Xavi falló un penalti en Amberes y...

De cuando en cuando me reclaman de un programa mexicano, llamado La Cantina, para entrar por Zoom a comentar cosas del fútbol español, en general del Madrid o el Barça. Hace unas semanas se suscitó la posibilidad de que Márquez sustituyera a Xavi, y uno de los contertulios, que siempre luce buena información, aseguró que le constaba que el Barça ya tenía hecho a Flick. Poco después Xavi era ratificado entre sushi, sonrisas y lágrimas de emoción. Pensé que el contertulio mexicano había fallado esa vez, pero ya veo que no. Laporta tenía atado a Flick y ha terminado por traerlo, a despecho de aquella escena lacrimógena con luz y taquígrafos en su propia casa.

Bastaron unas declaraciones de Xavi, realistas o pesimistas según se mire, para que le declarara convicto de derrotismo, lo que en la guerra, y el fútbol es un simulacro incruento de ella, equivale a alta traición. Así que fuera Xavi, que no ha tenido de sus jefes el trato que hubiera merecido, en parte por su culpa. Y no hablo de sus conferencias de prensa poco atinadas, sino del penalti que falló en Amberes cuando le ordenaron llevar a Lewandowski, Gündogan y Araújo, a los que no había metido en la expedición. Si se hubiera plantado allí (“me echas y pones a otro que se deje hacer la convocatoria por ti…”) otro gallo le cantaría.

Xavi llegó al cargo de entrenador del Barça con la ingenuidad del futbolista y la buena intención del culé de cuna, sentimientos nobles que no acompasan con la tarea que se le encomendó, que requiere colmillo. Ahora viene Flick, cuyo nombre evoca además de un episodio de la Transición (“ni de Flick ni de Flock”) adobado con un misterioso ‘convoluto’, aquel 8-2 de Lisboa, colapso definitivo del gran Barça de los años de Messi. Un colapso del que no se repone. Ahora acude, como en un reflejo de síndrome de Estocolmo, al torturador de aquella noche. Adiós ADN Barça. Hay que comenzar por otro lado y el encargo recae en el enterrador.

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