¿Redención o desastre? La hora de resolver el 'gran misterio Kawhi'
Después de un final durísimo de temporada y señalado por sus exigencias y su poco liderazgo, Kawhi Leonard tendrá que demostrar la temporada que viene qué tipo de estrella es.
Desde que Steve Ballmer puso su megafortuna al servicio de los Clippers (pagó 2.000 millones de dólares en 2014 por la peor franquicia del deporte estadounidense), empezó a meter dinero, recursos, trabajo y personal cualificado para cambiar la historia del equipo maldito por excelencia. Esta temporada, la 2019-20, era la suya, la que podría culminar esa voltereta histórica mientras se pavimentaba el traslado a Inglewood, donde jugaban los Lakers del Showtime. Era la temporada, por primera vez favoritos de consenso, por primera vez mimados por todo el entorno NBA, por primera vez arrebatándole la caza mayor (Kawhi Leonard) al odiado vecino, los Lakers de la inacabable figura, los que les han convertido en una especie de eterno invitado en un Staples Center que nunca han hecho realmente su casa.
Pero el año en el que parecía que sí, que todo iba a salir bien, ha acabado de la peor forma posible. Y puede que no haya nada más acorde con la historia de una franquicia que sigue sin pisar una final de Conferencia: la temporada fue discreta, por nivel de juego y expectativas, y los playoffs fueron sencillamente horrendos, con una primera ronda de inexplicables (luego supimos que no tanto) altibajos ante los Mavericks y un desastre ya legendario en semifinales del Oeste, una serie que perdieron 3-4 después de dominar por 3-1 a Denver Nuggets. Tres derrotas seguidas, camino de una eliminación que parecía imposible hasta para los Clippers, con parciales en las segundas partes de 49-67, 35-64 y 33-50. Y un total en los tres últimos cuartos de 59-94. Ventajas entre cómodas y teóricamente decisivas al traste y dos segundas partes, del 3-2 al 3-4, de 35 y 33 puntos. El horror. En el día D, el séptimo partido, se quedaron en 89 puntos, que eran 82 a falta de 90 segundos, ya con todo el pescado vendido. En ese partido, el primero en el que había que cambiar una tozuda historia de desastres, los Clippers obtuvieron 24 puntos y un 10/38 en tiros de su pareja de súper estrellas: 10 puntos y 2/11 en triples con más pérdidas (5) que canastas (4) para Paul George y 14 puntos con un 6/22 para un Kawhi Leonard que metió una canasta (1/11) en la segunda parte.
La marejada se llevó por delante a Doc Rivers, un venerable entrenador que hizo un trabajo decepcionante durante toda la temporada y que al poco de salir de los Clippers ya se había comprometido con los Sixers. Los primeros rumores señalaron a Paul George, por sus hundimientos en momentos importantes (algo que le lleva años persiguiendo), sus aireados problemas con compañeros por no asumir responsabilidades (Montrezl Harrell a la cabeza) y su mal rendimiento si se ponía en la balanza el histórico precio que hubo que pagar para sacarlo de los Thunder: un jugador de primer nivel como Danilo Gallinari, un proyecto de estrella joven como Shai Gilgeous-Alexander (del que se deshicieron con demasiada alegría) y, una barbaridad, tres primeras rondas propias (2022. 2024 y 2026), dos vía Miami (2021 y 2023) y el derecho a intercambiar otras dos. Era eso o la nada, porque la llegada de Paul George (después de tantear a Jimmy Butler y James Harden, entre otros) era la única forma de asegurar el sí de Kawhi Leonard.
