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La expansión es inevitable

Aunque Adam Silver asegura que las conversaciones definitivas no llegarán en el corto plazo, parece claro que la NBA dará el salto de 30 a 32 franquicias.

La expansión es inevitable

Esta es la actualización de un artículo publicado el 17 de diciembre de 2023, puesto al día con las nuevas informaciones sobre la expansión de la NBA y las explicaciones que dan en un artículo de ESPN los periodistas Tim Bontemps, Kevin Pelton y Brian Windhorst.

La expansión de la NBA está ahí, se está convirtiendo en un soniquete, un horizonte hacia el que se cabalga pero al que parece que nunca se llega. Se llegará. Adam Silver lo ha dicho todo lo claro que se puede decir ya que no puede decirlo todo lo claro que en realidad lo debe tener a estas alturas. Un destino “invariable” y una “progresión natural” para la liga en palabras de un comisionado cuya hoja de ruta ha tenido siempre un orden claro: el nuevo convenio colectivo, los nuevos derechos televisivos y después, entonces y solo entonces sí, la expansión.

Lo primero, el nuevo marco laboral que rija la relación franquicias-jugadores (empleadores-empleados) se acordó sin dramas ni conflictos públicos. Así ha sido siempre en una etapa con Silver al frente (desde 2014) en la que la NBA se ha convertido en una balsa de aceite en lo que se refiere a las relaciones entre sus actores principales. Sobre todo, en comparación con tiempos pasados. La bonanza económica (ahora mismo perpetua y a prueba incluso de pandemias) ha endulzado los ánimos. También los equilibrios de Silver, que con una mano contenta a los propietarios y con la otra hace que los jugadores se sientan casi más socios que trabajadores. Unas veces para bien… y otras no tanto. El nuevo convenio abre para los próximos años, siempre es así pero en este caso las medidas son verdaderamente transformativas, un escenario inédito en las relaciones laborales de la NBA. Apenas estamos empezando a comprender y anticipar las consecuencias.

Los contratos televisivos también se cerraron y en cifras no sólo de récord: por encima de unas previsiones que meses antes parecían descabelladas. Ya se sabe, la madre del cordero, la gallina de los huevos de oro y el fundamento de la excelencia económica (una burbuja que no para de inflarse) en la que vive, al galope, la NBA. Que, aunque ahora no lo parezca, conoció tiempos mucho más oscuros. Los contratos televisivos sustentan de forma troncal los beneficios de franquicias (propietarios) y (a través de los ingresos relacionados con el baloncesto: BRI) jugadores, ya que esas cantidades inciden de forma decisiva en el salary cap, el dinero del que dispone cada equipo para los salarios anuales de su plantilla.

El valor medio de las franquicias ya supera los 3.500 millones de dólares. Y el de los salarios de los jugadores está por encima de los 11. Nadie quiere tocar esa dinámica y por eso el último convenio se cerró sin sangre y con muchos acuerdos que parece difícil que se hubieran pactado si cualquier cuenta no se acabara traduciendo, como pasa ahora, en mucho dinero para todos.

La NBA pasó con su anterior acuerdo televisivo a triplicar sus ingresos anuales por este concepto. Disney (ESPN y ABC) y Turner (TNT) aceptaron pagar 24.000 millones por un tramo de nueve años (2016-2025) que está a punto de concluir. Ahora, esas cifras que fueron un récord histórico han quedado absolutamente desfasadas. En la temporada 2025-26, cuando acabe la que comenzará el próximo mes, entrarán en vigor unos nuevos contratos televisivos que ya tienen forma definitiva: 76.000 millones de dólares por once años. Más incluso que los 75.000 que en 2021 puso sobre la mesa el periodista Jabari Young (CNBC) para revuelo de muchos, que pensaron entonces que eran cifras disparatadas. El anterior acuerdo, que ya daba vértigo, casi triplicaba la cifra anterior. Ahora, con ese 76.000x11, entraremos en el rango de los más de 6.900 millones anuales. Otra vez cerca del triple.

