Para hacer algo bien hay que creer en ello

Siempre he encontrado algo de misterioso en el éxito de Raúl. Nunca le vi la facilidad con el balón que tienen los superclases, y sin embargo ha resistido de forma persistente la comparación con los que le han ido colocando al lado, cada vez mejores. Aún hoy, y tras su largo bache de juego, se le sigue sintiendo como uno de los elementos verdaderamente fiables del Madrid y de la Selección. Por persistencia, por entusiasmo, por disposición, por valentía y por conocimiento del juego se ha convertido en lo que es. Cree en lo que hace y se entrega a ello con una concentración que casi podríamos llamar fanática. Por eso se ha hecho carne del Madrid.Ha sido una década prodigiosa. En estos diez años de Raúl el Madrid ha reconquistado la Copa de Europa, después de más de treinta de sentirla tan lejana como propia, y se ha dado luego el gusto de reunir en su plantilla a varios de los mejores jugadores del mundo. Su fama y sus ingresos se han disparado y el debate en torno al club alcanza su máxima expresión histórica. Protagonista esencial de todo eso ha sido este muchacho serio del sur de Madrid, que ha ido acomodando sus condiciones a lo que el equipo necesitaba en cada momento. Un poco más arriba, un poco más abajo, un poco a la izquierda, un poco a la derecha...Un club de fútbol es, mucho antes que una sociedad de la industria del espectáculo, un imaginario colectivo. Así lo entiende el Madrid, que ha hecho de los diez años de Raúl un acontecimiento. Diez años son todo lo que se le pide a un jugador como ejercicio de plena lealtad a un club. Diez años daban lugar, en el tiempo clásico, a un partido de homenaje, que servía a la vez de despedida emotiva de la afición y de recaudación de un pellizquito final, con el que hacer frente al azaroso futuro en la vida civil, a la que los jugadores se ven arrojados, sin picardía, conocimientos ni experiencia, cuando acaban sus carreras deportivas.