Wembanyama y París: los dos últimos pilares de la expansión
El pívot es el máximo atractivo de los partidos de la NBA en París, que enfrentarán a Spurs y Pacers por partida doble. De fondo, el sueño de la globalización definitiva y la colaboración entre Europa con la competición norteamericana.

“No vamos a hacer ningún anuncio ni hemos tomado ninguna decisión interna todavía, pero creo que tenemos una enorme oportunidad, la de llevar el baloncesto europeo a otro nivel. La calidad es fantástica, desde luego, y muchos de nuestros mejores jugadores provienen de Europa. Pero creo que es a nivel comercial donde podemos crear realmente especial”. Las palabras del comisionado Adam Silver tras la celebración de la segunda edición de la NBA Cup resuenan de fondo en París, en la cuarta ocasión en la que la capital francesa acoge la regular season de la NBA. Y la primera en la que lo hará por partida doble, con Spurs y Pacers enfrentándose este jueves (20:00), pero también el sábado a las 18:00. Para ver algo así tenemos que remontarnos a 2011, cuando Nets y Raptors disputaron dos duelos consecutivos. Entonces, la sede europea para estos partidos era Londres. Desde 2020 es París. Y ahora, con la irrupción de Victor Wembanyama, el motivo para seguir en la misma ciudad se multiplica mientras la mejor Liga del mundo busca la manera de establecerse de forma palpable y definitiva en el Viejo Continente.
Quizá el pívot sea la clave o sólo un atractivo, pero está claro que la visita de la NBA a París de este año no va a ser como las demás. Algunos de los mejores baloncestistas del mundo volverán a la misma ciudad que fue sede de los últimos Juegos Olímpicos. Y en un lugar histórico se vio una de las mayores batallas por el trono de las últimas citas. El premio tuvo el mismo dueño: Estados Unidos confirmó su hegemonía y ganó el quinto oro olímpico consecutivo, todos de forma ininterrumpida tras la debacle de Atenas en 2004. Eso sí, el torneo también fue la constatación de que el mundo ha cambiado, que la brecha entre el Dream Team y el resto del mundo ha cambiado y que, de hecho, el futuro está fuera del país norteamericano. El oro lo resolvió LeBron James, con la ayuda de Kevin Durant y la participación esencial de Stephen Curry en el momento clave de la gran final. Con 40, 36 y 36 años, el tiempo de las tres estrellas se acaba. Y lo que viene detrás es mejor en otros lugares: Nikola Jokic, Giannis Antetokounmpo o Luka Doncic. Y también Victor Wembanyama, cuyas lágrimas tras perder en la lucha por el oro fueron también su consagración como unicornio y como la próxima gran estrella del día de mañana.
En París se puede saber, o no, qué pasará finalmente con las relaciones entre la NBA y Europa, entre las dos patas del baloncesto mundial separadas por todo un océano pero cada vez más juntas. La interculturalidad es brutal ya, con ambos continentes adoptando a jugadores del otro lado. Y la permutación de ideas es también un hecho: la mejor Liga del mundo ha adoptado una Copa que este año finalizó con los Bucks como campeones en su segunda edición. Un formato muy típico en las competiciones domésticas europeas y que en la NBA se ha hecho con la intención (aunque un éxito relativo) de hacer más amena una regular season que casi siempre se acaba volviendo larga y tediosa. Más allá de los problemas a resolver inherentes al negocio del comisionado y mandamás Adam Silver, está claro que los inventos realizados en los últimos años han tenido también influencia en el Viejo Continente. Y la Euroliga ha decidido adoptar el play in que involucra a cuatro equipos (del séptimo al décimo clasificado) y da una emoción extra a un torneo ya de por sí taquicárdico, a la par que extenuante.
Un sueño... pero, ¿qué sueño?
Ahora queda el último eslabón por superar, lo último que queda por hacer. Y es el aterrizaje definitivo de la NBA en Europa, algo de lo que se lleva hablando muchos años pero que antes se decía en susurros y ahora tiene una intencionalidad mucho más clara. Está claro que Adam Silver y el conglomerado del baloncesto norteamericano relacionado con la mejor Liga del mundo quiere recalar en el Viejo Continente. El problema es que no se ha concretado nada, las pistas dadas han sido muy difusas y siempre se ha hablado de lo que se quiere, pero no tanto del cómo. Impensable en su momento, parece clara la intención de establecerse dentro del organigrama europeo y de su estructura. Los pactos y los acuerdos con Europa, así como la adaptación de la cultura de un lugar y otro y el trasvase constante de jugadores (mayor que nunca), se han sucedido en los últimos tiempos. Pero, rumorología al margen, es obvio que lo que se ha dicho porque sonaba bonito en tantas ocasiones va a acabar siendo algo nítido, certero y tangible. Real.
