PERFIL
Popovich: otra oportunidad tras el peor verano de su vida
Uno de los mejores entrenadores de la historia acaba de conquistar su tercer galardón de Entrenador del Año y opta al anillo que le haga olvidar la dolorosa derrota de 2013.
Gregg Popovich tiene 65 años. De padre serbio y madre croata, es un amante del buen vino que se graduó en la Academia de Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos: doctorado en Estudios Soviéticos. Después sirvió en la Air Force y flirteó con la CIA antes de convertirse en uno de los mejores entrenadores de la historia del baloncesto: cuatro títulos y cinco finales disputadas a las puertas de la sexta. Sólo ha perdido la última, cerrada en el séptimo partido del pasado 21 de junio en el American Airlines Arena de Miami, una hoguera de las vanidades en versión latina donde San Antonio Spurs entregó un anillo que tenía en el bolsillo. Literalmente: en el sexto partido, dos días antes y en uno de los finales más increíbles de la historia de los playoffs, Miami forzó el séptimo cuando perdía 89-94… a 23 segundos del final.
Esa final partió el corazón de los amantes de las parábolas con final feliz y dejó a Popovich varado en sus pensamientos a lo largo de un verano de melancolía. Hasta que su hija, de tal palo tal astilla, le sacó a patadas del ensimismamiento. Lo contó él mismo: “No dejaba de pensar en aquel sexto partido, en cada jugada… una y otra vez, de una forma casi lúgubre. Pensaba que no se podía estar más triste. Hasta que mi hija Jill me dijo: ‘Vale, papá, voy a serte franca. Has ganado cuatro anillos y has jugado cinco finales. Otros entrenadores pierden todos los años un montón de partidos. Pero el pobrecito Greggy no puede perder uno porque cree que es tipo especial. Por favor… ¿puedes dejar esa actitud ya?’ Fin de la historia”. Ahí se comenzó a gestar la enésima reinvención a partir de un patrón inmutable de los Spurs. Y ahí comenzó a gestarse, claro, el tercer galardón de Mejor Entrenador del Año para Popovich: 2003, 2012, 2014.
Por encima de cualquier definición, este es Popovich en sus propias palabras: “A veces en los tiempos muertos les digo a mis jugadores que no tengo nada que decirles. Me levanto y me marcho… el baloncesto es de ellos, de los jugadores. Tú puedes interferir aquí o allá, hacer algún cambio… Pero lo único que puedes hacer es intentar que aprendan a ponerse al servicio del equipo. Si tienes un buen tiro, renuncia a él para que un compañero tenga un tiro excelente”. Y precisamente eso son estos Spurs que simbolizan la quintaesencia de la química y el juego colectivo, basados en la confección de roles en los que encajan los jugadores y no al contrario como sucede en tantos y no tan buenos equipos. Esa es la clave de la filosofía de un Popovich que supo adaptarse y mudar a los Spurs del ogro defensivo que ganó el anillo de 1999 a la mortífera hidra ofensiva que ahora aniquila rivales siempre con un pase más y una posición de tiro mejor. Los Spurs juegan de memoria, literalmente, y defienden con eficiencia más allá de la suma de especialistas. Otro santo y seña de integración colectiva que explica así Popovich: “Cuando juegas contra estrellas como LeBron o Durant lo único que puedes hacer es quitarles una cosa. Tienes que elegir una y matarte para robársela: el tiro de tres, las penetraciones… minimiza una sola cosa y asume que de una forma u otra van a producir y a hacerte daño. Y, a partir de ahí, oblígales a que suden la gota gorda para hacértelo y a que tengan que defenderte fuerte ellos también”.
Popovich ascendió a entrenador jefe de los Spurs en 1996, en lo que ahora parece la prehistoria de la NBA. Se situó a sí mismo en el cargo desde el despacho del General Manager y en el lugar de Bob Hill. Antes, entre 1988 y 1992, trabajó como asistente de Larry Brown en un staff en el que también estaban Alvin Gentry o un R.C. Buford que ahora es el General Manager de la franquicia y que de hecho acaba de ser elegido Mejor Ejecutivo del Año. Popovich se hizo con el cargo y drafteó a Duncan (“mi gran contribución a la evolución del baloncesto”, asegura con su habitual retranca). Desde entonces, los Spurs ni han faltado a playoffs ni han bajado del 61% de victorias en Regular Season, donde Popovich suma 967 triunfos, en ruta hacia convertirse en el noveno en llegar a las mil. Tiene justo delante las 1042 de Rick Adelman y muy lejos las 1335 del líder, un Don Nelson que dirigió 2398 partidos para un 55% de victorias. Popovich, 967-443, un 68% que sólo supera de los que le anteceden el Maestro Zen, un Phil Jackson contra el que tantas batallas ha librado: 1155-485: 70%.
Seis veces campeón de Conferencia y tres técnico del Oeste en el All-Star, Popovich ha convertido los Spurs en un microclima perfecto que nunca se desestabiliza: ni por lesiones ni por derrotas… ni siquiera, aunque a punto estuvo, por perder una final que tuvieron literalmente ganada. Generalmente excéntrico con la prensa, tahúr con la opinión pública y sumamente discreto a la hora de repartir alabanzas a unos jugadores que acostumbran a ganárselas casi cada día. El tipo que retiró enfadado a todos sus titulares en el tercer cuarto del segundo partido en Oklahoma, en pleno naufragio hacia lo que acabó siendo el 2-2 en la final del Oeste, y no les devolvió a pista ni cuando vio a los Thunder a tiro de doce puntos en el arranque del último parcial. Para Popovich, como para todo buen entrenador, en cualquier detalle se esconden una enseñanza y un mensaje. Y sus jugadores escuchan siempre. Y aprenden, siempre. Días después y con el 3-2 en el zurrón, aseguró que, viendo el nivel de su equipo en los dos partidos anteriores en Oklahoma, se estaba planteando ni viajar para jugar un sexto… que acabó 107-112 y con los Spurs clasificados para la final. Sus jugadores escuchan y aprenden: siempre. Y esa es al fin y al cabo la clave de estos Spurs y el sello de un Popovich que busca ahora paz tras el peor verano de su vida. Así fue, y su hija Jill puede jurarlo.