Con esto se asegura, desde luego, que durante unos cuantos años el cap subirá el máximo del 10%, el tope fijado por el convenio para evitar deformaciones en el momento del gran impacto del nuevo acuerdo. Así sucedió en 2016, cuando el tope saltó en un año de 70 a 94 millones (marcha ya por 136), un impulso hacia el híperespacio que provocó tal distorsión del mercado que siguieron veranos de más tiento por parte de las franquicias y, por lo tanto, menos poder negociador de los jugadores. Eso, tener demasiado dinero, también se ha tenido que regular y ahora las ganancias se prorratearán durante el futuro a medio plazo y garantizarán la riqueza de una NBA cuyos mejores jugadores entrarán aproximadamente en una década en los contrato de tres cifras, en el rango de los 100 millones anuales.

La proyección de estos acuerdos que ya son una realidad influyó de forma obvia en las ventas de franquicias de los últimos años: en sus altísimos precios y en el interés por hacerse con ellas. En 2021, la venta en diferido que ahora está atascada (al menos hasta noviembre) de Minnesota Timberwolves valoró la franquicia en 1.500 millones. Desde entonces, otras tres se han vendido por estimaciones totales mucho más altas, con los Suns y los Mavericks ya en el rango de los 4.000 millones de dólares. Ahora es el campeón de la NBA, los históricos Boston Celtics, los que van a cambiar de propietarios en los próximos meses. Antes del anillo de junio, Forbes valoraba la franquicia en unos 4.700 millones. El precio final, ya aterrizado en el mercado, será seguramente más alto. Aquí aparece un factor clave de cara a la llegada de nuevas franquicias: cuanto mayor sea el precio estimado de los equipos, más tendrán que pagar los recién llegados a los otros treinta propietarios para entrar en la Liga. Ahora mismo, y con la valoración de los equipos en permanente ascenso, la NBA no tendrá prisa en el cortísimo plazo y querrá esperar, seguramente, como mínimo a que se vendan los Celtics y el precio de la operación resetee, otra vez, lo que creemos que vale un equipo.

Después de la televisión, la expansión

Después de ese acuerdo, para la NBA un éxito masivo al que ya se le habían ido poniendo andamios (impactos televisivos como el play in y el In Season Tournament, las nuevas normas para controlar los descansos no justificados de los jugadores…), era el momento de hablar de la expansión. Públicamente, porque entre bastidores las aguas ya se están moviendo, tal y como confirmó hace meses el periodista Mike Vorkunov, que dibujó en The Athletic un panorama de preguerra, contactos entre grupos inversores, grandes bancos, empresarios que saben que tienen que amasar hoy las ventajas que serán definitivas mañana.

Ahora, y según los especialistas de ESPN, la expansión es básicamente inevitable. Adam Silver dijo hace unos días que no era el momento para hablar de ello, pero también que el momento podría llegar durante esta misma temporada. En plazos normales y en el mejor caso, eso sí, no sería antes de la temporada 2027-28 (con opciones, pero escasas, para la 2026-27) la llegada de dos nuevas franquicias (dos, para mantener la paridad: 32 en vez de 30). El último en la fiesta, Charlotte Bobcats (luego otra vez Hornets), se construyó en dos años: se anunció en 2002 y ya estaba jugando en 2004. Pero era un caso atípico porque no hubo puja y se trataba, en la práctica, de reemplazar la estructura que ya había existido y que se había trasladado a Nueva Orleans (primero Hornets, luego Pelicans). Para la NBA, conviene recalcarlo, un anuncio más tardío puede hacer que el dinero que recibirá de forma directa sea mayor, vinculado a esa valoración de las franquicias a la que no se le avista freno.

