NBA | BUCKS 105 - SUNS 98 (4-2)

Antetokounmpo ya es leyenda

Partido colosal, legendario, del griego y título para Milwaukee Bucks, el primero en medio siglo. Los Suns se despiden sin ideas, desbordados y con cuatro derrotas consecutivas.

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Este es un anillo para los malditos, los forajidos, los proscritos. Para los desterrados. Este es el anillo de la resiliencia y la contracultura, el anillo de quienes no pueden morir porque ya han muerto un millón de veces. El anillo de Milwaukee Bucks en el año en el que el campeón no iba a ser, no-podía-ser, Milwaukee Bucks. El de la ley del deporte: el mejor cuando hay que ser el mejor, el último en pie cuando todos los demás han caído. El año II de la NBA de pandemia, el del calendario de emergencia tras la burbuja de Florida, encumbra a una franquicia que llevaba 50 años sin tocar la gloria. Que ha viajado desde Lew Alcindor (después Kareem Abdul-Jabbar), Oscar Robertson y Bob Dandridge hasta Giannis Antetokounmpo, Khris Middleton y Jrue Holiday. Desde, en el banquillo, Larry Costello a un Mike Budenholzer que se ha proclamado campeón en la temporada en la que su despido parecía una mera formalidad. Firme aquí y aquí, esta copia es para usted, recoja sus cosas y muchas gracias por todo. Así es la NBA. Y así es la vida.

Los Bucks perdieron cuando muchos creían que ganarían: 2019 y 2020, malas salidas de playoffs tras furiosas temporadas regulares. Ahí, tan pronto, algunos dejaron de creer en un Antetokounmpo que tiene todavía, ahora, 26 años. Y más o menos todo el mundo le daba vueltas a qué entrenador podría ocupar el lugar de Budenholzer y redescubrir el techo de un proyecto en el que, antes de esta temporada, habrían sido muchos más los que hubieran apostado por la fuga de Giannis (acabó renovando por cinco años) antes que por este título. Cómo iban a ganar, si no lo hicieron antes, en un Este en el que Miami Heat se había convertido en moda que se reveló pasajera, Philadelphia 76ers era una baza más sólida entre los continuistas y Brooklyn Nets había abrazado la revolución atómica con un big three nunca visto (Kevin Durant, James Harden, Kyrie Irving). Cómo iban a ganar los Bucks si no habían ganado hasta ahora. La falacia ha caído fulminada por un equipo que puede aplicarse lo que otras veces solo un tópico gastadísimo: solo ellos tenían fe. Solo los Bucks creían en los Bucks.

Los Bucks destrozaron a los Heat en primera ronda y necesitaron un ejercicio de supervivencia en condiciones extremas y todos los golpes de suerte del mundo para derribar a los Nets: sin recuperar del todo James Harden se lesionó Kyrie Irving, y Kevin Durant se quedó a milímetros de no pisar la línea y sentenciar antes de la prórroga el séptimo partido. Pero su tiro fue de dos, no triple, y los de Wisconsin escaparon vivos en el tiempo extra. Ahí ya habían empezado a ganar el anillo. O seguramente lo habían hecho, en realidad, cuando fueron noqueados por Raptors y Heat los dos años anteriores, cuando apostaron por arder o morir con el traspaso por Jrue Holiday sin saber todavía si Giannis seguiría. Cuando fueron a por PJ Tucker durante la temporada… los Bucks no pusieron excusas ni esperaron el momento propicio: hicieron propicio su momento. Después de la épica contra los Nets, remontaron a los Hawks y cerraron el billete para las Finales sin Giannis Antetokounmpo, con una rodilla maltrecha. Y volvieron a levantarse desde un 2-0 en contra. Primero revolcón a los Nets, después a los Suns. Los Bucks pudieron perder antes; podrían no estar aquí, no ser el campeón. Pero finalmente han recogido el premio a quien se niega a irse sin pelear. Más cicatrices, nada de miedo, más músculo y un abrazo del lado oscuro que les ha permitido jugar sin filtros, sin memoria, sin cansancio. Jugar, jugar y jugar. Hasta ganar.

El ascenso de un líder extraordinario

Este es, por encima de todo, el anillo de Giannis Antetokounmpo, que mandó a los Suns a la tumba (105-98) con un partido monstruoso, en el que fue la explicación obvia, por momentos única, de la victoria de su equipo. Así de sencillo: 50 puntos, 14 rebotes, 2 asistencias, 5 tapones, un 15/26 en tiros, un 1/3 en triples y un increíble 17/19 en tiros libres. La línea de personal, donde ha recibido tantas burlas y tanta cuenta atrás irónica de las aficiones rivales, fue la gran aliada de un jugador que es un prodigio físico desde crío pero que se ha convertido también en un muro mental. Nada le afecta, nada le duele, nada le importa. No para de empujar, de trabajar por toda la pista, de hacer la intendencia del soldado raso y las jugadas decisivas de la megaestrella. Giannis es un ejército de un solo hombre, un jugador que se ha convertido en colosal cuando ha aprendido a no forzar sus acciones lejos del aro, a leer las defensas y moverse debajo de la canasta (30 puntos en este partido en la pintura, donde en las Finales ha rondado el 80% en tiros). Cuando ha entendido que no es un Kobe Bryant sino un Shaquille O'Neal.

