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LOS ANGELES LAKERS

El mayor desastre de Kobe

Los Lakers llegaron a trompicones a las Finales de 2004, pero fueron despedazados por los Pistons. Kobe, en los últimos coletazos de su relación con Shaq, sufrió una auténtica tortura en los tres partidos en Detroit.

Kobe Bryant recibe una técnica por parte del árbitro Dick Bavetta durante las Finales.
Jed JacobsohnGetty Images

El favoritismo de los Lakers para las Finales de 2004 pronto se diluyó. Los 75 puntos anotados en el primer partido, 23 menos que la media de los que promedió el tercer mejor ataque de la NBA, demostró que las cosas no iban a ser fáciles. Y que el desenlace de la dinastía de la fiebre amarilla, que llegaba a dicha ronda por cuarta vez en cinco años, estaba más cerca que nunca. Y en el primer asalto ante los Pistons se empezó a ver que los angelinos no iban a aprobar ese examen habiendo estudiado el último día. Las semifinales de Conferencia ante los Spurs, con el tiro de Derek Fisher a cuatro décimas en el quinto encuentro, salvó al equipo de Phil Jackson de una situación ignominiosa, la de caer en segunda ronda tras haber formado un equipo de ensueño, con Karl Malone y Gary Payton acompañando a Kobe Bryant y Shaquille O’Neal. En las finales del Oeste, los Timberwolves llegaban con muchas lesiones y Kevin Garnett bastante hizo alargando la serie hasta los seis partidos. Todo eso dio un aire de falso favoritismo a unos Lakers que, en realidad, no llegaban bien. Y que terminaron peor.

La temporada 2003-04 fue una auténtica pesadilla para los angelinos, que habían perdido ante los Spurs en semifinales de Conferencia unos meses antes. La acusación por agresión sexual sobre Kobe pesó mucho en el seno del equipo, al igual que su animadversión declarada con Shaquille, una relación siempre llena de altibajos pero que explotó de forma sideral ese curso. Malone y Payton buscaban un anillo con el que justificar sus longevas carreras y no querían saber nada del tema. Mientras tanto, Phil Jackson tiraba más hacia el pívot en contraposición a Tex Winter, que prefería al escolta; al igual que Jerry Buss, el dueño de la franquicia, que se alarmó cuando O’Neal le pidió una extensión a inicios de curso de 60 millones de dólares, un precio demasiado grande para una estrella que empezaba a perder luz. Además, el contrato de Jackson, el más alto de la NBA, terminaba esa temporada. Y la situación se hizo tan insostenible que la opinión pública se dividió entre los que apoyaban a un jugador o a otro. Ese fue el mantra de esa temporada, a priori la última de una pareja histórica. Algo que iba a ocurrir en la teoría y que lo hizo también en la práctica. El peor final para un proyecto extraordinario.

La imagen de la derrota.
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La imagen de la derrota.LUCY NICHOLSONREUTERS

Los Lakers llegaron perezosamente a las 56 victorias, sin brillo. Como si pensaran que el anillo iba a llegar por sí solo. Y con situaciones bochornosas: si Kobe hablaba con un periodista Shaq no lo hacía, y viceversa. En un entreno, el pívot quiso atizar a Bryant por declaraciones que hizo éste públicamente. Eso sí, se firmó la paz en playoffs: Phil Jackson supo que no le iban a renovar y se centró en ganar otro anillo, que sería el décimo para él, algo que no llegaría hasta 2009. Y las cosas parecieron funcionar en la fase final, con situaciones de cierta suerte y cambios sustanciales. Payton, poco proclive al colaborativo triángulo ofensivo del entrenador, empezó a jugar menos en los finales de partido a favor de Fisher. Malone arrastraba problemas físicos tras toda una vida en los Jazz al lado de John Stockton. Durante la temporada, al primero cumplió 35 años y el segundo 40, y sus habilidades defensivas habían decrecido al tiempo que lo hacía su físico. Pero los Lakers consiguieron alcanzar las Finales, algo que les ponía como favoritos ante los Pistons, principalmente por la enorme brecha que había ese año entre el Este y el Oeste, una que se tardó mucho tiempo en recuperar tras la segunda retirada de Michael Jordan, en 1998. His Airness ya había confirmado su tercera y última tras su breve etapa en los Wizards. La NBA bebió de la narrativa de Kobe y Shaq. Todo el mundo quería saber cómo acabaría aquello.

Y lo hizo mal. Los Pistons, que habían fichado al nómada Larry Brown como entrenador, empezaron la temporada eligiendo a Darko Milicic en el segundo puesto del draft y la acabaron ganando el anillo, sin protagonismo de la adquisición veraniega pero sí con la de septiembre, un Rasheed Wallace que terminó de apuntalar el proyecto. La entidad de Detroit, en una nueva versión de los Bad Boys, practicó una de las mejores defensas del siglo XXI y se hizo con el tercer título de su historia tras los conquistados en 1989 y 1990. Los Lakers no superaron los 100 puntos en ninguno de los cinco partidos, sólo uno por encima de los 90, en un partido en el que hubo prórroga, llegaron a 99 y ganaron. El resto fueron los 75 del duelo inicial, los paupérrimos 68 del tercer asalto y los 80 y 87 de los dos duelos siguientes. Los Pistons llegaron incluso a los 100 en el choque final, toda una fiesta en el antiguo Palace, donde meses después se viviría una infame pelea con Ron Artest de protagonista y en la que tanto los flamantes campeones como los Pacers tuvieron un comportamiento más que cuestionable. Esa es otra historia: en esta, Larry Brown consiguió por fin su ansiado anillo, la defensa reinó sobre la NBA... y Bryant y Shaq separaron sus caminos. No podía ser de otra manera.

