naturaleza y de su crianza en altura, hasta que llegó aquello de EPO para todos, que les quitó esa ventaja natural. Buen síntoma que vuelva a ganar un colombiano una etapa reina alpina. Y buen síntoma para nuestro ciclismo que Valverde esté donde está, tan fuerte y tan seguro. Él fue el rey del descenso.