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BOSTON CELTICS

Boston Celtics, finalmente, era esto

Enorme decepción para unos Celtics que partían como uno de los grandes favoritos después de llegar a las Finales el curso pasado.

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Boston Celtics, finalmente, era esto

En Día de los Caídos de 1985, el Memorial Day que recuerda a los soldados estadounidenses fallecidos en combate, los Celtics le pegaron a los Lakers una de las mayores palizas de sus mil batallas en mil Finales: 148-114. El Memorial Day Massacre desde entonces, porque ya se sabe que, en el deporte estadounidense, los días de verdad importantes tienen nombre propio. Y, en todo caso, un gustazo para unos Celtics que venían de ganar y hurgar en los complejos de su gran rival en las Finales anteriores, las de 1984. Las que hicieron que a Magic le llamaran, algunos y durante unos cuantos meses, Tragic Johnson. Los Lakers acabaron ganando aquellas Finales, por cierto.

En -siempre el último lunes de mayo- el Memorial Day de este 2023, los Celtics se han llevado una de las peores derrotas de su historia en playoffs. Un séptimo en casa, la posibilidad de ser el primero en remontar un 3-0 en toda la historia (se había intentado 150 veces antes), la opción de regresar a las Finales un año después de que Stephen Curry hiciera desaparecer el suelo debajo de los pies de un equipo que ganaba 1-2 y dominaba en el último parcial del cuarto partido. Zas. Fue también en 29 de mayo, el año pasado, cuando Heat y Celtics jugaron otro séptimo para decidir quién iba a esas Finales. Ese se disputó en Miami y lo ganó Boston Celtics… no sin una de sus estrangulantes contradicciones en acción: ganaba 85-98 a falta de 3:35 y acabó rezando para que no entrara un triple de Jimmy Butler, con 96-98 a 16 segundos del final. No entró. Los Celtics ganaron y se clasificaron para las Finales.

Pero no solo no aprendieron ninguna lección: los Celtics gastaron vidas, comodines, consumieron probabilidades que tarde o temprano iban a regresar para ponerlos en el lado feo de la estadística. Siempre acaba siendo así. Perdieron las Finales y después perdieron a su entrenador, Ime Udoka, fulminado por un escándalo cuya gestión escapó al régimen interno y de cuya resolución nunca se ha sabido con certeza si fue satisfactoria para los jugadores. De hecho, se ha dicho (Adrian Wojnarowski incluido) que no. Cuando tocó buscar sustituto (solo aparentemente temporal) ya no tenían al relevo natural y mano derecha de Udoka (45 años), un Will Hardy (35) que nada más acabar la pasada temporada firmó con Utah Jazz. Así que una campaña crucial para la franquicia quedó, más o menos por eliminación, bajo el gobierno de Joe Mazzulla (34), inexperto y con tanto capital deportivo como presión ante unas expectativas que pasaba por ser campeón sin apenas alternativas. Así tiene que ser para quien viene de quedarse a partido y medio (ese cuarto de Stephen Curry en el Garden…) de ser campeón. Son los Celtics, el equipo de los 17 anillos... pero solo uno desde 1986. El que ha jugado, con esta que acaba de perder, cinco finales de Conferencia desde 2017. No había más crecimiento posible, la hoja de ruta no aceptaba quedarse a las puertas de la lucha por el anillo.

La verdadera naturaleza de estos Celtics

Es imposible saber si estos Celtics han perdido demasiado tiempo preguntándose quiénes son en realidad o si no se han hecho nunca una pregunta semejante. Sea de una forma u otra, quedan ahora en un limbo extraño, braceando entre chicle, con sensación de caminar en círculos. Han ganado más partidos (57 por 51) que la temporada pasada, pero se han ido de vacaciones antes. Han tenido, por ratings, la tercera mejor defensa y el segundo mejor ataque de la regular season. Y el mejor net rating (+6,5). Pero eso solo demuestra que la exigencia iba más allá de la final de Conferencia. Y haber estado a punto de ser los primeros en remontar un 0-3 pierde lustre y épica si se parte de que nunca deberían haberse visto en ese pozo del 0-3, amasado a base de repetir pecados de pasadas temporadas. Más que un patrón, un calco. Cada vez que han salvado un match ball se les ha pegado a su sombra la sensación de que ni siquiera tendrían que estar en esas. Un vestuario tozudo en las equivocaciones, con poca inteligencia colectiva, incapaz de no sentirse superior a casi todos y adaptar a eso su nivel de concentración y esfuerzo. La ley del mínimo esfuerzo de un equipo lleno de muy evidentes virtudes... pero que no aprende. Uno que, finalmente, está definido y no limitado por su inconsistencia.