La tortura de Kobe

Es curioso que Kobe protagonizara uno de los mejores partidos de su carrera en una de las peores series de su carrera. Tras irse a 25 puntos en 27 tiros en el duelo inicial, consiguió 33, con 4 rebotes y 7 asistencias, en el segundo. Y forzó la prórroga con un lanzamiento para los anales que habría sido histórico si, como se previó entonces, los Lakers hubieran dado la vuelta a la eliminatoria. Nada más lejos de la realidad: la Mamba Negra, mentalmente castigado por una temporada que se le hizo eterna y en la que siempre estuvo en el ojo del huracán (por unos motivos o por otros) desapareció por completo en Detroit. En los tres últimos partidos se fue a 11, 20 y 24 puntos, con unos porcentajes de lanzamiento misérrimos: 19 de 59 en tiros de campo y 2 de 12 en triples. Los 11 tantos del tercer duelo son su cifra más baja en unas Finales, con 8 de 25 y 7 de 21 en los dos siguientes encuentros, en los que lanzó mucho y muy mal. De forma combinada en ese tríptico de sufrimiento en Detroit, se quedó en 6 rebotes, 11 asistencias y 10 pérdidas. Y jugó una media de 45 minutos en todos esos duelos. Una actuación nefasta, un final que se alargó más de lo que se hubiera querido y que demostró que Kobe no tenía la fortaleza mental que sí demostró durante el resto de su carrera.

Uno de los motivos de calvario fue la defensa de Tayshaun Prince. El emparejamiento natural de Bryant en los Pistons era Richard Hamilton, el escolta con máscara que era un anotador voraz en un equipo que metía pocos puntos. Pero también un jugador más bajo que Prince, que con sus 2,06 cm y su poderosa envergadura molestó a Kobe entonces como otro jugador de su perfil como Shane Battier lo haría en el futuro. El alero, que tenía la orden de Larry Brown de perseguir al señalado todo lo que pudiera, no dejó tranquilo a su rival en toda la contienda. Y Kobe respondió aumentando su suspensión sin suerte, echándose hacia atrás para poder superar su marca y teniendo muchos problemas en las penetraciones. Es más, en el triple que fuera la prórroga del segundo partido, el tiempo muerto previo de Phil Jackson va dirigido a quitar a Kobe la marca de Prince a través de bloqueos (que realizaron O’Neal y Luke Walton) para que se librara de su marca y se quedara delante de Hamilton. Por encima de él era más fácil lanzar. Y así Bryant sí que acertó. Un momento de lucidez maravilloso en lo que fue un auténtico infierno.

Kobe promedió 22,6 puntos en las Finales, 18,3 en los tres últimos partidos, en los que lanzó con un 32% en tiros de campo y por debajo del 17% en triples. Tampoco Shaq tuvo mucha suerte: 26,6 con 10,8 de media, un 36+20 en el cuarto asalto en el que los Lakers lo intentaron todo (88-80 al final) y momentos de lucidez. Pero con problemas constantes ante los Wallace y un arbitraje permisivo (que no polémico) que permitió a los Pistons hacer lo que más le gustaba, lo que mandaba en el baloncesto del Este: garra, empuje, rebote. O’Neal, también muy desgastado en lo mental, no estuvo a la altura de esa pelea y permitió muchos rebotes en su aro. Malone se lesionó en el tercer partido y ya no volvió. Payton, desesperado con el triángulo, no funcionó. Y la intendencia ya no estaba para semejantes batallas. Los días de gloria habían pasado, la guerra interna entre las estrellas había desmadejado la química de la plantilla y si Kobe y Shaq no estaban para conseguir la victoria, no la iban a intentar ellos. Ya sin Robert Horry, Rick Fox y Horace Grant (lesionado en playoffs) eran demasiado mayores, Devean George siempre había sido un invitado de lujo a la fiesta y el resto no daban el nivel: Stanislav Medvedenko, Jannero Pargo, Kareem Rush... No había manera.

Fue el final de una dinastía. Una que duró mucho, pero que no dio para más. El cese a las hostilidades durante bastante tiempo de Bryant y Shaq permitió la consecución de tres títulos, un three peat que ha sido el último que ha visto la NBA en su larga historia y que ni siquiera los Warriors que tantos récords batieron consiguieron igualar. La guerra explotó en el peor momento y la lucha de egos se desmadró. Shaq no soportó que Kobe empezara a producir más y mejor que él, mientras que al escolta le sacaba de quicio el carácter permanentemente bromista y la poca ética de trabajo de su compañero. El pívot se marchó a los Heat, donde ganó el anillo de 2006, ya como subalterno de un Dwayne Wade espectacular y a la vera de Pat Riley. Phil Jackson volvió a los Lakers tras un año en la clandestinidad, se reconcilió con Kobe, motivó que éste hiciera lo mismo con Shaq y que todo quedara en un bonito recuerdo, la de una de las mejores parejas de la historia. Con él ganó dos títulos más, en 2009 y 2010. Ahí, Kobe sí que estuvo a la altura. No así en 2004, cuando los Pistons reinaron y demostraron que incluso un ser celestial como la Mamba Negra puede ser mortal durante toda una serie que seguro que le costó olvidar. Y que, a pesar de ello, tuvo un momento brillante, un destello tan fugaz como maravilloso, en ese segundo asalto. El resto, fue un infierno. Una tortura. Un desastre. El de Kobe Bryant. Que también tuvo de eso en su impresionante carrera deportiva. Suele ser así.

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