Marta Domínguez ya tiene un equipo de fútbol de medallas: once. Media docena las ha logrado bajo techo y el resto al descubierto. Tres oros, cuatro platas y cuatro bronces. Decíamos ayer que Marta es Marta. Claro que sí. Aunque ella asegure que no llegó a Birmingham "al cien por cien" y que se está "haciendo mayor". Una exageración. Tiene 31 años gloriosos y un horizonte lejano al que mirar. La carrera se desarrolló cómo se esperaba. La británica Jo Pavey, líder del año, tiró desde el principio y marcó todos los parciales hasta los 2.800 metros. Pero tiraba sin tirar, sin agotar las fuerzas de galgas mucho más rápidas, como la propia Marta, como la polaca Lidia Chojecka. Jo pasó los mil en 2:55.26 y los 2.000 en 5:51.58. Insuficiente para cortas las alas que llevaban en los pies la española y la centroeuropea.

Pavey no era Pavey, y no sólo no despegaba, ni por asomo, a sus dos principales oponentes, sino que incluso alguna otra enlazó con un terceto que parecía que se iba, pero que no se iba. A falta de dos o tres vueltas parecía claro que era Lidia Chojecka la más beneficiada de la situación. Iba escoltando a la británica, sin gastarse, corriendo con esa facilidad innata que posee.

Y cuando la pequeña profesora de Suedle (1,63 por 51) olió el oro, se fue hacia él de forma rotunda. Marta trató de plantear batalla, pero la mujer que el día antes había ganado en 1.500 era más veloz y estaba más fresca. Jo Pavey, por su parte, se hundía en un mar de sufrimiento, ante su público (¡cómo debe doler!) y terminaba la sexta. Feroz derrota.

¿Y Marta? Pues con otra medalla, que, como la de Gotemburgo 2006, deberá compartir con Odriozola, el presidente, que la convenció para acudir allí, entonces, y aquí, ahora. Se ve que él tiene más confianza en ella, que ella en ella misma.