Con algún hito de esa prodigiosa finura con la que opera, como los últimos cinco cuartos de la serie contra los Sixers, Jayson Tatum ha vuelto a quedarse corto, al menos si se le exige (y se le exige) en términos de jugador franquicia integral y superior. Cuando no quedaban monedas de dos caras, de tanto usarlas, la cruz cayó sobre su tobillo nada más comenzar el séptimo partido contra los Heat. Venía de estar horrible en la segunda parte del sexto, salvado por la canasta milagrosa de un Derrick White que ha tenido demasiada jerarquía, un peso excesivo para lo que sería lógico si todos hubieran estado a nivel óptimo. La lesión que minimizó a Tatum llegó en el partido veinte, demasiados, de estos playoffs para un equipo que ya la temporada pasada pagó en las Finales el esfuerzo previo (siete partidos contra Bucks, siete contra Heat) y al que le tocó vivir en sus carnes una realidad maquiavélica: más partidos implican más jugadas con riesgo de lesión, tantos esfuerzos y tan seguidos llevan a los cuerpos a su límite.

El colapso final también señaló al resto del núcleo duro. A Al Horford sí se le notó esta vez la edad, a días de cumplir 37 años. Marcus Smart se quedó corto en pista y seguramente en el vestuario, al menos si lo reconocemos elevado, así se siente él, a referente emocional de un equipo con obvias deficiencias emocionales. Pero con ninguno fue tan dura la última cena de la temporada como con Jaylen Brown, un fracaso estrepitoso (19 puntos en 23 tiros, 1/9 en triples, 8 pérdidas) cuando tuvo que atacar permanentemente en cinco contra cinco y cuando, de nuevo sin un director de juego puro, tocó manejar la bola y dirigir ataques. En la serie contra los Heat ha apilado 58 pérdidas por 63 asistencias. En la regular season, 197 por 232. Finalmente Mazzulla, en uno de los asuntos en los que realmente ha estado mal fuera del análisis de microscopio, ha gestionado de forma extraña los roles de los Williams, Rob (sobre todo) y Grant.

Con una defensa sin los niveles de atención, dureza y efectividad de la temporada pasada (élite después de Navidad), sin referentes interiores a la hora de anotar y sin un base/base, los Celtics 2022-23 han dependido más, y por eso han jugado peor, del talento individual y del tiro de tres. Y se han terminado estrellando en una serie en la que su rival ha firmado tres partidos por encima del 50% en triples y ellos, cuatro por debajo del 30%. En los dos últimos, en el acto final del drama, 16/77. Este equipo tenía que haber sido más que eso. Más que uno que se va de playoffs con un 5-6 como local y un 1-5 en partidos resueltos por siete puntos o menos. Después de una victoria que fue perdiendo brillo partido a partido contra los Hawks y una remontada confusa contra los Sixers, montados en Tatum e indultados por las miserias de su rival, a los Celtics les sirvió Erik Spoelstra la horma de su zapato. Finalmente un rey desnudo, que no iba a convencer de que iba vestido a un rival en sus antípodas, en racha y con otra filosofía de vida. Pero, con perspectiva, uno que había llegado a playoffs desde el octavo puesto y trastabillando en el play in. Si se apilan galones, expectativas y el bracket que dejó la eliminación de los Bucks (otra vez, el zapatero Spoelstra), el balance acaba en desastre absoluto.

Y ahora romper todo... o gastárselo todo

Pero claro: 57 victorias, el mejor net rating y zancadas (mejores o peores) hasta el séptimo partido de la final del Este. ¿Hay que desmontar ese equipo? Uno que es tan perfectamente capaz de ser campeón como de seguir perdiendo exactamente de la misma manera, con las mismas carencias, cada vez menos sorprendentes y más crispantes. Y uno que se asoma a un verano complejo, en el que hay que tomar decisiones drásticas… o no tomarlas, que muchas veces también significa tomarlas. Va a haber muchos debates sobre el banquillo pero se hace difícil imaginar un cambio. Mazzulla es joven, llegó en un momento suficientemente convulso para que eso funcione como coartada (un poco, al menos) y los Celtics no correrán con alegría a colocar al que sería cuarto entrenador en cuatro años. Brad Stevens, que manda en los despachos y dirigió (formó, crio) al equipo durante ocho temporadas (2013-21), sabrá mejor que nadie por qué hay cosas que siguen pasando en un plomizo eterno retorno. Un poco de historia, que también echa un cable a Mazzulla: apenas 22 entrenadores han sido despedidos en la NBA después de solo un año en el cargo. Todos tuvieron balance negativo en esa temporada menos Jack McKinney, el olvidado padre del Showtime que se quedó en 14 partidos dirigidos a los Lakers 1979-80 por un dramático accidente de bicicleta. Cuando quiso volver, Paul Westhead ya le había quitado el sitio (y la idea). Y Mazzulla, recuerdo otra vez, ha ganado 57 partidos y dos eliminatorias de playoffs. Aunque heredó, claro, un equipo que se había quedado a dos victorias del anillo.

