Agradece el cariño con asistencias

Joan Laporta y sus chicos están contentos. O deberían estarlo. A golpe de talonario han conseguido capear un temporal que se presumía complicado. Parece que haya pasado una eternidad cuando los culés pudieron ver a los futbolistas del Madrid por La Cibeles o a Raúl González colocando una bufanda a la histórica estatua madrileña. Cuando se cierre (si es que consiguen convencer a Agapito Iglesias, presidente del Zaragoza) el traspaso de Gabi Milito, el Barça tendrá un equipo que en la foto dará miedo. Luego será otra historia.

Muchas de las tertulias de bar se centran en meterse en la imposible cabeza de Frank Rijkaard y tratar de descubrir a quién sentaría, a quién colocaría de inicio, si fulanito hará muchos goles o menganito seguirá perdido por la noche barcelonesa. Pero hay quien va más allá. A los que realmente les apasiona el fútbol y consideran que todos los atacantes tienen sitio, también les perturba saber quién será el encargado de ejecutar el último pase. Y ahí todos coinciden: Iniesta. Y lo dicen con la boca grande. Es un hombre, con cara de chiquillo que no habla por no molestar. Pero sus pies ejecutan lo que le dicta su privilegiado cerebro. Siempre anda callado, pero agradece el cariño de sus compañeros sirviendo goles cantados.