Fernando Alonso era el niño mimado de los trabajadores de la sede británica de Renault en Enstone. Al margen de sus títulos mundiales su presencia siempre era recibida con una sonrisa, algunas bromas y un punto de informalidad en el ascético y blanco mundo de una fábrica de Fórmula 1. En McLaren se encontró un imperio tecnológico con unas instalaciones que triplican las dimensiones de la escudería francesa (con 400 empleados más), pero también una atmósfera menos cálida. Sus veteranos ingenieros le recibieron con admiración y respeto, pero sin la familiaridad del pasado.

Enstone fue una instalación puntera a mediados de los noventa, que ahora no puede presumir de un simulador de realidad virtual como el de McLaren. En él los pilotos se ponen unas gafas especiales y sienten el monoplaza casi como si estuvieran en la realidad. Tienen al lado un ingeniero sobre una mesa desde la que se pueden modificar los reglajes del coche. También las condiciones atmosféricas. En su lugar, en Enstone sólo tienen un simulador técnico con los datos procedentes de los circuitos. Ninguna herramienta similar para sus estrellas.

El túnel de viento de Woking es de última generación, a diferencia de la escudería francesa. Y, mientras en Enstone hay tres autoclaves para calentar las piezas de carbono, en la sede de McLaren hay ocho. El talento de los ingenieros, sin embargo, es similar, y, sin tanta pasión por el detalle, saben ganar títulos.