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El fútbol merecía un desquite así...

El Sevilla se acuesta líder y el fútbol entero, orgulloso por el partidazo que soltó anoche en el Sánchez Pizjuán. Los dos primeros de la clase, los dos mejores de la mejor Liga, metidos hasta el cuello en una pelea sin tregua por unos puntos que contarán mucho a la hora de decidir quién será el campeón. Los ganó el Sevilla, que se acuesta líder. Los perdió el Barça, que tuvo cara de golear hasta que Ronaldinho falló el penalti (o Palop lo paró, o mitad y mitad). Hubiera sido el dos a cero y once contra diez. En lugar de eso, el fallo armó moralmente al Sevilla y a su público. El fútbol es un juego de instantes.

El Sevilla necesita poco para reanimarse, todo sea dicho. Es un equipo con fuerza, con juego, con moral. Con mucha velocidad en todos sus hombres, con mucho ánimo, y con un futbolista descollante en un puesto tenido en general por menor: Alves. Un lateral derecho que se convierte en un cuchillo clavado en el costado del equipo contrario. Un problema constante, un suministrador de juego para Kanouté y Kerzhakov, incluso un certero lanzador de tiro libre si se tercia. Fue el hombre de la noche, en un partido en el que el Barça desplegó sobre el campo todas las estrellas que tiene. Que son muchas.

Para el Barça es un golpe, sin duda. Justo cuando se está rearmando con Messi y Etoo de vuelta, justo cuando ha pasado aquella catarsis con el estallido del camerunés, ahora que había dado la vuelta a la eliminatoria de Copa en Zaragoza (nada fácil). Justo ahora pierde el liderato. Esta vez él podrá quejarse del arbitraje, porque lo de Giuly no lo entiendo por ningún lado, pero la verdad es que tuvo el partido muy de cara y se le fue con todas las de la ley. El piano es el mismo que hace un año, pero no suena igual. No terminan de afinarlo. Aunque no fue sólo eso: fue que el Sevilla es mucho Sevilla.