Su energía sobrehumana fue minando, fue perfectamente visible, a unos Suns que no sabían qué hacer, que se cargaban de faltas en defensa por intentar pararle y se asustaban cerca del aro en ataque porque no sabían por dónde iban a aparecer sus inacabables brazos. Giannis, un tipo ejemplar que podría ajustar ahora muchas cuentas (seguramente no lo hará, es demasiado feliz para eso), es el MVP de las Finales con unas medias de 35,2 puntos, 13,2 rebotes, 5 asistencias, 1,8 tapones y un 61,8% en tiros. Nadie había firmado un 30+10+5+60% en la pelea por el título. Nadie había ganado en su carrera los premios de MVP de fase regular (tiene dos), MVP de Finales (empiezan a darse en 1983), Defensor del Año y Jugador Más Mejorado. Y solo Michael Jordan y Hakeem Olajuwon tenían, hasta ahora, los tres primeros. Es solo el séptimo, en 75 años de NBA, que llega a 50 puntos en un partido de las Finales, algo que desde Michel Jordan en 1993 solo había hecho LeBron James (2018). También es el primero con un partido de 50+10 y 5 tapones en cualquier parte de los playoffs desde 1973 (cuando se empiezan a registrar los tapones) y el primero por encima de 40+10+5 desde Shaquille O’Neal en 2001. Y el primero desde Shaq (en 2000) con tres partidos de 40 puntos y 10 rebotes en la misma Final, una en la que ha hecho dos cuartos distintos de al menos 20 puntos. El último en hacerlo, y solo una vez, fue Michael Jordan, en 1993… y también contra Phoenix Suns. ¿Seguimos?

Giannis, MVP unánime, es ya un jugador imposible de negar, una leyenda de la NBA. Con toda la gloria y todos los honores, el líder de un equipo imperfecto que ha acabado siendo un campeón perfecto. Un proyecto orgulloso, el poder del pueblo, el quinto que remonta un 2-0 en unas Finales... y el tercero que lo hace con cuatro triunfos seguidos, de 2-0 a 2-4. La revolución, zas, en un visto y no visto. Los Suns se van atónitos, desfondados, apocados, devorados por una inercia que empezó siendo claramente suya. Sin capacidad de adaptarse al clima selvático que impusieron los Bucks, sin respuestas en la zona, sin más recurso que percutir en acciones individuales contra el embudo construido (maravillosamente) por Mike Budenholzer: las defensas ganan los campeonatos. En el último día fue especialmente evidente que los secundarios (sobre todo los jóvenes, Mikal Bridges y DeAndre Ayton) se estaban evaporando y que los Bucks eran perfectamente felices con una sucesión, incluidas las rachas peligrosamente buenas, de suspensiones de Chris Paul y Devin Booker. El base, que seguramente nunca tendrá tan cerca su primer anillo, dejó de controlar la Final según fueron pasando los partidos. Booker falló mucho y se enredó con su propia desesperación (los árbitros, la mala suerte…) en un duelo definitivo que cerró con 19 puntos en 22 tiros (0/7 en triples). Es la maldición del dos: tres Finales de los Suns en su historia, tres derrotas por 4-2.

Los Bucks superaron, gracias a la fe ciega de Giannis, un momento de máximo peligro. Tras un primer cuarto colosal (29-16), se cayeron en el segundo de forma dramática: 13-31 de parcial (42-47) y 4/20 en tiros para un flan que apilaba 10 pérdidas con el miedo metido en el cuerpo. Menos Giannis: desde el 42-49 nada más salir de vestuarios al 77-77 del final del tercer cuarto con 20 puntos en esos 12 minutos del griego y, antes de empezar cuarto decisivo, 37 por los 40 de sus compañeros. Todavía apiló 13 más entre rebotes, tapones de póster y pases inteligentes. Un partido perfecto al que se acabó sumando la defensa de PJ Tucker y Jrue Holiday (espectacular pese a sus fallos en el tiro), el descontrol vitalista de Bobby Portis (16 puntos importantísimos) y la calidad en el momento caliente de un Khris Middleton desfondado (al final, 17 puntos). Otra vez, los Bucks dominaron el rebote, pasaron mejor, tuvieron más energía y más paciencia, más fe en su plan. Por el ecuador del último cuarto (94-90) los Suns boqueaban en un reguero de canastas con dosificador, sufridas e inconstantes. Pero la sensación ya calaba en todos, el que iba a ganar irremediablemente y el que se estaba ahogando mientras la corriente lo alejaba cada vez más de la orilla. La gloria es para los Bucks, para un campeón imposible, maldito, profundamente orgulloso. Y para Giannis Antetokounmpo, desde hoy una leyenda, un gigante, un coloso. El nuevo rey de la NBA.