El sorteo de los emparejamientos de octavos de final tuvo lugar en Amsterdam el 26 de marzo de 1963. Acto austero, sencillo, sin esa parafernalia que rodea hoy estos acontecimientos. A la Selección española le correspondió en suerte el equipo representativo de Irlanda del Norte, en teoría ‘un regalito’. Pronto se confirmó, una vez más, que no hay enemigo pequeño y Villalonga tuvo que echar mano de todos sus recursos para jugarse el pase en Belfast.

En San Mamés

Se eligió Bilbao para jugar contra los norirlandeses. Villalonga hizo la concesión de seleccionar a Echeberría, Carmelo y el joven Uriarte, último cachorro de la prolífica cantera vizcaína. Se jugó mal en San Mamés y la delantera no estuvo eficaz. Para colmo, en uno de los escasos ataques irlandeses, William Irvine aprovechó un rechace de Vicente y clavó el empate. Era un mal resultado para viajar a Belfast.

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Drástico cambio

El fracaso de San Mamés motivó serias dudas en los pensamientos de Villalonga. Rectificó sus decisiones anteriores sobre la gente joven y echó mano de la experiencia y calidad de los veteranos. Villalonga llamó a los italianos Suárez y Del Sol y cambió totalmente la línea delantera recuperando al veterano Gento. La alineación española en Windsor Park presentaba hasta ocho variaciones con respecto a la de San Mamés.

Genialidad de Gento

Fue un partido dramático. El ambiente enfervorizado de un público que creía en la clasificación y el entusiasmo de los jugadores irlandeses metieron a los españoles en su propio campo. Los verdes se emplearon a fondo lanzando balones sobre la puerta del debutante Pepín, que estuvo infranqueable apoyado en una sólida defensa. Entonces no había valor doble de los goles en campo contrario y sí partido de desempate en campo neutral. No se llegó a ello porque a Paco Gento se le ocurrió una genialidad de las suyas y fabricó un gol que sería el del triunfo español, aunque se sufriría hasta el pitido final.

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Sorpresa en Holanda

Los modestos luxemburgueses pactaron jugar los dos partidos en la vecina Holanda por aquello de la mayor recaudación. Ante la sorpresa general empataron en Amsterdam. Un mes y medio después fueron capaces de superar a los tulipanes en Rotterdam. Para la selección del Gran Ducado fue un motivo de grandes celebraciones.

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Suecia con profesionales

Esta vez los suecos convocaron a sus profesionales que jugaban en el extranjero. Con ellos (Hamrin, Jonsson, Bergmark, Gustavsson...) plantaron cara a los yugoslavos en el estadio del Ejército en Belgrado y fueron capaces de superarles en Malmoe, donde actuó como ariete Simonsson que acaba de regresar a Suecia después de figurar tres temporadas en el Real Madrid. La victoria sueca se hacía más meritoria teniendo en cuenta la valía de su rival.

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Fácil para Dinamarca

Los daneses habían tenido una perita en dulce con la modesta Malta y el sorteo les deparó otra en octavos de final, en esta ocasión Albania. Perdieron en Tirana pero habían conseguido en Copenhague una renta considerable. Su capitán, Ole Madsen, había marcado cinco goles en cuatro encuentros. Era el nuevo héroe del fútbol danés.

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