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Casillas, Ronaldo y pare usted de contar

Visto al Barça el sábado, había que ver al Madrid ayer, domingo. Y del Madrid se puede decir lo mismo que del Barça: que sigue igual que cuando se marchó. Claro, que eso es lo mismo o no, según se mire. En el caso del Barça seguir igual es mantener su fútbol lúcido, rápido, de desmarque constante, con Ronaldinho en el centro de todas las maniobras, regalando picardías al público y a sus compañeros, que las esperan, las buscan, las agradecen y las aprovechan. Respecto al Madrid, seguir como el año pasado es echarse atrás, confiar en Casillas y en algún contraataque mortal de Ronaldo. Con eso ganó en Budapest.

Así fue, sobre todo en la segunda parte, en la que ese combinado reunido por Matthaus arrinconó al Madrid. En la primera parte había tenido un aire más digno, aunque con un juego bastante apelmazado por la lentitud solemne de Zidane, cada vez más lento y más solemne, y por la timidez evidente de Baptista. Pero en la segunda mitad el Madrid desapareció y le tocó a Casillas, como tantas veces, salvar el cuartel. Tanto trabajó que acabó pidiendo el cambio con una contractura. No hubo lugar a ese cambio, porque enseguida llegó el final, pero hoy tendrán que mirarle los médicos de la Selección para ver si está o no disponible.

Lo peor del Madrid es que fue muy parecido a sí mismo. Los uruguayos no juegan y nadie se acuerda de ellos. La única novedad es Baptista y apenas se suelta, y sería recomendable que lo hiciera más, porque la única vez que fue para arriba arrolló a un húngaro y le dio el gol a Owen. Pero lo demás es todo lo mismo, demasiado lo mismo. Raúl afanoso, llegando donde los demás no llegan, Zidane decadente, Beckham trotón, Gravesen con la guadaña en el medio campo, alguna subidita de Roberto Carlos y Ronie a la espera. Eso sí, si le mandan un pase largo, lo enchufa. En fin, esperemos que la llegada de Robinho cambie el tono del equipo.