Todos los caminos acaban en Kawhi
Porque, finalmente, los caminos tenían que conducir a Kawhi, como jugador franquicia y teórico líder espiritual del equipo. Un jugador en corriente mediática favorable y cuyas exigencias y condiciones habían marcado este año I de los nuevos Clippers que acabó como tantos y tantos años de los viejos Clippers: con desastre y, para colmo, anillo de los Lakers. Jovan Buha, que cubre a la franquicia para The Athletic, ha sido finalmente el más claro al señalar que los mimos a Kawhi Leonard dinamitaron un vestuario que venía de una idiosincrasia fuerte con los jugadores que habían sostenido el chiringuito a flote tras la salida de Blake Griffin y Chris Paul: Patrick Beverley, el citado Harrell, Lou Williams… cambios a la carta, descansos programados para cuidar su cuerpo que exigían que otros compañeros no cuidaran los suyos, retrasos en viajes porque ni siquiera se mudó a Los Ángeles y vivía en San Diego, las intromisiones de su tío y mano derecha (y parte de la izquierda), Dennis Robertson. Uncle Dennis, el hombre que hizo la guerra contra los Spurs y al que señalan todos los asuntos turbios en cuanto a prebendas y exigencias de ese complicado entorno de Kawhi.
Kawhi había fracasado, sin excusas ni medias tintas, por primera vez. Hasta ahora, todo había tenido una justificación, un motivo, como mínimo una razón para el debate. Su fea lesión (el pisotón de Pachulia) en los playoffs de 2016, el principio de su fin en los Spurs, la determinación con la que en 2014 borró (título y MVP de las Finales) su error en el cierre de las Finales de 2013, cuando perdonó desde la línea de tiros libres antes del triple milagroso de Ray Allen, en el sexto partido. La temporada 2017-18 fue un mal sueño de solo nueve partidos y un divorcio amargo con los Spurs, la franquicia de la que nadie salía tan mal, que incluyó momentos dantescos como huidas por hoteles para esquivar a los directivos de los texanos, desesperados por no perder al jugador que tenía que tomar el relevo de Tim Duncan y alargar el imperio de los mil años de Gregg Popovich. Pero, incluso entonces, nadie sabía nada. Qué pasaba con el cuádriceps, qué pasaba con el normalmente infalible Popovich, qué demonios pasaba con Kawhi.
Todo eso también quedó en nada porque Kawhi, aunque pidió ser traspasado a California, acabó en Toronto Raptors y ganó su segundo anillo y su segundo MVP de Finales. Este año tenía que convertirlo en el primero en lograrlo con tres camisetas distintas… pero se le adelantó LeBron James. Y este año, finalmente, sí que han sido obvias las deficiencias que ha tenido un jugador al que todo el mundo se había empeñado en comparar con una máquina, un ciborg que acabó siendo demasiado humano: fundido en los últimos partidos contra los Nuggets; sin energía, sin liderazgo, sin química con sus compañeros. Horrible. Después de descansar 22 partidos en la Regular Season 2018-19 se quedó en 57 (con menos totales por la pandemia) en la 2019-20. Una gestión ya industrializada y por exigencia de guion, el load management llevado al extremo, que no evitó que Kawhi estuviera a un pésimo nivel físico cuando tocaba jugarse la temporada. Y que facilitó la falta de automatismos, sentido y unidad de unos Clippers que se habían pasado el año repartiendo descansos, alternando partidos brillantes con desapariciones grotescas y con la vista puesta en los playoffs. Como si los equipos hicieran click con solo proponérselo, un axioma que conduce al fracaso nueve de cada diez veces. O más.
Kawhi no estuvo a la altura cuando no bastaba con guardar silencio, con salir y jugar. Cuando no le arropaban la cultura de los Spurs, historia viva del deporte estadounidense, o la necesidad excepcional de los Raptors, un equipo traumatizado por las derrotas contra LeBron que aceptó a Kawhi tal y como era y con todas sus condiciones para regalarse otra oportunidad. Nick Nurse, los jefes del vestuario (Kyle Lowry a la cabeza) y todo el entorno de la franquicia empujaron, Kawhi cumplió con unos playoffs descomunales y los Raptors fueron campeones. Pero esta vez, en esa tierra de nadie que son los Clippers, estaba desnudo. Sin sostén, sin otros líderes que aglutinaran, en la franquicia sin cultura por excelencia, ante un reto mayúsculo que iba, finalmente, más allá de juntar talento y salir a jugar.
