Jordan, Pippen y la guerra eterna
Es obvio, hasta para los observadores más despistados, que Jordan y Pippen no son amigos. Nada es sencillo en el entorno de aquellos legendarios Bulls de los seis anillos.
Scottie Pippen volvió a cargar contra Michael Jordan, que a estas alturas es como decir que cuando llueve, el patio de mi casa se moja. Como las demás. A veces con pellizquitos de monja, sí pero no. Te dejo el titular jugoso y luego ya lo voy matizando. Porque Scottie Pippen va a publicar, por fin el 9 de noviembre, sus memorias: Unguarded. Un libro que iba a vender mucho de por sí pero para el que no hay mejor campaña publicitaria, claro, que agitar los tormentosos asuntos de su relación con Michael Jordan. Las cuitas de aquellos Bulls que ganaron seis anillos en ocho años (1991-98) y que no solo fueron uno de los mejores equipos de la historia, sino que se convirtieron también en uno de los más poliédricos, complejos y profundos. Los análisis son tan laberínticos como se quiera que sean. Y los armarios tienen tantos fantasmas como es obvio esperar de un proyecto con tanto éxito, tantas tensiones agotadoras y tantas personalidades idiosincráticas. Los fantasmas en los armarios, en definitiva, cuentan muchas veces la historia apócrifa, la que no escriben los vencedores (Michael Jordan, entiéndase). Y, desde luego, venden libros.
No hay que estar especialmente pendiente de estos asuntos para tener bastante claro que Michael Jordan y Scottie Pippen no-son-amigos. Por estos descorches no siempre enfocados de Scottie Pippen, un tipo que tiene una relación extraña con los asuntos públicos, y por las heridas que abrió (o que reabrió, o un poco de todo) The Last Dance, el monumento a sí mismo que Michael Jordan erigió, con esas contradicciones inherentes a su peliagudo carácter, para recuperar el foco como hecho social y artefacto esencial de la cultura popular estadounidense. Y para, dicen muchos, recordar que sobre la era LeBron también planea la alargada sombra de la era Jordan, sobre cuyo reinado nunca se pone el sol.
Distancia, contradicciones, desencuentros
Las apariciones públicas de Pippen y Jordan juntos se han contado con los dedos de una mano en la última década. En 2017, ha llovido, el primero se dejó ver por el Fligh School Camp del segundo. Y en febrero de 2020, Pippen felicitó en Instragram a Jordan con un “feliz cumpleaños a mi hermano”. A su manera, abrasiva con todo lo que toca, Jordan ha dejado claro hasta qué punto valora lo que Pippen hizo como escudero, rol en el que seguramente sea el mejor de siempre. Seguro uno de los tres o cuatro mejores. La estrella de la súper estrella, el Robin de Batman y todo lo demás. Le citó cuando hizo su quinteto ideal: él, Pippen, James Worthy, Magic Johnson y Hakeem Olajuwon. Y en aquel caustico discurso de ingreso en el Hall of Fame, en el que pasó cuentas y dejó recados para sorpresa de muchos que en realidad no deberían haberse sorprendido tanto, sí tuvo palabras de una camaradería emocionante y sincera. Aquello de que siempre que se hablara de Jordan habría que hablar de Pippen. Y de que no habría logrado todo lo que logró sin él. No sé si se puede extraer un solo átomo más de reconocimiento y admiración de alguien como Michael Jordan. No parece fácil.
Las relaciones de aquellos Bulls consigo mismos siguen siendo indigestas. La hoja de ruta de aquel equipo es un galimatías complicadísimo, un milagro en movimiento que resistió en pie más de lo que ahora parece lógico pero que resultaba ciclópeo, invencible, cuando fijaba los pies en el suelo, fueran cuales fueran sus circunstancias y contradicciones. Es el evangelio según Michael Jordan, en realidad. Su estilo de liderazgo oscuro y agresivo, su permanente insatisfacción competitiva y su generación constate de enemigos que implicaban retos que creaban nuevos objetivos que derribaban viejos límites. Y vuelta a empezar.
