"¡Qué etapón, Fernando, qué etapón!"
El padre de Fernando Escartín, Salvador, vivió la etapa del Tour de 1999 que ganó su hijo en Piau Engaly, a dos horas en coche de su casa de Biescas, de donde sale la 6ª etapa.
Salvador Escartín se levantó a las seis de la mañana para desplazarse a Piau Engaly, la estación francesa más cercana al valle de Sobrarbe, a unas dos horas en coche desde Biescas por el túnel de Bielsa. Aquel 20 de julio de 1999, la etapa reina del Tour acababa en esa cima y su hijo Fernando, que marchaba quinto en la clasificación, había marcado la jornada en rojo en el libro de ruta, porque recorría carreteras de sus Pirineos natales que conocía al dedillo.
Salvador viajó con su nieto Sergio. En Biescas se quedaron su mujer, Julia, y sus otros dos hijos, Silvia y Óscar. Era martes. Y este último se mantuvo a cargo del negocio familiar, una carpintería en la que también había trabajado el ciclista en sus tiempos mozos. Desde la localidad oscense se desplazaron otros paisanos de Fernando, en coches o en excursiones organizadas. Quienes permanecieron en este pueblo de mil habitantes tampoco se lo perdieron. Especialmente ambientado estuvo el Bar Forato, de un primo de Escartín.
El padre de Fernando no estaba acreditado, así que vio la etapa mezclado con el público, en una pantalla gigante. Escartín atacó en el primer puerto, el Ares. En el segundo, el Menté. En el tercero, el Portillon. Y por fin logró marcharse en el cuarto, el Peyresourde, aunque con compañía. En el quinto, Val Louron, ya se quedó solo. Y así afrontó la última ascensión. "A falta de cinco kilómetros, Escartín lleva dos minutos y medio sobre el grupo de Armstrong", anunció el locutor, Daniel Mangeas. Y Salvador empezó a verlo claro: "Está hecho, creo… ¡Qué etapón, Fernando, qué etapón!".
Escartín ganó la etapa con 2:01 minutos sobre Alex Zülle y Richard Virenque, y 2:10 sobre Lance Armstrong. "Los dos últimos kilómetros se me hicieron más largos que toda la etapa", dijo el aragonés. Su padre, con la ayuda de un periodista, logró acceder a la zona de podio. Allí se vieron, se abrazaron… Y Salvador rompió a llorar. En Biescas, el párroco hizo sonar las campanas. Y el equipo de fútbol puso música en su megafonía. Era el día grande de Escartín, su mejor victoria, aquella que le aupó al podio de París.