El sueño está cada vez más cerca, pero falta por saber qué tipo de sueño será. La NBA ya se estableció en África con la Basketball Africa League (BAL) creada en 2021, una Liga al margen y una idea que parece complicado que se adopte en Europa, con equipos tan arraigados en las competiciones ya existentes. Eso, sin tener en cuenta que ya hay hasta cuatro competiciones europeas distintas, dos pertenecientes a la Euroliga y otras dos a la FIBA: la máxima competición continental y la Eurocup por un lado; la Basketball Champions League y la FIBA Europe Cup por otro. La reacción del organismo baloncestístico, del que depende el calendario de los torneos internacionales y de esas Ventanas que tantos quebraderos de cabeza han provocado en los implicados (es decir, en todo el mundo). La situación parece insostenible y nadie sabe cuánto va a durar y el año pasado hubo un mínimo acercamiento cuando ambas instituciones se pusieron de acuerdo para que el extenuante calendario no afectara a las Ventanas y que pudieran de esa manera acudir los mejores jugadores. Pero, más allá de eso, las soluciones han sido cortoplacistas, efímeras y más de cara a la galería que dirigidas a encontrar un camino alternativo real.
Todo esto ha llenado de confusión al aficionado, inmerso en una espiral de resultados deportivos casi diarios, sin descanso para los jugadores, con desplazamientos y viajes constantes y, para los seguidores más generalistas, con partidos extraños en días raros en los que no sabes identificar qué es lo que se está jugando y qué no. Además, hay una gran oportunidad de jugar en Europa, algo que también hace que muchos clubes que en otras circunstancias lo tendrían imposible puedan acceder a según qué torneos, por muy poco renombre que tengan. Y hay más oportunidades, con la FIBA promoviendo nuevas alternativas para aumentar la competitividad. Esto ha llegado al extremo de que 12 de los 18 equipos de la Liga Endesa puedan alcanzar un puesto en alguna de las cuatro competiciones mencionadas. De forma potencial y teniendo en cuenta las fases previas, pero siendo así en última instancia. Algo exagerado e insostenible a largo plazo y a no ser que se busquen vías de acuerdo para eliminar algún torneo, acortar competiciones domésticas o elucubrar con contextos hipotéticos, pero que muchos equipos ven con buenos ojos: el de jugar solo la Euroliga abandonando las Ligas nacionales. No parece que vaya a darse, pero tampoco es una locura.
La situación viene heredada del conflicto que tuvo lugar en el 2000, en los albores de una división imperdonable que acabó con la antigua Copa de Europa. La FIBA convirtió la competición en la Suproliga para firmar un contrato televisivo millonario con la empresa suiza ISL (en su momento muy vinculada a la Federación Internacional). Ante esto, los grandes clubes del continente, que sintieron que no se había contado con su opinión, decidieron crear su competición al margen de la FIBA. Entonces, todavía bajo el paraguas de la ULEB (Unión de Ligas Europeas), nació la Euroliga. La Suproliga no tardó en desaparecer y la Euroliga quedó como competición dominante, con los clubes como máximos poderosos y sin un organismo claro que esté por encima. También heredó la historia y el palmarés de la Copa de Europa. Y su hegemonía se ha mantenido hasta hoy, por mucho que la FIBA haya intentado socavar con intentos fallidos un poder incuestionable. Con Jordi Bertomeu como director ejecutivo de la Euroliga (2000-2022) y el fallecido Patrick Baumann en el puesto de Secretario General de la FIBA, la tensión llegó incluso a lo personal. Hoy, tampoco es que haya mejorado mucho la cosa, aunque la animadversión manifiesta no es tal. Dejan Bodiroga es presidente de la Euroliga y Paulius Motiejunas, el CEO. En la FIBA, por otro lado, Andreas Zagklis es secretario general de la FIBA y el español Jorge Garbajosa presidente de su rama continental, FIBA Europa.
Todo indica a que si la NBA hace algo en Europa lo hará con FIBA. Primero, porque Mark Tatum, vicecomisionado de la competición norteamericana y mano derecha de Adam Silver tiene una excelente relación (o eso dice la propia Federación Internacional) con la organización mundial. Y segundo, porque es la opción es más real, los rumores sobre el tema se han relacionado más con dicha asociación y las relaciones están en consonancia a los torneos internacionales, con embajadores criados en el seno del baloncesto europeo pero que también han pasado por la NBA. Lo lógico también sería pensar que, debido a la ingente cantidad de competiciones existentes, no será un torneo extra el que se anunciará. Entonces, ¿qué es lo que va a hacer la mejor Liga del mundo en Europa? ¿Cómo va a convivir esto con el baloncesto del Viejo Continente? En caso de darse, ¿cómo afectará esto a las relaciones entre la Euroliga y la FIBA? ¿Podrá coexistir todo en el mismo universo? Y, sobre todo, ¿querrá la NBA estar en un acuerdo con la FIBA y renunciar así a la posibilidad de establecer relaciones con los mejores clubs de Europa? Esa será, en última instancia, la clave de todo el acuerdo. Si finalmente se lleva a cabo el experimento lo ideal es que estuvieran involucrados en el mismo Real Madrid, Panathinaikos... Especialmente, con el cada vez más sonoro debate sobre la capacidad que tendrían según qué equipos en ganar a los otros. Veremos.