Elevado por muchos al trono de la NBA en el verano de 2019, Kawhi ha acabado la siguiente temporada otra vez por detrás de LeBron. Seguramente por detrás de un Kevin Durant que no ha jugado, y habría que preguntarse si también por detrás de Stephen Curry o incluso Anthony Davis, tan relanzado tras su primera temporada en los Lakers. El daño para él ha sido mayúsculo. El gran patinazo, el momento más bajo para un jugador cuyas particularidades tenían un reverso oscuro que la narrativa mediática y los éxitos habían (en gran parte con justicia) tapado. Kawhi dejó al campeón de 2019 y se fue a los Clippers, a los que obligó a una operación límite por Paul George y a aceptar punto por punto toda su agenda y sus condiciones, de juego y de vida. Eso merece la pena si ganas. Cuando te metes en ese juego, es así de crudo. O, como mínimo, si pierdes de otra manera.
Kawhi cumplirá 30 años durante la próxima temporada. Es legítimo preguntarse cuánto y cómo puede aguantar a su mejor nivel físico, vistas las necesidades de mantenimiento que requiere y el mal resultado que ha dado esta temporada, en la que se sumó la desunión y el poco criterio de un equipo peor de lo previsto en defensa, sin buenos pasadores y sin demasiado cerebro en pista. También será especialmente interesante ver cómo van a ir las cosas, ya con Tyronn Lue en el banquillo, porque al cierre de la próxima temporada, en el momento de 2021 en el que sea, tanto Kawhi como Paul George podrán convertirse en agentes libres. Máxima presión para unos Clippers a los que más les vale que las cosas sean distintas casi desde la primera noche del próximo curso. Que será interesantísimo: por ver si es el año, este sí, y para ver la respuesta de Kawhi. Desde ese punto de vista, es probable que estemos a punto de descubrir de qué pasta esta hecho realmente un jugador con el que las incógnitas siempre suelen superar a la certezas.
Kawhi, es de justicia reconocerlo, jugó (individualmente) una gran temporada pasada, con sus mejores minutos como playmaker y eje de un ataque con la bola en sus manos. Con, todavía, momentos en los que parecía uno de los mejores defensores de la NBA, y con sus mejores cifras en algunos apartados estadísticos: 27,1 puntos, 7,1 rebotes, 4,9 asistencias y 1,8 robos en Regular Season. 28,2+9,3+5,5+2,3 en playoffs. Durante la fase regular, su equipo fue 12,5 puntos por cada 100 posesiones mejor con él en pista, el tercer mejor dato de la liga por detrás de Giannis Antetokounmpo y Chris Paul. En playoffs, y esto es un misterio insondable, los Clippers fueron estadísticamente mejores (9,7 puntos por cada 100 posesiones) sin un Kawhi que en 59 de sus 70 partidos totales anotó al menos 20 puntos.
Se trata de un jugador extraordinario, en su mejor versión casi tan bueno como cualquiera, en su tope un alero históricamente incidente en el juego. En ataque y en defensa. De eso no hay duda, tampoco de que puede volver a parecerlo, de que puede ganar más anillos y más MVPs de Finales. Lidiar con el fracaso es algo que todas las súper estrellas han tenido que hacer, de una u otra manera. Y Kawhi nunca lo había experimentado así, con tanta crudeza. Por eso ahora nos dará, le guste o no, muchas respuestas. Sobre su físico, sobre su voluntad, sobre cómo quiere manejarse en un vestuario que, seguramente por primera vez, necesitaba de él algo más que su poderosa producción en pista. Kawhi, lo hemos visto, puede decidir series de playoffs y puede ser el mejor jugador en cancha esté quién esté enfrente. Si además de eso se levanta de este (tremendo) golpe y regresa a la cima, sabremos que es definitivamente uno de los más grandes de su generación. Si no… los Clippers estarán en problemas. Muy, muy serios problemas.