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CÁDIZ CF

‘Pacha’ Espino: la bondad viaja en autobús

El jugador uruguayo del Cádiz tiene una historia trufada de viajes en busca de cumplir un sueño: ser jugador de fútbol.

Maksimovic lucha por el balón con el Pacha Espino.
MARISCALEFE

En la trastienda del fútbol de élite, detrás de los focos y el glamour de la fama, los coches de lujo y las casas diseñadas para la envidia ajena existen historias de gente sencilla que permiten al aficionado de a pie identificarse con los actores principales de la película. La de Luis Alfonso Pacha Espino (31 años, Uruguay), emblema indiscutible del Cádiz, es una de ellas. Nacido en San Jacinto, una población de unos 6.500 habitantes situada 52 kilómetros al norte de Montevideo, se crió en una humilde vivienda de cooperativas en el austero barrio Unión Repeto junto a sus padres, Betty y Luis, y sus dos hermanos menores, Marcos y Andrés.

El fútbol fue su pasión desde que tuvo uso de razón y sus cualidades llamaron pronto la atención de clubs de la capital. Por ello, desde muy joven, iba en autobús desde su pueblo, en el departamento de Canalones, hasta los diversos lugares de entrenamiento de los clubs de Montevideo por los que pasó: Danubio, Huracán, Miramar y Nacional. Salía a las 6.30 de la mañana pero cuando le tocaba acudir al barrio de Tres Cruces lo hacía a las 5 porque la ruta establecida le obligaba a enlazar dos ómnibus diferentes para llegar hasta la parada más cercana al campo de entrenamiento y luego recorrer varias cuadras a pie. Incluso cuando se despertaba antes del alba, solía ser el primero en llegar. Nunca se demoró. En San Jacinto los jóvenes imaginaban un futuro relacionado con las actividades propias de la zona como la ganadería, el cultivo de hortalizas o el trabajo en la fábrica de productos cárnicos en la que pasaba largas jornadas su padre, pero él soñaba con ser futbolista de los de verdad, de esos que pelean por títulos importantes...

Lo curioso del caso es que, siendo ya profesional, e incluso habiendo sido campeón con Nacional, seguía haciendo el camino en colectivo, como lo llaman en Uruguay, porque sus primeros sueldos no estaban destinados a comprarse un coche, como hacía la mayoría de jugadores de su edad que empezaban a ganar dinero, sino a construir una casa mejor para su familia. El Pacha, apodo que le puso su entrenador en Miramar, Gonzalo Cerri, por su parecido con Mario Barilko, un futbolista con el mismo sobrenombre que hizo carrera en Uruguay, invertía todo lo que le pagaban en comprar materiales para su nuevo hogar y en el salario de los obreros. Su obsesión era mejorar la vida de su familia.

Durante diez años estuvo viajando en autobús desde San Jacinto hasta Montevideo. En ocasiones el conductor tenía que despertarlo al llegar a su destino porque se quedaba dormido, pero su mejor recuerdo de aquella larga etapa en la que recorrió miles de kilómetros son los maravillosos amaneceres que contemplaba desde la ventanilla mientras soñaba con ser futbolista como su ídolo, Martín Cáceres.

La humildad es su bandera; los valores, su Biblia y la bondad, su actitud ante el prójimo. La ostentación camina por un camino diferente al suyo. Ahora es un símbolo en Cádiz, disfruta de la ciudad, de la gente, del fútbol y, sobre todo, de su hija, Alai, y su esposa, Saralea, a la que conoció en un evento organizado en su país para ayudar a una niña enferma de cáncer en la que su futura pareja realizaba una labor social. Enamorarse de una mujer que trabajaba para los demás no fue casualidad. Pacha valora sobremanera los principios de las personas porque en su escala de valores la generosidad ocupa un lugar preferente.

Ya no viaja en autobús. Se traslada en coche mientras imagina y desea que, tal vez, algún día, pueda cumplir su último sueño, debutar con la camiseta celeste de la selección. El otro, el nuevo hogar para su familia, acogedor pero nada lujoso, construido a base de madrugones e infinidad de kilómetros durante años en transporte público para poder ahorrar, ya lo logró hace tiempo. Su entrega y esfuerzo ejemplar en el campo los aprendió de la vida y esa es la lección que quiere transmitir a la pequeña Alai. Con los ideales y principios de su padre podrá llegar lejos. Más incluso que en autobús. Ese mensaje será el mayor legado de un hombre bueno.