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Una cláusula de 70.000 millones

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Podría seguir jugando al fútbol. De físico impecable, elegante y coqueto, Francisco López Alfaro disfruta paseando por Castelldefels, almorzando con sus amigotes de toda la vida y hablando de fútbol. Echa de menos a su familia (afincada en Sevilla) pero la pasión por el balón le hace agarrarse a las oportunidades que le salen. Probó suerte en el Numancia, pero las prisas de los soñadores dirigentes numantinos lo enviaron de vuelta al sur, donde tuvo la paciencia suficiente como para esperar una llamada. Y ésta llegó desde Badalona. Se reunió, aceptó y ha gustado tanto su filosofía que le renovaron el contrato hace un par de semanas.

Francisco las ha visto de todos los colores. Llegó de Nervión tras una equivocada decisión de Vicente Cantatore. Y Luis Aragonés, técnico perico por aquel entonces, le abrió las puertas. Y posiblemente la vida. Centrocampista de creación e ídolo de masas, se forjó en él un futbolista líder y sufridor, que compartió horas y charlas de fútbol con gente como José Antonio Camacho, Paco Flores o Raúl Tamudo. Con éste llegó a entrenar y a compartir muchas risas. Como la que él provocó a finales del mes de agosto de 1997. El Espanyol decidió renovarlo por un año y desde las oficinas, cansados de las millonarias cláusulas de rescisión (por aquel entonces de moda), el ahora técnico vio cómo le imponían una de 70.000 millones, la más alta del mundo. Casi nada. Fue una vacilada a Ruiz de Lopera, que tasó a su flamante Denilson con 65.000.