Alonso no es un cualquiera

Alonso no es un cualquiera

Iba a comenzar la carrera y Fernando Alonso decía que no esperásemos milagros. Salía en sexta posición en un circuito donde los adelantamientos no son fáciles. Nos remitía al momento de la salida y a las paradas en boxes como únicas opciones posibles para mejorar posiciones. Así que nos dispusimos a ver con suma atención la salida. Salen, y Alonso, en contra de lo que es habitual en él, pierde puestos. Se ve inmerso en ese caos que se produce cuando todos los bólidos buscan un hueco, le contactan por detrás, él no adelanta a nadie y en cuanto se forma el nuevo orden de carrera, Alonso aparece en novena posición. ¡Vaya chasco!

Chasco, porque la primera opción de adelantar se había ido al traste. ¿Qué quedaban ya? Las tres paradas en boxes para ganar posiciones. La carrera pasaba a manos de los ingenieros, de los matemáticos, de los ordenadores, para que comenzaran a hacer combinaciones, a echar cuentas, y decidir el momento más indicado de repostar y cuánto combustible echar. Alonso quedaba sujeto a las órdenes de equipo, a la alta tecnología, donde se resuelven las modernas carreras de Fórmula 1. Nos agarramos como a un clavo ardiendo a la tercera parada. Alonso era séptimo, cerrando un grupito de cuatro, sin apenas diferencias entre ellos.

Alonso fue el último del grupito en repostar y cuando volvió a la pista lo hizo para ocupar el quinto puesto. Sensacional el trabajo del equipo. Entonces surgió el gran Alonso. El Alonso sorprendente. El Alonso inconformista. El Alonso que jamás defrauda. La quinta plaza, tal y como había transcurrido la carrera, era formidable. Ya no había necesidad de arriesgar. Sólo lo haría un loco o quien puede conducir por encima de la prudencia que marca los límites de cualquier piloto. O sea, un campeón. Alonso se fue a por Ralf Schumacher y le retó en plena curva. Los dos no cabían. O tú o yo. Ganó Alonso. Una manera de demostrar que él no es un cualquiera.