El grueso de la rotación tiene contrato, a falta de saber qué va a pasar con un Grant Williams en situación enrarecida y que será agente libre restringido. Pero sobre esa aparente (irreal) calma planea un un asunto mayúsculo, gigantesco, el eje sobre el que va a girar qué van a ser o a dejar de ser estos Celtics a partir de ahora: las extensiones de contrato de Jaylen Brown y Jayson Tatum. Los Jays. Al primero le queda una temporada más (31,8 millones), así que puede firmar su ampliación ya este verano. Al segundo le quedan dos (32,6 y 34,8) con player option (37) en el verano de 2025. Así que será dentro de un año cuando acceda a su extensión. Como los dos han entrado en los Mejores Quintetos de la temporada (Brown en el segundo, Tatum en el primero) tienen acceso a extensiones supermáximas. Eso requiere llevar al menos siete temporadas en la Liga y, en cuanto a los All-NBA Teams, haber formado parte de ellos la temporada anterior a ese verano (esta para Brown) o las dos inmediatamente anteriores (el caso de Tatum en doce meses, pase lo que pase en la 2023-24). Esa condición de supermax lanza la extensión de Brown a cinco años y 295 millones. Y pondrá la de Tatum en cinco y 318. Glups.

En total, serían 613 millones para una pareja mejor avenida fuera de la pista (parece) que en ella. A un nivel profundo, al menos. El que maximizaría a ambas estrellas. Dos superjugadores que te aseguran ser aspirante pero que, por ahora, no han conseguido ganar. Que tienen unas virtudes gigantescas pero unos defectos de forma y fondo ya también innegables. El caso de Tatum parece incuestionable: tendrá su extensión. Pero Brown ha vuelto a enseñar limitaciones, hay rumores de que quiere ser macho alfa y no número 2, viene mosca por los cacareos de traspaso (los flirteos con Kevin Durant…) de anteriores ventanas de mercado y tendrá, algo que puede resultar tentador para las dos partes, mucho valor si realmente unos y otros empiezan a levantar teléfonos.

Esas cantidades del que podría ser nuevo contrato de Brown (66 millones en la temporada 2028-29) podrían no asustar tanto porque el siguiente contrato televisivo traerá subidas notables en el salary cap. Pero el nuevo convenio colectivo garantiza que, para evitar los desmanes del mercado de 2016, serán progresivas y perfectamente escalonadas. El anterior pacto de TV provocó un verano de locura en el gasto, deformaciones como el fichaje de Durant por los Warriors y una recesión económica y anímica en las siguientes ventanas, con el consiguiente prejuicio para muchos agentes libres. Pero hay más, el verdadero quid de la cuestión. Ese nuevo convenio quiere ponérselo duro a los que se alejen demasiado del limite salarial. Pero duro de verdad. El que supere una segunda línea de gasto extra, que se fijará en 17,5 millones por encima del límite del impuesto de lujo, será penalizado de forma tan seria que apenas tendrá flexibilidad: no podrá usar el contrato midlevel de pagador de impuesto; no podrá firmar jugadores que acuerdan buyout ni traspasar rondas a siete años vista, añadir salarios en traspasos... Los Celtics este año, antes de afrontar remodelaciones y extensiones, ya habrían estado por encima de ese límite.

Es decir: un equipo que necesita retoques obvios, que tiene que afinar el tema del base y pensar en un futuro sin Horford, y cuyas estrellas requieren un perfil de secundarios muy concreto a su lado, puede atraparse en el nuevo marco salarial en un formato de mínimos más allá de sus principales contratos. Así que será lo que hay o no será... si se sigue el plan continuista. Hay que pensar con mucha atención, con máximo cuidado, si es eso lo que se quiere. Si es en lo que se cree. Porque en seguida se llega al otro lado del mismo dilema, ¿quién se atreve a romper este bloque con tantísimo potencial pero tan poca capacidad para escarmentar?

