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A Capello empiezan a salirle las cuentas

Tras el alegrón de Alonso (con el fabuloso apretón de Schumacher, ese campeonazo), el partidazo del Bernabéu. Fútbol intenso bajo la lluvia, con emoción, llegadas, el grado justo de agresividad, y el hacha de la emoción siempre levantada. Ganó el Madrid, que redimió el planteamiento cicatero de su entrenador metiendo mucha generosidad en cada acción, en cada choque, en cada balón. Perdió el Barça, cuya disposición táctica, más generosa, careció del apoyo preciso de algunas de sus estrellas. De Etoo, que no estuvo. De Ronaldinho, que está sólo a medias y empieza a preo-cupar porque parece otro.

Por ahí se explican muchas cosas de este Barça: por Ronaldinho. Tan evidente resulta su baja forma que Sergio Ramos no dudó en desengancharse todas las veces que tuvo ocasión, la primera de ellas en el primer gol, en el que el centro que cabecea Raúl viene de su bota. Todo el buen juego construido por Xavi, Deco e Iniesta (mejor los españoles que el portugués) tenía que pasar por el embudo de Messi, porque ni Ronaldinho ni Gudjohnsen mostraban peligro ni ambición. Y por detrás de esa buena línea media la defensa se batía en mar abierto, bien liderada por Puyol, pero...

Pero el Madrid está cuajando. Salvo veinticinco minutos de la primera parte, en los que asistió atónito al meneo del Barça, el Madrid se desplegó con genio, siempre conducido por Guti, siempre animado por Raúl, siempre con Robinho como salida clara y peligrosa. Dos goles, dos remates al larguero, varias paradas de Víctor Valdés. Juego rápido, con pocos hombres, con poco riesgo, con bastante puntería. A Capello empiezan a salirle las cuentas, gracias en parte a dos descartados, Helguera, que la saca jugada, y Robinho, que tiene un valor arriba. Ahora el Madrid es feliz. Aún puede mejorar, pero está cuajando.