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Ciclismo de desmayos y resurrecciones

La etapa fue tan hermosa, tan cargada de heroísmos y de contenidos, que arrebató a Perico, cuyas últimas intervenciones estuvieron preñadas de una pasión y un entusiasmo desbordantes. No era para menos. El ciclismo, tanto tiempo secuestrado por los druidas, despliega de nuevo sus alas y nos ofrece las maravillas que encierra en su interior. Sin la inyección reponedora de cada noche, con Eufemiano Fuentes desarmado y cautivo, con sus más adinerados clientes expulsados de la carrera, asistimos al ciclismo de siempre, de desmayos y resurrecciones, de imprevistos, de lucha grandiosa.

Y ahí está emergiendo, para sorpresa de todos, Óscar Pereiro, ese gallego de la sonrisa de pillo que un día perdió media hora y otro la recuperó, que un día se encontró con el maillot y al siguiente se lo requisaron, y que ayer lo recogió de nuevo, esta vez con todos los pronunciamientos. La serpiente multicolor se acerca a París y es inevitable verle ya como decidido favorito, y más después del alarde final en la meta de La Toussuire, cuando les birló dos segundos, más los ocho de bonificación, a Kloden y Evans, sus compañeros de ascensión en la tarde en la que el menonita pelirrojo entregaba la cuchara.

Landis ya no está. El hombre del mazo le liquidó. Luego también alcanzaría a Leipheimer. A falta de una etapa de alta montaña (hoy) y una contrarreloj de 57 kilómetros (el sábado) Pereiro es favorito, y la buena noticia es mejor cuando se descubre que su mayor amenaza es el abulense Carlos Sastre, cuñado del inolvidable Chava Jiménez. Sastre está como una moto y hoy tiene terreno para expresarse. Julio tiembla y se emociona otra vez con el Tour mientras unas bolsas de sangre siguen congeladas en cualquier nevera de algún juzgado. Esta carrera es hermosa, pero sobre todo es creíble.