La relación de Michael Jordan con los Bulls y con la ciudad de Chicago es complejísima, en muchos momentos contradictoria, en general más distante y privada de lo que sucede con cualquier otro tándem de megaestrella y sede. Sobre este caso de la mayor de todas, la que construyó básicamente una nueva franquicia sobre su número 23 a partir de lo que eran básicamente ruinas, escribí desde Chicago, en el corazón de un All Star 2020 en el que su ausencia era retumbante en la ciudad del viento. Este es el artículo, para quien tenga interés: LA CASA QUE CONSTRUYÓ MICHAEL JORDAN.
The Last Dance, desde luego, es un documental fabuloso en lo visual y es una excepcional puerta de entrada hacia la historia de los Bulls de Michael Jordan. Los Bulls de Michael Jordan por Michael Jordan. Su obvio valor histórico decrece si se toma como dogma de fe, como verdad objetiva. Es la visión de Michael Jordan, y asumir eso sí abre de par en par las posibilidades de análisis, desde los hechos deportivos a la personalidad de un genio que, básicamente, creía que la única vía para serlo era la marcial. Que la letra, con sangre entra. Pero The Last Dance sí plantea, como mínimo perfila, el gran conflicto que define la cima y el final de ese proyecto Bulls, de un equipo de leyenda. Un entramado de batallas que condujo a la gran guerra: por un lado los Jerrys, el propietario Reinsdorf y el general manager Krause. Por el otro Jordan, Pippen y Phil Jackson. Más como guerrillas independientes que como frente común, aunque a la fuerza ahorcan. De esa tensión surgió The Last Dance, el nombre que el propio Jackson dio a aquella última temporada, la 1997-98. Una dinastía en apogeo que proclamó su final, un equipo de leyenda que anunció su caducidad. Un hecho exótico en la historia del deporte profesional. Y desde luego fascinante.
Fue, imagino, la explosión de lo que durante años fue un reguero de semillas de la discordia. Un pasado que se esfumaba y un futuro que aparecía incierto. Difícil. La pastosa certeza de que volver a esos años, desde luego dorados (doradísimos), obligaría a caminar entre alambre de espino. La discordia, o como mínimo la distancia, como herencia perpetua. Y de ahí a todo lo demás, la deformación patológica de Jordan o los dardos promocionales de Pippen. Ese último baile, la temporada 1997-98, fue un cierre épico, una imposición de voluntades capaces de caminar sobre un volcán, jinetes de la tormenta. Un tramo casi misterioso del que se ha desgranado casi todo. Casi: ¿por qué, por ejemplo, Reinsdorf se puso frontalmente en la trinchera de Krause? ¿Fue una cuestión personal o profesional? No todo lo que sucedió en aquellos Bulls, finalmente, está claro aunque todo esté profundamente escrutado.
Egos desmadrados y demasiados frentes
El fallecido Krause, cuya voz se apartó y su figura se azotó sin denuedo en el documental, acabó quemándose a lo bonzo. Sus razones sí se han desgranado hasta la raíz. El arquitecto traicionado por su obra, Krause sintió que no se le daba el mérito que creía merecer por haber formado ese gigaequipo, dos veces: el del primer threepeat y el del segundo, con la primera retirada de Jordan como eje al que todos tuvieron que sobrevivir, finalmente vertebrador y no disruptivo. Krause se vio fuera de los círculos de confianza de Jordan y Jackson, el preludio del enfrentamiento integral. Y acabó creyendo que otra reconstrucción ganadora elevaría su figura, la distanciaría de los actores en la pista. Y, por el camino, convenció a Reinsdorf de que los Bulls de los 90 no podían ser los Celtics de los 80. Fueran lo duras o antisociales que fueran, había que tomar medidas. Reaccionar desde la cúspide. No dejar que las estrellas languidezcan en una despedida romántica que acabara enviando a la franquicia a la irrelevancia, en las catacumbas de la reconstrucción desde cero.
Por eso, por una visión de construcción agresiva y por un desapego personal que alcanzó latitudes shakespearianas, Krause tiró los dados en el mercado y abrió muchas de las brechas que derribaron finalmente la presa, en ese último trayecto 1997-98. El periodista Phil Rosenthal, que seguía por entonces a los Bulls, dio la mejor definición de Krause cuando dijo que merecía más crédito del que se le daba pero creía merecer más del que realmente merecía.