Porque, finalmente, la cuenta es económica. Los jugadores no tienen voz ni voto en este asunto, aunque con más equipos hay más fichas que ocupar y más mercado que agitar, así que en principio no son un enemigo natural de la expansión. Y las franquicias tienen que decidir entre los ingresos a medio y largo plazo y la inyección de impacto, en el primer momento. Los nuevos equipos tienen que pagar la cuota que se establezca, y que podría pasar de 5.000 millones en la situación actual del mercado. Es un dinero que no afecta a los jugadores ni al salary cap y que va directamente a los otros 30 propietarios. Y que podría ir, en esas cantidades citadas, más allá de los 10.000 millones. Es decir, casi 350 millones para cada propietario. Sin embargo, la propia NBA se dividirá en 32 partes y no 30. Toda la tarta de beneficios tendrá dos nuevos comensales y los equipos tampoco tendrán ya el 3,3% de la Liga cada uno. Son pequeños porcentajes pero un reguero importante de dinero en el largo plazo, año tras año. Para compensar esto, los ingresos son cada vez mayores, así que las cantidades totales que reciben los equipo de lo que gana la NBA no se resentirá demasiado aunque sí lo haga el cacho que se llevan.

Poner una franquicia NBA en marcha a partir de la (aparente) nada no es algo que se haga en dos mañanas. Es una estrategia que anticipa pero también transforma, ya lo está haciendo, el futuro de la NBA. Y que parece una certeza por una serie de razones que tienen que ver con la citada paz social que dibuja un escenario limpio de obstáculos; el volumen de talento que permite pensar que el producto no se resentirá (las plantillas se alargan cada vez más con más jugadores útiles); el empuje de grandes mercados y lugares que son considerados ciudades de baloncesto y la explosión de interés (como hecho generador de contenidos 24 horas al día y siete días a la semana) de la NBA. Y hay que insistir: por el dinero, claro, sobre todo por el dinero.

Hay mucho dinero. La NBA superó en el curso 2021-22 los 10.000 millones de ingresos por primera vez (recordemos: está en 2.700 al año solo en unos contratos de televisión que se van a volver a disparar en el futuro próximo). Y habrá más. Eso hace que halcones del mundo de los negocios tengan la vista puesta en los movimientos de Adam Silver. Y también que los actuales propietarios (un núcleo últimamente convulso: cambios en Suns, Bucks, Mavericks, Hornets…) aflojen los prejuicios contra esa matemática básica que dice que con dos equipos más (de eso se habla) habrá que repartir la tarta en 32 porciones y no en las 30 actuales. Sin embargo, y es parte de lo que queda por limar, parece que no todos los propietarios lo ven tan diáfanamente claro y hay un puñado de ellos que siguen viendo con reticencia la ampliación.

¿Es eso un problema? Sí. Pero se cuenta con generar tanto que el porcentaje será jugoso en todo caso y con que la entrada en el club NBA, lo que hace un par de años se cifraba en unos 2.500 millones de dólares, vaya a costar, casi seguro y finalmente, más del doble. El proceso para la expansión es más o menos ese: la NBA abrirá un periodo en el que permitirá que se hagan ofertas. Por eso saldrán nombres más allá de los que tiene todo el mundo en la cabeza, Las Vegas y Seattle. Porque realmente habrá otras ciudades interesadas y porque a la propia liga le conviene que la puja dispare sus decibelios. También le sirve para separar la paja del trigo. Se entenderá que el que no ponga de inicio muchos billetes encima de la mesa, no irá en serio. Se alentará que suban las apuesta y tal vez se descubra que hay opciones mejores que las que se consideraban darlings a priori. En la expansión de finales de las ochenta (luego iremos con ella) se pensaba añadir dos equipos y acabaron llegando a la NBA cuatro. Las candidaturas eran demasiado sólidas como para obviarlas.

¿Los plazos? Como ya se ha dicho, la última vez que se añadió un equipo fue en 2004: Charlotte Bobcats, hoy Charlotte Hornets. Y, también como ya se ha dicho, fue un caso atípico. Solo pasaron dos años desde que los Hornets originales (luego Pelicans) se fueron a Nueva Orleans (2002). Ese mismo verano se abrió el proceso, en diciembre ya había ganador (un grupo liderado por Robert Johnson), en enero de 2023 se tenía el OK (asunto crucial) del resto de los propietarios; en junio el equipo tenía nombre y un año después, en junio de 2004, realizó su draft de expansión. En la temporada 2004-05 ya estaba en las pistas. Esto, en todo caso, no es lo normal. Entonces se aprovechó la inercia del cambio y se aceleró para evitar problemas legales con el traslado a Nueva Orleans y la salida de Carolina del Norte. Los cuatro equipos que llegaron en los ochenta lo hicieron tras un proceso que duró tres o cuatro años, según el caso. Los dos de los noventa, en dos años y medio. Así que la cosa no está realmente próxima. Quizá sí la oficialidad de la expansión, no todavía que veamos una liga con más de 30 equipos compitiendo. Pero llegará.

