Carmelo, Dwight Howard, Rose... el 'resurgir de los malditos' en la NBA
Tres jugadores que fueron súper estrellas y tuvieron un pie fuera de la liga están recuperando ahora parte del terreno perdido, en nuevos equipos y con nuevos roles.
En la jornada de ayer de la NBA, Carmelo Anthony anotó la canasta que acabó siendo ganadora, a falta de cuatro segundos, para unos Blazers moribundos (16-22) que remontaron en pista del campeón, unos Raptors destrozados por las lesiones, para mantener con vida en un Oeste confuso. Melo acabó con 28 puntos, 7 rebotes y un 5/8 en triples. En Cleveland, Derrick Rose anotó a falta de 24 segundos el tiro que puso por delante a unos Pistons hundidos, también maltratados por las lesiones (14-24), y que al menos se permitieron una alegría gracias a los 24 puntos y 7 asistencias del base. En el último partido de la jornada, los Lakers se dieron un susto de muerte con una caída espantosa de Anthony Davis mientras (30-7, al frente del Oeste) ventilaban sin problema a los Knicks en un partido en el que Dwight Howard cogió 13 rebotes, puso 5 tapones, sumó un +22 en 25 minutos y anotó 8 puntos en tres tiros sin fallo, incluido un triple frontal que, ya con el partido sentenciado, puso en pie al Staples.
Nada de todo esto en casualidad: Carmelo Anthony, Derrick Rose y Dwight Howard son, por ahora, tres de las grandes historias de la temporada 2019-20 en la NBA. Tres megaestrellas, realmente de primerísima magnitud, que cayeron (cada uno por sus razones) en picado y asomaron cuando sus carreras llegaron a estar seriamente en cuestión. Anthony y Howard, de hecho, tenían un pie fuera de la NBA este pasado verano y el pívot, en una historia hollywoodiense más allá del tópico, se rehabilita nada menos que en los Lakers, donde cayó en desgracia seis años antes.
Entre los tres han ganado en contratos NBA unos 620 millones de dólares. Ahora juegan por un total de 11,9. Howard no tenía asegurada su continuidad para el resto de la temporada hasta ayer y de los tres, solo Rose tiene garantizado su futuro para la próxima campaña, 2020-21, a razón de 7,6 millones. Los otros dos juegan con contratos mínimos de veterano.
HOWARD, UNA SEGUNDA PARTE IMPROBABLE
Era literalmente inimaginable que Dwight Howard regresara a los Lakers después de su salida en 2013, cuando fue la primera gran estrella que dejaba la franquicia angelina en sus años de plenitud. Se fue a los Rockets y volvió seis años después, un tiempo en el que los Lakers no han jugado playoffs (también inimaginable) y el pívot cayó en el ostracismo, primero, y en el lado oscuro de la NBA, después. Tras su salida de Houston Rockets pasó por Hawks, Hornets y Wizards, donde jugó nueve partidos la temporada pasada, fue cortado por Nets y Grizzlies y acumuló problemas de espalda que minaron su antes temible físico y fama de mal compañero y jugador disoluto, un tipo incapaz de tomarse las cosas lo suficientemente en serio. Cualquier cosa menos un líder y la base, en realidad, de sus problemas con Kobe Bryant en los Lakers 2012-13.
Si DeMarcus Cousins no se hubiera lesionado de gravedad en agosto, es probable que Dwight Howard no habría encontrado acomodo en la NBA. Así de duro para un jugador de 34 años, ocho veces all star (la última en 2014), cinco veces integrante del Mejor Quinteto (la última en 2012), tres Defensor del Año (la última en 2011), cinco mejor reboteador (la última en 2013), dos máximo taponador (la última en 2010)... Howard fue número 1 del draft en 2004, directamente desde high school (como LeBron un año antes) y fue uno de los jugadores más importantes de la NBA durante sus años en Orlando Magic (hasta 2012). Su traspaso a los Lakers fue un cataclismo que acabó en petardo, con salida escandalosa pese a las campañas para retenerlo de unos Lakers que nunca se habían enfrentado al mercado con tanto nerviosismo y tanto complejo de primo. Perdieron y, de hecho, no retomaron el pulso hasta la llegada de LeBron un lustro después.
Por eso es especialmente sorprendente que la reinserción de Howard haya llegado precisamente en unos Lakers a los que volvió jurando y perjurando que ya no le quedaba ego y que era un hombre nuevo. Y eso está pareciendo. Adaptado a un rol de obrero, con un contrato ganga y muy recuperado en lo físico, es una pieza importante de unos Lakers que apuestan por quintetos muy físicos y muy fuertes, se ha convertido en el compañero perfecto y en enero promedia 7,3 puntos, 7,3 rebotes y 2,8 tapones. En los dos últimos partidos, contra Pistons y Knicks, ha sumado 22 rebotes y 10 tapones. Y todo sin rastro de su estigmatizado número 12 y con el 39 que, precisamente, nadie había llevado en los Lakers y nadie más lleva en la actual NBA. Si la temporada acabara con título para los angelinos, habría muchas historias apasionantes sobre el equipo... pero pocas tan difíciles de anticipar y tan hollywoodienses como la de Dwight Howard. Pero para eso son los Lakers, claro...