Wembanyama y el poder del unicornio
En lo deportivo, importe más o menos, todo gira en torno a Victor Wembanyama. El último gladiador, un hombre con una exposición pocas veces vista, semejante incluso a la que tuvo Yao Ming, aunque éste lo hiciera en el mercado asiático. Otro embajador de la FIBA que viene de un continente al que ya se han abandonado, es lo que dicta la economía, tanto el baloncesto estadounidense como el europeo. El pívot es lo que necesitaba la NBA, que buscaba desesperadamente un nuevo héroe mientras veía como iban envejeciendo las leyendas y nadie tomaba el relevo de un LeBron James casado con la eternidad. Y emergió el francés, nacido en Le Chesnay, a 22 kilómetros de París, la misma comuna en la que nació Nicolas Anelka en 1979. Wembanyama ha superado el nivel de exposición de la generación europea anterior: Nikola Jokic y Giannis Antetokounmpo tuvieron un crecimiento paulatino antes de convertirse en lo que son hoy en día. Luka Doncic tiene una gran repercusión en Europa por su pasado en el Real Madrid, pero protagoniza permanentemente una película que ya hemos visto mientras se suceden oportunidades frustradas de anillos que ya veremos si llegan. Ninguno es lo mismo. O todos lo son. A veces coincide.
A Wembanyama le acompañaba el pasado en el que no participó y un futuro que quiere que sea suyo. Ver driblar a un pívot de 2,24 y lanzar triples (en otro debate en el que ahora no se va a entrar) era algo impensable antes, y una tónica convertida en santo y seña ahora. Y todo ello en la ciudad de la luz, la máxima ponencia de la romantización del amor. Un lugar, además, en el que jugaba Wembanyama cuando estaba en el Metropolitans 92 (desaparecido tras su marcha a la NBA) y donde está ahora el Paris Basketball, la revelación de la máxima competición continental, vigente campeón de la Eurocup y además un equipo que juega con el mismo estilo imperante en la NBA: carrera, velocidad y muchos triples. El Accor Arena, un recinto multiusos ubicado en el bulevar de Bercy con capacidad para 14.000 espectadores, será testigo de un duelo en el que los Pacers serán los invitados de honor, repitiendo la presencia que ya tuvieron en 2017 ante los Nuggets, cuando perdieron por 140-112. Ahora, la historia es otra: Rick Carlisle es el entrenador y Tyrese Haliburton una estrella que intenta emerger para volver al nivel que tuvo hace ya más de un año. Aparte de eso, todos los focos serán para Wembanyama. Que se hace grande incluso al lado de los últimos finalistas de la Conferencia Este, un honor que se vendió barato en una temporada en la que la competencia fue mínima en esa costa de Estados Unidos. Y así sigue.
Los Spurs irán con Wembanyama y todo su séquito, pero no con un Gregg Popovich que sigue su camino a la recuperación, pero que ya ha avisado que su intención es volver a las pistas. Por ahí andará también Tony Parker, otro embajador que además está relacionado con la parte más brillante de la historia de la franquicia texana, esa que lideró un Tim Duncan seleccionado en el número 1 del draft 25 años antes que Wembanyama. Esa decisión dio como resultado cinco anillos. Ahora, la historia la escribe el flamante pívot de 21 años (cumplidos este 4 de enero), que será el más solicitado para conceder entrevistas, hablar con propios y extraños, atender a diestro y siniestro y pasearse por una ciudad bohemia y cosmopolita, llena de contrastes; y que viajará por su parte más lujosa y luminosa durante cinco días y dos partidos en los que habrá de todo, pero mucho baloncesto y mucho de héroe francés. Y, de fondo, una expansión cada vez mayor, que empezó con David Stern y tendrá el cierre de su círculo con Adam Silver. No sabemos de qué forma, pero sí que hay una intención clara, que las relaciones son más estrechas que nunca y que habrá un paso definitivo. Y que París, sede este año de los partidos de la NBA en Europa (ya ha ocurrido y volverá a ocurrir), será la ciudad en la que se siga fortaleciendo y regando una flor que no para de crecer y que está más cerca que nunca de abrazarse a la primavera. Llegó a hora de la expansión. La de la unión. Y la de Victor Wembanyama. El último pilar de un sueño que está más cerca que nunca de convertirse en realidad.
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