Y, una vez más, Modric
El partido de Anfield nos dejó varias actuaciones individuales para la historia. La de Vinicius, por la espectacularidad de sus acciones y por el peso que tuvieron para cambiar el guion del encuentro, fue seguramente la más destacada y reivindica su grandeza futbolística en un momento en el que se había empezado a escribir que sus prestaciones se estaban viendo afectadas por el ruido que se ha generado a su alrededor. La de Nacho tuvo casi la misma importancia: Salah fue el extremo punzante y dañino de antaño hasta que ingresó el canterano madridista y se convirtió en un intrascendente invitado de piedra. Podríamos hablar de Militao, de Benzema, de Valverde… y nos acabaríamos dando cuenta, una vez más, de que si el Real Madrid está ganando tanto en Europa en esta época es porque ha sabido construir una plantilla repleta de jugadores extraordinarios. El famoso ADN y la camiseta juegan su parte, pero también existían, y no tenían tanto efecto, en tiempos en los que la nómina de futbolistas blancos era más discreta. Al conjunto de Chamartín habrá que reconocerle algún día que lleva algo más de una década fichando con gran tino y que lo ha hecho pese a que su modelo de dirección deportiva no es demasiado ortodoxo ni académico. Pero el volumen de aciertos es impresionante.
Y entre todos esos aciertos, ninguno como Modric. Es verdad que el croata llevaba dando recitales en la Premier desde que se puso por primera vez la camiseta del Tottenham (y quiero enfatizarlo porque demasiadas veces he leído que Luka no empezó a deslumbrar hasta la madurez de su carrera; sólo hay que ponerse la Euro 2008 y su fase de clasificación, con aquella exhibición en Wembley que dejó fuera a Inglaterra, para darse cuenta de que eso no es así). Pero el Madrid apostó por él con firmeza cuando podría haberlo hecho cualquier otra gran potencia entendiendo que la combinación de todas sus virtudes podía ser esencial para iniciar un largo ciclo victorioso. Estuvo acompañado, claro, de otros cracks muy dominantes en otras posiciones del campo –Ramos, Cristiano…–, pero es difícil imaginar esta sucesión de Copas de Europa sin su presencia. En Anfield, la jugada del 2-5 levanta a cualquiera de la silla: roba en campo propio, conduce con potencia cuerpeando ante un chaval al que le saca casi veinte años y lanza al espacio a Vinicius. Con una vigencia que desafía al tiempo.