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CAVS - WARRIORS (0-3)

Cita con la historia: ¿el último partido de LeBron en Cleveland?

El alero tiene muchas opciones de cambiar de aires y dejar atrás una ciudad en la que genera 500 millones al año. Los Warriors, a por el 4-0 definitivo.

LWS108. CLEVELAND (OH, EE.UU.), 07/06/2018.- El jugador de Cleveland Cavaliers LeBron James habla en una rueda de prensa durante un entrenamiento hoy, jueves 7 de junio de 2018, previo al cuarto juego de las finales de la NBA entre Golden State Warriors y Cleveland Cavaliers, en Quicken Loans Arena en Cleveland (EE.UU.). EFE/LARRY W. SMITH PROHIBIDO SU USO POR SHUTTERSTOCK
LARRY W. SMITHEFE

El 29 de octubre de 2003, LeBron James debutó en la NBA. Los Cavaliers abrían temporada en Sacramento (perdieron) y el rookie que la liga llevaba años esperando sumó 25 puntos, 6 rebotes, 9 asistencias y 4 robos de balón. Once años y un día después, un 30 de octubre de 2014, jugó su primer partido de vuelta en los Cavs después de su periplo (descenso a los infiernos y redención, la vieja historia del hijo pródigo) de cuatro años, dos anillos y unos cuantos malos consejos de su equipo de relaciones públicas en Miami Heat. También perdió, esta vez ante los Knicks, y se quedó en 17 puntos, 5 rebotes y 4 asistencias. En total, ha jugado 849 de sus 1.143 partidos de Regular Season con los Cavs de su Ohio natal. Y 151 de los 238 de playoffs. A esta última cuenta le puede quedar, eso teme en Cleveland en las horas previas al cuarto partido de las Finales 2018, solo una noche más: si los Warriors vencen y barren (4-0), LeBron podría despedirse así del equipo en el que es mucho más que su mejor jugador de siempre. Pero hasta los más optimistas ven pocas opciones de llegar hasta el sexto encuentro salvando el quinto en la Bahía. Así que aunque los Cavs ganen esta batalla, la guerra es tan desigual que este tiene visos de ser el último momento, un trance casi íntimo, compartido por LeBron James y The Q.

Ya fue así en el séptimo ante los Pacers, y en los dos últimos contra unos Celtics que mandaban 3-2 en la final del Este. Esas tres bolas de partido, dos en su pista, las salvó LeBron con esos Cavaliers que ni siquiera deberían haber llegado hasta donde han llegado esta vez. Hechos unos zorros, en la tetralogía contra unos Warriors que asoman con la guadaña: Curry, Thompson, Durant, Iguodala, Green… Si es la última batalla de LeBron en su tierra (The Land), tiene sentido que sea contra el equipo que seguramente (ayer no lo ocultó aunque fue lo suficientemente críptico en sus explicaciones) influya en la decisión que tome en las próximas semanas: dónde y cómo fabricar la mejor posibilidad de derrotar a unos Warriors que, si cierran esta Final, le habrán abatido en tres de las cuatro últimas, ya un enemigo más cercano que los Spurs de Popovich: de aquel 4-0 en 2007, cuando tenía 22 años, al riesgo de otro ahora, en 2018, cuando tiene 33 y acumula 15 temporadas en la NBA. Y nueve Finales, ocho seguidas. Si no consuma una remontada imposible, literalmente (0-131 en playoffs los equipos que pierden 3-0) y más con los mimbres que le acompañan, su balance en ellas quedará en 3-6. Un atisbo todavía lejano, pero atisbo, del logo de la NBA, Jerry West, que firmó un 1-8 en las mismas nueve.