ROSE, CUESTIÓN DE AMOR AL JUEGO
Derrick Rose tiene 31 años. Fue, y a los aficionados más jóvenes les sonará ya incluso extraño, MVP en 2011, con 22 años y 5 meses. El jugador más joven de la historia en llevarse este galardón. En diciembre, iniciada la siguiente temporada, firmó una extensión de cinco y casi 95 millones con los Bulls (que originó la llamada Derrick Rose Rule en el convenio colectivo)... y en el primer partido de primera ronda se rompió la rodilla, contra los Sixers y en el último minuto y medio de un choque en el que su equipo ganaba por 12. Lleva 37 minutos en pista, las cosas de Tom Thibodeau, y su lesión cambió el curso de la historia reciente de los Bulls y de un jugador que pasó tres veces más por el quirófano por culpa de sus rodillas, la última ya en los Knicks (2016-17). Cuatro intervenciones en nueve años de carrera NBA y un futuro literalmente en el aire. No ya como estrella sino como, simplemente, jugador de rotación.
Después de no cuajar en los últimos Cavaliers de LeBron, enderezó definitivamente el rumbo en Minnesota Timberwolves, un destino extraño para el que había sido unos años antes la gran sensación joven de la NBA. En 60 partidos con los Wolves promedió más de 16 puntos y 4 asistencias por partido y este pasado verano firmó en Detroit por dos temporadas y 15 millones de dólares. En la MoTown, y en un equipo ya definitivamente roto sin el lesionado Blake Griffin, ejerce de líder desde el banquillo, promedia 17,3 puntos y 5,7 asistencias (22+5 en lo que llevamos de enero), tira mejor que nunca y se ha establecido como un anotador fiable que llama a la puerta de los aspirantes al título. Con los Pistons en quiebra y ya inevitable reconstrucción, puede cambiar de aires en las próximas semanas y ser, en playoffs, un jugador con un rol sustancial en un aspirante. Años después de una etapa de pesadilla (2011-2016) que habría sacado a muchos de la NBA para siempre. No a Rose. De profesión, jugador de baloncesto.
EL ÚLTIMO TREN DE CARMELO ANTHONY
El mayor de los tres (35 años) y el de más recorrido en la NBA (número 3 en el draft de 2003, por detrás de LeBron James... y Darko Milicic), Carmelo todavía era all star en 2017 (el décimo de su carrera) cuando Howard ya había caído en desgracia y Rose recorría un interminable camino de vuelta. La debacle de Carmelo fue posterior... y especialmente abrupta. Después de sus años de puntos sin anillo en Denver y Nueva York, pasó sin nada de gloria por OKC y, tras un desastre en playoffs, se hundió en los Rockets, donde solo jugó diez partidos, perdió seis con un equipo que venía de quedarse a un paso de ser campeón y en el último, precisamente ante los Thunder (derrota por 18 puntos), se quedó en 2 puntos con un 2/11 en tiros y 0 asistencias. Cortado por la vía rápida, fue el chivo expiatorio de las torpezas de unos Rockets decepcionantes y amasó definitivamente fama de jugador complicado, incapaz de adaptar su juego a una nueva realidad en la que ya no era macho alfa en sus equipos y superado por una liga en la que la forma de atacar había cambiado radicalmente. Y en la que ya no se valoraban sus jugadas en uno contra uno resueltas con tiros de cinco o seis metros. Game over. Durante toda la temporada pasada y a lo largo de este verano, nadie se arriesgó con él, ni siquiera por un contrato mínimo y ni siquiera en equipos necesitados de punch anotador. Influía el mal nombre que de repente tenía y este crecía porque acumulaba semanas sin equipo. Un círculo vicioso.
Hizo falta que a los Blazers se les amontonaran las lesiones y los problemas, y que pasaran de finalista de Conferencia a aspirante a no estar en playoffs, para que en Oregón apretaran el gatillo por Melo, que desde entonces ha demostrado que su lugar (aunque ya con un rol menor) está en la NBA. Y que aunque ya no puede ser jugador franquicia ni súper estrella de mil registros, todavía puede anotar con solvencia. Promedia 16,5 puntos y 6 rebotes, juega casi 32 minutos por partido y en enero supera los 20 puntos por noche con un 57% en tiros de campo y un 50% en triples. Mucho más cómodo que en el estilo de los Rockets, totalmente a contrapié con sus facultades, es ahora mismo una pieza muy importante en los Blazers, donde llegó el 19 de noviembre; hace menos de dos meses y cuando parecía que la NBA era, de forma en gran parte inexplicable, pasado para uno de los grandes anotadores de su generación.