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NBA

El mate por encima de Manute Bol

Los Celtics del curso 1985-86, uno de los mejores equipos de la historia de la NBA, pusieron un bote para premiar al que machacara por encima del sudanés.

El mate por encima de Manute Bol
Nathaniel S. ButlerDIARIO AS

Bill Walton, que falleció en mayo a los 71 años, fue uno de los tipos más especiales, y más importantes de la historia del baloncesto estadounidense. Y uno de los mejores: una leyenda en UCLA, entre los más grandes de siempre a nivel universitario, consiguió dos anillos de la NBA, un MVP, un MVP de Finales y dos nominaciones para el All Star a pesar de las terribles lesiones (sobre todo, por los problemas crónicos en sus pies) que nos dejaron sin saber cómo de trascendental, de gigantesco, podría haber sido también en el nivel profesional.

Con todo, fue muy grande: el impulsor de la blazersmania, el fenómeno de los Trail Blazers campeones en 1977, y el epitome del jugador de equipo. Un pívot que era un extraordinario defensor y reboteador y que en ataque jugaba de cara al aro y pasaba como un base, un adelantado a su tiempo, y anotaba cuando hacía falta, siempre sin excesos innecesarios y más pendiente de alimentar a sus compañeros. Su final en Portland es una de las historias más canónicamente trágicas de la NBA, la caída en desgracia de un jugador que había sido prácticamente una divinidad en Oregón y que salió enredado con los Trail Blazers, que le acusaron de no ser capaz de sobreponerse al dolor y, a veces y sin tapujos, de no querer ni intentarlo. Él, por su parte, siempre consideró que los médicos de la franquicia alimentaron sus terribles problemas cada vez que los minimizaron, que le hicieron jugar infiltrado, que apretaron para acelerar su presencia en la pista...

Más información

  • <b>- Años en la NBA:</b> 1974-1987 <br> <b>- Equipos:</b> Portland Trail Blazers, San Diego/Los Angeles Clippers y Boston Celtics. <b>- Medias de su carrera:</b> 13,3 puntos, 10,5 rebotes, 3,4 asistencias.  <br> <b>- Mejor temporada:</b> (18,9 puntos, 13,

    Histórico de UCLA, solo un historial trágico con las lesiones impidió que acabara siendo también uno de los más grandes en la NBA.

Las lesiones. cómo no, marcaron también su paso, después (1979-85), por los Clippers, el equipo al que llegó cuando todavía jugaba en su San Diego natal y donde conoció luego las miserias de Donald Sterling, el propietario que convirtió a la franquicia en el gran hazmerreir del deporte de Los Ángeles. Cuando parecía desahuciado definitivamente para el baloncesto profesional, Walton tuvo un inesperado renacer en los Celtics, donde pudo jugar 80 partidos en la temporada 1985-86, ganó el premio de Mejor Sexto Hombre y su segundo anillo de campeón. Un año mágico, casi inexplicable porque, justo después, solo puedo participar en diez partidos de la temporada 1986-87. Y de ahí en adelante, nada más.

Uno de los mejores equipos de la historia

Pero ese primer año en verde acabó siendo uno de los más felices de su vida: formó parte de los mejores Celtics de todos los que capitaneó Larry Bird, uno de los mejores equipos de la historia del baloncesto. Uno que acabó con un balance de 67-15 y 40-1 como local (todavía un récord que nadie ha superado: lo igualaron los Spurs en 2016) y el tercer MVP seguido para Bird al frente de aquel inolvidable big three que formaron en un frontcourt de leyenda el Paleto de French Lick, Kevin McHale y Robert Parish. Estos dos últimos habían aterrizado en Boston gracias a un traspaso increíble, un golpe maestro de Red Auerbach que, en 1980, entregó los picks 1 y 13 del draft a los Warriors a cambio de Parish y el 3 que invirtió en McHale. Además, otra operación que acabó siendo un atraco completó un bloque monumental con la llegada de Dennis Johnson, uno de los mejores guards defensivos de siempre y el MVP de las Finales de 1979. Dannie Ainge, el escolta hiperactivo que había jugado al béisbol, remató un quinteto inolvidable y perfectamente arropado. además, por una segunda unidad en la que estaban Walton, Scott Wedman, Rick Carlisle, Sam Vincent, Jerry Sichting…