Pero, claro, tampoco conviene hablar a la ligera (ni siquiera los más decepcionados) de una salida de Brown porque esta solo tendría sentido si llega una estrella superior, un acompañante mejor para Tatum. Un trade por un jugador que no suponga una mejora notable y que acabe metiendo en los Celtics en problemas económicos similares a los que acechan ahora no arreglaría nada. Y la realidad es que, contando con los defectos de su forma de jugar y el desastre final de Brown contra los Heat, no asoman muchos jugadores (no a tiro de forma realista) que encajen en ese retrato robot. La tercera vía, el viraje hacia un plan de ahorro y rejuvenecimiento, obligaría a hilar muy fino cuando Tatum está, o debería estar, entrando en su prime.

Porque, no está de más insistir porque es algo crucial, el asunto del nuevo convenio no es letra pequeña ni trazo fino. Realmente va a hacer sufrir a los equipos que anden metidos en un nivel de gasto en plantilla similar al que ya manejan los Celtics, mucho más cuidadosos hasta hace un par de temporadas pero aplicados ahora en un formato de competitividad máxima que se apoya, con contratos largos para los secundarios principales, en la bendición por parte de los propietarios al pago de un impuesto de lujo que, este es el gran cambio, hasta ahora solo implicaba, en la generalidad, castigos económicos. Los supermax de Brown y Tatum partirían del 35% del salary cap con subidas anuales del 8%. En la presente temporada, el sueldo de ambos no llegaba, combinado, al 50% del cap disponible. De hecho, con los Celtics por encima de esas cifras, se ha quedado en torno al 33%, y eso sin entrar en los más de 60 millones que la franquicia tiene que pagar por meterse en el impuesto de lujo.

Como todos los equipos, los Celtics tienen que ir ajustando sus libros de cuentas para cuando el nuevo convenio, y el castigo para esos muy gastadores, entre en vigor de lleno. Esta temporada sus sueldos han tenido un volumen total del 142% del cap, y para la 2024-25 el tope de la segunda línea de gasto, lo que no va a convenir superar de ninguna manera, rondará el 134%. Alerta roja, pues. Y eso sin entrar todavía en las extensiones de las dos estrellas fundacionales. El margen sería mínimo, en realidad minúsculo, para completar la plantilla. Este planteamiento es real y obliga a pensar hasta qué punto pueden Tatum y Brown llevar al equipo a la cima con un apoyo que seguramente va a estar por debajo del que han tenido en estas dos últimas temporadas. No solo costará sumar piezas de alto valor deportivo (como el movimiento por Malcolm Brogdon el pasado verano), es que los Celtics pueden verse ya obligados a hacer operaciones para rebajar las cuentas, cuadrar lo que hay con lo que está a punto de llegar. Ya no se trata solo de que siga o no Grant Williams, es que habrá que ver qué pasa a medio plazo (o no tan medio…) con los Brogdon, White y hasta, glups, Smart.

Para el que prefiera ser optimista, he leído un dato curioso y seguramente anecdótico, pero que dará carburante a esos que son más voluntaristas en estos malos tiempos: en la temporada de los 24 años de Tatum y de los 26 de Brown, los Celtics han perdido por 19 puntos en el séptimo partido de la final del Este. En 1990, los Bulls perdieron por 19 puntos en el séptimo partido de la final del Este… y era la temporada del cumpleaños 24 de Scottie Pippen y el 26 de Michael Jordan. Justo después, ya se sabe, llegaron seis anillos en dos threepeats (1991-93 y 1996-98). Smart, Brown y Tatum han jugado playoffs en todas sus temporadas (van nueve seguidas para los Celtics) en la NBA. Ser aspirante al título con este núcleo, una situación envidiable como punto de partida, parece cuestión de salud, de un mínimo orden.

Pero, ay, ya no vale ser aspirante. Y ahora, además, tiemblan las piernas si toca jurar que el próximo curso será distinto, mejor, una cuestión de lecciones aprendidas. Porque si esa no es la naturaleza de este equipo, si el carácter del vestuario va en otra dirección, habrá que meter bisturí por mucho que parezca asunto para muy valientes. La extensión de Brown muerde los talones de un equipo demasiado bueno para reventarlo sin más y demasiado cuestionable en sus hábitos para apostar por él sin sudores fríos. Resolver ese nudo es el trabajo que viene en cuanto se digiera la amargura de dos años que han sido un puro lo que pudo ser y no fue. Oportunidades de esas que, en la NBA, muchas veces no vuelven. De las que los Celtics de antaño no perdonaban. Pero después de esta serie contra los Heat, de estos Playoffs 2023, ha quedado claro que estos Celtics no saben saber como los de antaño. ¿Por ahora o de ninguna manera? De ahí toca partir, y no es ni mucho menos poco.