El fútbol de selecciones empieza a sufrir

El fútbol de selecciones empieza a sufrir

Vuelve la Selección. 'La otra pesadilla' la llama Tomás Guasch. (La una, evidentemente, es el Madrid, que acaba de vender por siete millones, una vez curado, a Woodgate, al que compró por 22 cuando estaba cojo). Vuelve la Selección, decía, entre cierto desánimo e indiferencia. Pero empiezo a sospechar que ese enfriamiento no es cosa sólo de España, sino que empieza a extenderse. Jugadores de por aquí y por allá empiezan a hurtarle el cuerpo a sus selecciones. Es un fenómeno nuevo, que a nosotros hasta ahora sólo nos ha rozado tangencialmente, con aquel breve escaqueo de Xavi y Puyol.

Lo digo porque acabo de saber que Ronaldinho se está pensando dejar la 'verdeamarelha', como ya la ha dejado Dida. Riquelme ha renunciado a jugar más con Argentina. Ibrahimovic, estrella de Suecia, ha dicho que no cuenten con él. Gravesen ha pedido la licencia en Dinamarca. Pizarro lo mismo en Chile. Y Nakata en Japón. Y Van Bommel y Van Nistelrooy en Holanda. Y Makelele en Francia. Y Totti en Italia. Ya no son casos de jugadores veteranos que saben que no van a ser llamados más veces y anuncian un abandono en realidad pactado. Ahora son jugadores en plenitud. Es otra cosa.

Me pueden hablar de antiguos casos como los de Schuster o Redondo, pero eran hechos aislados, producto de alguna incompatibilidad personal. Ahora es un fenómeno que se extiende y que obedece al hastío que a los grandes jugadores les produce un calendario abusivo cuya parte más débil es el fútbol, en general menor, de las selecciones con sus largas y desproporcionadas fases previas. Y donde abundan aventuras raras como la de Nike con Brasil o la del España-Argentina para inaugurarle el campo a Samper. Partidos en los que el jugador no sabe a qué intereses está sirviendo. Así que prefiere ahorrárselos.