Ese campeón grandioso superó en unos playoffs (15-3 total) sin derrotas como local a Bulls (la serie que Michael Jordan -Dios disfrazado de jugador de baloncesto- arrancó con dos partidos de 49 y 63 puntos), Hawks, Bucks y Rockets. Era un equipo en el sentido más genuino del término, unido hasta las ultimísimas consecuencias. Que, por ejemplo, se conjuró tras superar a los Hawks, de cara a las dos últimas rondas por el título, con la promesa de que nadie probaría una sola gota de alcohol hasta que el campeonato estuviera certificado. Todos dieron su palabra, paradójicamente, entre trago y trago en el Scotch ‘n’ Sirloin, el local de Boston que acabó siendo el lugar de encuentro habitual del equipo gracias a que Bird aceptó hacer publicidad sin cobrar nada... pero con una condición: toda la plantilla, cuerpo técnico y trabajadores cercanos al vestuario podrían comer y beber allí gratis siempre que quisieran. A cambio, eso sí, de unas propinas generosas que Bird siempre revisaba antes de irse a casa. Si la cantidad no era la adecuada para cómo había sido la noche, él ponía el resto de su bolsillo.

Un factor exótico llamado Manute Bol

En sus memorias (“Back From The Dead”), Bill Walton celebraba que los Celtics aparecieran como vía de escape de aquel infierno cutre que eran los Clippers. En busca de una salida, habló con los Lakers sin suerte: Jerry Buss no quiso saber nada porque los médicos de la franquicia pusieron el grito en el cielo. Los de los Celtics también, pero Auerbach pasó por encima de ellos y se limitó a preguntar a Walton si se veía capaz de jugar. Cuando el gigante pelirrojo contestó que creía que sí sin tenerlo ni siquiera él muy claro, Auerbach (con el puro encendido por los pasillos del hospital) se abrió paso con un sonoro “vamos, que tenemos un partido que jugar”.

En el libro, Walton recuerda que una de las claves de aquel bloque imperial de jugadores era la intensidad fanática de los entrenamientos y la competitividad salvaje de todo el equipo, por supuesto con Larry Bird a la cabeza. En los entrenamientos se solían organizar partidillos en los que los titulares jugaban con peto blanco contra los suplentes, que iban de verde. Walton confiesa que en uno de ellos entró en cólera porque los árbitros improvisados, que eran los técnicos asistentes del inolvidable K.C. Jones, estaban pitando clamorosamente a favor del equipo blanco. Jones, sentado en la grada, aguantó sin inmutarse su sarta de aspavientos y le dijo que más le valía tomárselo con filosofía: “William, ya sabes que no nos vamos a poder marchar ninguno de aquí hasta que Larry gane al menos un partidillo, así que sal ahí, haz lo que puedas y ya está”.

Pero. seguramente. la mejor anécdota sobre aquellos Celtics de todas las que recuerda el gigante pelirrojo tiene que ver con Washington Bullets, entonces un equipo muy menor, y Manute Bol, el inacabable pívot sudanés (2,31) que acababa de llegar a la capital como rookie en aquella temporada 1985-86. Cuando Bird salió a calentar y vio en el otro lado de la pista, por primera vez, a Bol, regresó alucinado al vestuario y, antes de saltar a la pista para el partido, pidió a sus compañeros que tuvieran cuidado de que el chico nuevo no les pusiera un tapón porque entonces serían, de cabeza, carne de ESPN y del recién creado SportsCenter. Walton, pese a esta advertencia, no pudo evitar a Bol en un tiro que parecía franco pero en el que se encontró con los brazos kilométricos del sudanés, de pronto, y se llevó una bronca después del partido... y un millón de recordatorios durante el resto de su vida por parte de Bird.

Maravillados por su envergadura (2,59), los Celtics decidieron poner un bote de 100 dólares por cabeza para que el total (1.200 dólares en un vestuario de doce jugadores) se lo llevara el que consiguiera hacer un mate por encima de Manute Bol. Nadie pudo en el siguiente partido... y cada jugador puso otros 100 dólares. Así fue en cada duelo mientras Bol parecía infranqueable y el botín para valientes no paraba de crecer. Kevin McHale (uno de los mejores especialistas de siempre en el poste bajo y también de una envergadura excepcional) se obsesionó con un mate que nunca logró. Y el propio Bird paró un contrataque e invitó a Bol a llegar a tiempo a la defensa para intentar entonces machacar contra su defensa: también se llevó un tapón. K.C. Jones empezó a ver cosas demasiado raras y a preguntar en el vestuario qué demonios estaba pasando allí.

Finalmente, llegó el mate: Robert Parish (The Chief), el mítico doble cero, fue el que se llevó una suma de dinero que a esas alturas ya era importante. Las intrahistorias de un equipo que buscaba sus propia motivaciones. A su manera. También Jones tenían sus trucos: cuando perdían, se encargaba de azuzar a sus jugadores apelando al orgullo verde: que si Bill Russell había llamado para devolver sus once anillos, que si John Havlicek le había pedido que descolgaran su número 17 del techo del Garden después de ver lo mal que habían jugado...

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