Así es la propia naturaleza de las ligas profesionales estadounidenses. La WNBA nació con ocho franquicias (en 1997) y llegó a tener 16 antes del paso de la propiedad centralizada por la competición a los propietarios individuales. Desde ahí, y entre dolores de crecimiento, bajó hasta las 12 que ha tenido desde 2010. Pero ahora, en su mejor momento a todos los niveles (deportivo, social, mediático), vuelve a crecer: en 2025 debutará el equipo de la Bahía de San Francisco (Golden State Valkyries), que ya ha vendido más de 17.000 abonos, un récord absoluto. En 2026 entrarán nuevos equipos con sede en Toronto y (recién anunciado) Portland. Y el plan de la Liga es volver a 16 con 2028 como horizonte y mercados muy sugerentes: Philadelphia, Colorado, Nashville, Sur de Florida... La llegada de Caitlin Clark, la inminente (para la próxima temporada) de Paige Bueckers y la de JuJu Watkins en 2027 hacen pensar en una verdadera edad de oro para una competición que multiplica sus audiencias, y sus cifras de asistencia y venta de merchandising, pero que mantiene serios retos para el futuro. Dentro del último acuerdo televisivo de la NBA, que sigue ejerciendo de paraguas de la competición femenina, la WNBA se aseguró 2.200 millones para un período de once años. Unos derechos que rondan los 60 millones al año saltarán a unos 200, pero en plena revolución Clark las pérdidas de la competición llegarán a unos 50 millones. Entre otras cosas, porque se ha invertido en un plan de vuelos charter para que las jugadoras (una de sus exigencias más ruidosas... y lógicas) dejaran de desplazarse en vuelos comerciales. Pero, sobre todo, porque a la WNBA apenas le caen el 40% de los ingresos que genera: poco más de 100 millones en 2019, unos 200 en 2023. La NBA se lleva otro 40 y los inversores que entraron en la Liga con 75 millones por delante se llevan otro 20% (desde Nike a personalidades como Pau Gasol, Baron Davis, Condoleezza Rice...). Pero, entre las luces y sombras de un crecimiento incuestionable, la máquina de la expansión está en marcha.

Así se hace una plantilla en un equipo nuevo

El draft de expansión, la forma de poner jugadores en un equipo que todavía no los tiene, es una de las cosas que más curiosidad provoca en este proceso que la NBA no vive desde hace casi dos décadas. Entonces, para alimentar el roster de los Bobcats, se realizó un draft específico un 22 de junio, dos días antes del convencional. Y se establecieron estas normas (habrá otras cuando toque, pero estas son las últimas que hemos visto en la NBA): los Bobcats tenían que escoger un mínimo de 14 jugadores y un máximo de 29 de entre los que tenían contrato o fueran agentes libres restringidos (estos pasarían a negociar con ellos sus contratos en situación de agentes libres no restringidos). Los agentes libres sin ataduras (no restringidos) quedaban fuera de este proceso. Solo podían elegir un jugador de cada una de las demás franquicias, nunca más de uno de la misma plantilla. Cada uno de los otros 29 equipos podía proteger a ocho jugadores que serían intocables y no podrían ser seleccionados por los Bobcats. Si alguno no tenía ocho con contratos en vigor (o agentes libres restringidos) al final de la temporada, tenían la obligación de dejar al menos uno liberado, seleccionable. Además, todos podían entablar negociaciones con los Bobcats sobre a quién cogían o a quién no con rondas de draft, dinero u otros jugadores implicados.

