Mitch Richmond, el rival al que Jordan no quería ver ni en pintura
Un jugador infravalorado y uno de los mejores anotadores de los años 90, era considerado por Michael Jordan el emparejamiento individual más difícil para él en toda la NBA.
Michael Jordan, es evidente, no tenía miedo a ningún rival. Al contrario: su juego, que alcanzó una perfección nítidamente depurada, y su mentalidad asesina en pista lo convirtieron en un jugador temido, que derrotaba a muchos rivales con su sola presencia y que acabó alzándose al trono de mejor jugador de baloncesto de la historia. No, Jordan no temía a nadie, pero se sabía de memoria quién jugaba de escolta en cada uno de sus rivales y cuánta guerra iba a darle su emparejamiento particular en cada partido que afrontaban sus Bulls. Y había un jugador al que no le gustaba demasiado tener delante, uno que al que se refirió varias veces como “el emparejamiento más difícil” para él. Ese jugador era Mitch Richmond.
Richmond (ahora tiene 54 años) fue uno de los grandes anotadores de los años 90. No muy recordado, seguramente, porque no fue precisamente una estrella de playoffs: solo los jugó cuatro veces en sus catorce años en la NBA; dos con los Warriors, una con los Kings y la última, al borde de la retirada, con los Lakers de 2002. Así ganó su anillo de campeón, como ilustre veterano que apenas podía ya contribuir en pista para el último título del threepeat que amasaron Kobe Bryant y Shaquille O’Neal. En L.A. no pasó de 4 puntos por partido. Y en playoffs jugó menos de cinco minutos totales. Eso sí, entró en los últimos 90 segundos del 4-0 a los Nets, anotó su última canasta como profesional y agotó el tiempo de la Final botando, el cierre de una carrera que acabó como campeón de la NBA.
A los Lakers llegó como agente libre en 2001 después de tres años frustrantes en Washington. Los Wizards se habían hecho con él y con Otis Thorpe y habían enviado (en mayo de 1998) a los Kings a Chris Webber. Eso activó la mejor versión histórico de los de Sacramento pero no hizo milagros en al capital. Los problemas físicos y una pérdida evidente de lo que había sido una tremenda capacidad anotadora acabaron provocando su salida cuando, precisamente, llegó a los Wizards Michael Jordan antes de la temporada 2001-02.
Pero el Richmond que se debería recordar es el anterior, el que promedió 21 puntos en toda su carrera: 22,7 en tres temporadas en los Warriors (con 5,5 rebotes y 3,4 asistencias) y 23,3 (con 3,7 y 4,1) en siete años en los Kings, donde fue la primera gran estrella tras el traslado a California y donde tiene su número 2 retirado. Un anotador voraz ya en Kansas State, fue número 5 del draft de 1988 y Rookie del Año (22 puntos, 5,9 rebotes y 4,2 asistencias) y acabó ganando dos medallas olímpicas con el Team USA: bronce en Seúl 88, todavía como universitario, y oro en Atlanta 96, con el denominado Dream Team III.
Jordan valoraba muchísimo la capacidad para defender a un buen nivel de un anotador letal como Richmond, que por eso le exigía en los dos lados de la pista y que dejó siempre claro que jugar contra el 23 de los Bulls era peor que una visita al dentista: “Si no te pillaba preparado y no lo dabas todo, te metía 60 puntos. Si estabas al máximo y tenías una buena noche, te metía 30”. Él también metía: está en el ilustre club de jugadores con al menos 21 puntos por partido en sus diez primeras temporadas en la NBA. En seis de sus siete años en Sacramento fue all star (de 1993 a 1998), fue elegido MVP del partido de las estrellas en 1995, y entró tres veces en el Segundo Mejor Quinteto de la Liga.
Un gran tirador y un jugador capaz de anotar desde cualquier posición, jugó antes de irse a los Kings unos años de inolvidable baloncesto en los Warriors del Run TMC, un trío espectacular que divertía más de lo que ganaba y que se rompió cuando Don Nelson (que luego reconoció su error) se encaprichó con un Billy Owens que nunca se arrimó ni un poco a las comparaciones con Magic Johnson. Había pasado tres años en la Bahía en los que no había bajado de 22 puntos por partido como enlace entre un base explosivo (Tim Hardaway) y un alero de muñeca letal (Chris Mullin): Tim, Mitch, Chris. El Run TMC.
El apodo era heredado del Run DMC, los raperos de Queens que fueron los primeros de su género en alcanzar un disco de oro y acabaron en el Rock and Roll Hall of Fame. Y dio nombre a un equipo divertidísimo y para el que no importaban las defensas, ni la suya ni del rival. Lo dirigía Don Nelson y lo electrificaban Hardaway, Richmond y Mullin. Y podía (cuando eso no era tan normal como ahora) anotar cualquier noche 130 puntos… y encajar 135. La reivindicación de aquel equipo es puro romanticismo: solo jugó dos veces playoffs y solo superó una ronda de playoffs. En su primer año juntos (1989-90), el Run TMC promedió 61,9 puntos para un equipo que ganó solo 37 partidos y se quedó fuera de playoffs aunque metió 116,3 puntos de media. Nadie anotaba más en la NBA… pero nadie encajaba más: 119,4. Una sangría. En la segunda temporada, con Hardaway ya más rodado, pasaron a 44 victorias y lograron superar en primera ronda de playoffs a los Spurs antes de perder contra los Lakers de Magic Johnson. Las tres estrellas subieron su promedio a 72,5 puntos por noche. Algo que, por ejemplo, nunca alcanzaron LeBron James, Dwyane Wade y Chris Bosh en Miami Heat.
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