LeBron ahora gana más de 85 millones de dólares al año (más de 52 fuera de las pistas). En su primer año rookie consumió un contrato de poco más de 4. Por entonces Nike ya se había adelantado a Adidas y Reebok. Ahora le tiene bajo acuerdo vitalicio, el primero en la historia de la marca de Oregón, por cifras que los rumores sitúan más allá de los 1.000 millones. Si se va, se llevará sus mastodónticos números con él: la Universidad John Carroll situó su impacto económico en Cleveland, después de su regreso y en todo el área metropolitana, por encima de los 500 millones de dólares solo el primer año. Se le llama leconomics, la ciencia de analizar los números que emanan del fenómeno LeBron: 129 millones solo en entradas, con 3.000 personas más por noche (hasta el lleno casi siempre en The Q: 20.562) y los precios medios por encima de los 200 dólares cuando estaban en 68 en la última temporada de los Cavs sin él (2013-14). Y una ristra de partidos de playoffs cada año, cuatro seguidos con viaje a la Final, que generan 15 millones cada uno. Y más de 110 millones en la ciudad y alrededores extraídos del aumento del consumo: más afición que acude más a los partidos y consume más en bares y restaurantes y hace más compras. Es una ecuación sencilla: más de 50 millones solo en los alrededores del pabellón, donde hay un 13% más de locales de restauración y un 23% más de puestos de trabajo desde su regreso. La Universidad de Stanford ha estudiado a fondo si los nuevos recintos deportivos y las áreas dedicadas al ocio y al consumo que los rodean son realmente la gallina de los huevos de oro para las ciudades, como venden casi siempre los propietarios. Hay teorías diversas pero una certeza: sí lo son si el eje es un jugador generacional dentro y fuera de la pista. Como LeBron James.

Si se va, no dejará atrás el trabajo de su Fundación, que con el programa I Promise saca adelante a más de 1.200 niños con problemas educativos y que combaten así el riesgo de quedarse atrás en su formación. Y que ha invertido más de 40 millones en becas universitarias para estudiantes de institutos públicos de su Akron natal, donde, como en Cleveland, esta vez nadie quiere oír hablar del villano a la fuga: de repente la relación entre LeBron y su ciudad es madura, sincera y construida sobre una complicidad mutua que desde luego no existía en 2010, cuando ardían sus camisetas por la calle y era el enemigo público número 1 después de anunciar que se iba a Miami en un fastuoso especial televisivo. Pero cuatro años después volvió, prometió luchar por el título y lo logró en 2016. LeBron ha cumplido con su parte, ha puesto en el mapa a su ciudad y le ha dado el único anillo de los Cavs y el que fue primer título en 52 años para sus equipos profesionales. Esta vez, la gente está en eso. Y en su “Cleveland this is for you” desde el Oracle Arena y bañado en lágrimas. Y en su compromiso con las causas sociales. Y en el rastro de dinero que queda en una zona terriblemente azotada por la última gran crisis económica y que lleva años desperezándose en torno a un downtown en el que The Q (osea: LeBron) ejerce como kilómetro cero. Los chefs de la zona no tienen problemas en reconocerlo.

Así que es probable que, si los Warriors sacan el hacha de guerra, el gran tema de la noche, al menos para quienes acudan al pabellón, vaya a ser la última gran danza del guerrero de Akron con unos Cavs que, a fuerza de cometer errores, han convencido a sus propios aficionados de que LeBron merece un equipo mejor para sus últimos años de plenitud. Queda la gratitud (este año lleva 103 partidos cargando con una responsabilidad casi sobrehumana) pero también una cierta decepción que va de la coexistencia con los Spurs y los Warriors a los propios patinazos (algunos provocados por la propia influencia de LeBron en las decisiones deportivas): nunca ha tenido en Cleveland a un entrenador de época y la gran súper estrella que le acompañó fue Kyrie Irving, que se fue precisamente para no vivir bajo su ala en Ohio, donde todo empieza y acaba en LeBron: al final, en once años en casa un solo anillo salvo, conviene mantener el asterisco, que pase en estas Finales lo que jamás ha pasado. Demasiado poco para tanto consumo de uno de los mejores jugadores de la historia, nacido y criado a las afueras de tu ciudad. Una bendición que desde luego no ha dignificado Dan Gilbert, el propietario con el que LeBron jamás ha llegado a entenderse. Dicho con mucha suavidad.

Quizá los Warriors pequen de complacencia o los Cavs encuentra motivos para seguir luchando y su mejor nivel de baloncesto de toda la temporada. Casi hace falta que se sumen todos esos factores para imaginar una reacción explosiva de los ya casi derrotados, menos de 48 horas después de que el triple de Kevin Durant les partiera el alma definitivamente y con LeBron acosado por el regreso de Iguodala y sus casi 47 minutos de ese tercer partido. Si se cumple el guion, los Warriors serán campeones. Y será una gran historia de la que habrá que escribir mucho a partir de mañana. Pero hoy, al menos aquí en Cleveland, solo existe este partido. Y más que él, su aroma agridulce a una despedida que lleva meses en boca de todos y que, si hacemos caso a la voz de los expertos y al pálpito de la ciudad, ha llegado ya. Solo por eso, y al margen de porque refrendaría el ascenso de la dinastía Warriors, este partido puede ser historia de la NBA.