Las Vegas, Seattle... y también otras opciones

Todo el mundo, más o menos, da por hecho que las nuevas franquicias serán para Seattle y Las Vegas. Ambas llevan tiempo moviéndose en esa carrera de posiciones a la que otros puede que lleguen demasiado tarde… o desde demasiado atrás. Seattle es una vieja cuenta pendiente de la NBA desde un asunto sucio en el que influyeron (siempre es así) problemas con el pabellón y movimientos en la sombra del grupo que se acabó llevando a los históricos Supersonics a Oklahoma City, convertidos en Thunder. Seattle es el principal mercado de Estados Unidos sin franquicia NBA, ya estuvo a punto de regresar a través de la compra de Sacramento Kings (en 2013) y tiene un pabellón (el de las Storm de la WNBA) perfectamente listo para su uso como instalación NBA. En ese recinto tiene mano, además, el grupo inversor (Oak View Group) que también mueve los hilos de la candidatura de Las Vegas. Conviene recordar que, si vuelven (o más bien cuando vuelvan) los Supersonics recuperarán su nombre, sus colores y su historia. Así lo permite el acuerdo al que llegaron con OKC en el momento del doloroso traspaso. Por eso los Thunder no fueron OKC Sonics y por eso no lucen las banderas de los de Seattle, como la de campeones de la NBA en 1979. Otros datos (estadísticas históricas, sobre todo) sí están ahora mezcladas, pero ahí también habrá división. Seattle tendrá lo suyo, Oklahoma City se quedará con lo exclusivo de los Thunder.

Las Vegas se ha convertido en el epicentro de los movimientos del deporte estadounidense: han llegado la Fórmula 1, la NFL (incluida la Super Bowl 2024), la WNBA (con muchísimo éxito: las Aces llevan allí seis años y han ganado dos títulos), la NHL, está en camino (aprobado) la MLB… Innegable como hecho de negocio, su relación con la NBA se alarga a la Summer League, las concentraciones de la selección de Estados Unidos, eventos y el equipo Ignite de la G League… el citado Oak View Group, que quita y pone mucho en estos últimos movimientos en la sombra, tienen compradas 27 hectáreas para hacer un nuevo pabellón que puede estar listo en 2026, un timing que encaja con los pasos ejecutivo que va dando la NBA. Según el periodista Tashan Reed (The Athletic), ese pabellón se hará con una inversión privada de más de mil millones y formará parte de un casino/resort que va a costar más de 10.000 y que podría ser otro paso en esa relación cada vez menos disimulada y más íntima de la NBA con un universo, el de las apuestas y el juego, que hace no tanto era anatema. Además, en el proyecto de tren de alta velocidad que unirá la ciudad con Los Ángeles está metido Wes Edens… que ahora es copropietario de los Bucks. Hasta LeBron James ha hablado de lo apetecible que sería entrar en un nuevo equipo ubicado en Las Vegas. Y LeBron no solo tiene mucho dinero: también está involucrado en el Fenway Sports Group que controla el Liverpool, Boston Red Sox o Pittsburgh Penguins.

El asunto parece claro, y de hecho Adam Silver se refirió en julio a Las Vegas como “la franquicia 31 de la NBA” en relación a la cada vez más intensa relación entre la Liga y una ciudad que no tiene equipo... todavía. Pero hay más: Ciudad de México tiene el atractivo de la globalidad y la expansión internacional, unos horarios ajustados a los estadounidenses y un equipo de la G League (Capitanes) que dobla en asistencia de público a cualquier otro de la Liga de Desarrollo.