La cuestión es que Scottie Pippen estuvo a punto de ser traspasado en 1994 a Seattle Supersonics, en 1997 a Boston Celtics y en medio, con menos temperatura, a los Cippers en 1995. Un jugador sacudido por la opinión pública en Chicago cuando tuvo que negociar su continuidad en 1991, del que no gustó que creyera que el dinero que se llevó Toni Kukoc tenía que haber sido para él y que se operó el tobillo en plena crisis con la franquicia y, para desmayo de Michael Jordan, justo cuando iba a comenzar esa temporada 1997-98. El órgado cayó finalmente pero no por remordimientos de los Bulls sino de los Sonics, donde temían la reacción de su gente y no quisieron finalmente enviar a Chicago al adorado Shawn Kemp, un jugador cuya llegada habría abortado el regreso de Michael Jordan para el segundo threepeat. Lo dijo el propio 23.
Las diferencias entre Phil Jackson, un gurú para el que el control de un vestuario hermético era ley, y Krause eran tan abismales que antes de esa última temporada el directivo le dijo al entrenador que daba igual lo que pasara: “Aunque hagamos un 82-0 estás en la puta calle cuando acabe la temporada”. Después, en público y cuando se confirmó la continuidad del Maestro Zen, Krause recalcó en rueda de prensa (“quiero poner énfasis…”) que era la última temporada de un entrenador al que consideraba un desagradecido. En su mente, él se había inventado a Phil Jackson cuando lo rescató de la CBA y le fue dando poder en la estructura de los Bulls. El sueño de Krause era un equipo dirigido por Tim Floyd, amigo suyo con el que tendría mucha más mano en la toma de decisiones. La cosa era tan pública que cuando renovó Jackson, el Tribune situó en la esquina izquierda de la portada de su sección de deportes una foto de Floyd, que entrenaba a Iowa State, con la frase “not so fast”. No tan rápido.
Y Jordan, claro: el jugador que estuvo a minutos, literalmente, de irse a los Knicks en 1996. Al que le hirvió la sangre cuando Reinsdorf aseguró que sabía que “tarde o temprano se arrepentiría” de haber aceptado las condiciones de su estrella, que jugó su última temporada con un contrato de un año y más de 33 millones de dólares, por encima de los 30 que había cobrado en la 1996-97, tras la ofensiva de los Knicks, que puedes conocer a fondo en este artículo: MICHAEL JORDAN ESTUVO A PUNTO DE JUGAR EN LOS KNICKS.
Total, que el cuadro de The Last Dance ya se estaba pintando, en tonos ominosos, en la celebración del quinto anillo, el de 1997. A la parade llegaron sin contrato ni un futuro claro Jordan, Jackson y Dennis Rodman. Krause rumiaba su reconstrucción por la vía rápida y tenía preparada, otra vez, la salida de Pippen, esta vez con destino Boston. Solo once días después de que el alero le diera a Kukoc la asistencia para el inolvidable mate del croata que cerró las Finales (las primeras del doblete ganado a los Jazz de Stockton y Malone), la operación estaba a punto de caramelo. De hecho, Krause tenía entrenando, con Phil Jackson vetado de las instalaciones de unos Bulls para lo que ya no iba a contar en el plan fulminante de Krause, a un Tracy McGrady que era una sensación de instituto. Y Reinsdorf tenía preparado un destacamento de policías fuera de servicio para proteger las instalaciones de los Bulls cuando se anunciara el traspaso de Pippen. Krause iba a acumular los picks 3 y 6 del siguiente draft y la primera ronda de los Celtics en 1999. El plan era llevarse a Keith Van Horn con el tres, y si esté ya no estaba disponible iba a intercambiar ese 3 por las elecciones 5 y 10. Armado con el 5 y el 6, draftearía a Ron Mercer y McGrady.
Pero finalmente Jordan renovó por esos 33 millones y Phil Jackson por un año y 5,7 millones. Jordan exigía a Jackson y los dos exigían a Pippen. Y la temporada 1997-98 se estableció como una prórroga, una última carga que había llegado a parecer improbable. Un último baile… que fue anunciado como tal por Jackson, que encontró ahí la madre de todos sus juegos mentales. Para fortificar y motivar al vestuario; para atacar por el flanco de la opinión pública a los Jerrys. Krause en la picota y un ambiente envenenado que dejó secuelas que se agitan todavía hoy. Por un megadocumental faraónico. O por la publicación de una autobiografía.