El peligro de contemplar a los ultras...

Italia vive un levantamiento de los ultras contra el Estado. Es una subversión a escala limitada, porque los ultras son sólo un colectivo concreto dentro de la gran población del querido país transalpino, pero es un subversión de suficiente envergadura como para crear verdadera inquietud social. Son jóvenes bárbaros, envalentonados en su impunidad, unidos por su igual enemistad con la policía, que actúa como enemigo común, que les une, sea cual sea su bandera, esas banderas válidas para enfrentarse los unos con los otros, pero que ahora se convierten en una sola, contra el orden, contra el Estado.

Hace ya algún tiempo que el devenir natural de la dinámica violenta en que realizan sus ensueños los grupos ultras ha producido víctimas entre ellos mismos y entre la policía, con la que tienen frecuentes choques. En su enloquecida carrera, no conciben a la policía como instrumento de defensa del orden social, sino como un grupo entrometido en sus reyertas partidarias, que quisieran dirimir sin testigos ni pacificadores. Así que la policía les estorba, incluso para agredirse y matarse tranquilamente entre ellos. Y si encima la policía se equivoca, como parece ser este caso, para qué queremos más.

Y así vemos cómo el país que extendió el latín, las carreteras y el derecho romano a una región del mundo que desarrolló formidables modelos de convivencia a partir de aquello se ve ahora sacudido por un gamberrismo estéril de proporciones inauditas, Algo debemos aprender de esto: a los ultras, ni agua. La doctrina Laporta, tolerancia cero, es la única posible. Darles carta de naturaleza, elevarles a la categoría de institución paralela al propio club, les hace avanzar en su extravío, fortalecerse en su ensoñación, creerse capaces de todo. Hasta de unirse para plantearle un desafío formal al Estado.

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