Y hay más: Vancouver (que ya tuvo a los Grizzlies) y Montreal, la ciudad más poblada de Canadá después de Toronto, donde los Raptors son un éxito rotundo, comparten con la candidatura mexicana el atractivo del toque internacional sin salir de Norteamérica. San Diego es un mercado que no puede permitirse tener solo, en deporte profesional, su equipo de la MLB (Padres). Ahora está sin nada en NFL, NHL, MLS y una NBA donde acogió a Rockets (antes de irse a Houston) y Clippers (en tránsito hacia Los Ángeles). Louisville tiene el encanto de Kentucky, esa región donde el baloncesto universitario es una religión y es, además, una vieja candidata que ya tentó en el pasado a Grizzlies (fue finalista con Vancouver), Cavaliers, Braves, Rockets… Kentucky también tuvo al equipo (Colonels) que más partido ganó en la historia de la ABA. Es tierra de baloncesto. Kansas City (donde jugaron los Kings) o Pittsburgh son otros clásicos de este tipo de artículos… cuyas opciones parecen realmente escasas. Al menos, hasta que empiece la puja.

Si los elegidos son, y eso sería lo escandalosamente normal, Seattle y Las Vegas, ambos equipos entrarían en una Conferencia Oeste que pasaría a tener 17 equipos. Para volver al reparto equitativo (sería 16-16), una franquicia tendría que irse al Este. Las candidatas obvias son tres: Memphis Grizzlies, New Orleans Pelicans y Minnesota Timberwolves. Las dos primeras están más al este, pero tienen a buenas distancias de vuelo a varios equipos que juegan en la Conferencia Oeste: los tres texanos (Mavericks, Spurs, Rockets) y los Thunder. Los Wolves son menos orientales pero están más aislados: la ciudad del Oeste que está más cerca de Minnesota es Denver. Hay cinco franquicias del Este (Milwaukee, Chicago, Indianápolis, Detroit y Cleveland) más cerca y una (Toronto) a una distancia similar. Así que, tal y como sugiere ESPN, este escenario es ahora mismo el más probable: Las Vegas y Seattle al Oeste, Minnesota Timberwolves al Este.

Está escrito en la historia de la NBA

Porque, en todo caso y salvo giro muy sorprendente, la expansión se hará. Parece absolutamente inevitable. Y Adam Silver, más allá de la conveniencia del asunto y un timing que parece perfectamente preparado, tiene razón en una cosa: es un proceso natural en la NBA. Que no nació, aunque lo parezca porque lleva mucho con este formato, con sus treinta equipos divididos en dos Conferencias simétricas (quince y quince). La Liga comenzó en 1946 como BAA (Basketball Association of America) y con once equipos. Sumó en 1948 a la NBL (National Basketball League) y pasó a llamarse NBA, dentro de un tramo de veinte años (1946-66) en el que osciló entre un pico de 17 equipos y un valle de ocho (en la temporada 1947-48 y entre 1955-61). Por entonces, el negocio no era ni mucho menos tan boyante. Entre 1966 y 1980 se articuló la NBA moderna, con la llegada de once equipos, el núcleo de los que ahora tenemos en competición (en el inicio de 1946 estaban, por cierto, Knicks, Celtics y los Warriors afincados en Philadelphia: fueron el primer campeón).

En 1966 llegó Chicago Bulls, en 1967 San Diego Rockets y Seattle Supersonics, en 1968 Phoenix Suns y Milwuakee Bucks. En 1970 Buffalo Braves (hoy Clippers), Cleveland Cavaliers y Portland Trail Blazers. En 1974 se creó New Orleans Jazz (en (Utah desde 1979) y en 1976 se produjo la fusión (absorción, en realidad) con la ABA, de la que saltaron a la NBA cuatro supervivientes (los citados Colonels se quedaron a las puertas): San Antonio Spurs, New York Nets, Indiana Pacers y Denver Nuggets. En 1980, finalmente, se crearon los Mavericks en Dallas.

Durante ocho años (1980-88) la NBA tuvo 23 equipos. En 1988 llegaron Charlotte Hornets y Miami Heat, en 1989 (misma expansión dividida en dos fases) Minnesota Timberwolves y Orlando Magic. A esos 27 se unieron en 1995 Toronto Raptors y los Grizzlies que comenzaron en Vancouver y se mudaron después a Memphis, en 2001. En 2004, finalmente, llegó la franquicia número 30 en la última expansión (por ahora): Charlotte Bobcats. Esa es la clave: por ahora

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