Opinión

What if…?

A veces olvidamos lo importantísimos que son los pequeños detalles en un partido...

Los jugadores del Athletic lamentan la derrota ante el Mánchester.
OLI SCARFF | AFP
Galder Reguera
Actualizado a

Andamos en Bilbao los hinchas con una sensación agridulce. Por un lado, estamos más que orgullosos del rendimiento del equipo, en Liga y en Europa; orgullosos de la manera en que gana y también de la manera en que pierde. Nada se puede reprochar a quien lo da todo. Además, quizá más que en cualquier otro lugar, en el botxo somos muy conscientes de que lo importante del fútbol es el viaje: compartirlo, sentirnos unidos, generar comunidad. Convendremos que el club sale de esta temporada más fuerte.

Pero la sensación, decía, es agridulce, porque no dejamos de pensar en cómo se nos fue de las manos la semifinal. ¿Qué habría sido sin la infausta expulsión y la no menos determinante plaga de lesiones? No hay cuadrilla, matrimonio o familia en Bilbao en la que estos últimos días no haya salido el tema.

A veces olvidamos lo importantísimos que son los pequeños detalles en un partido, en una eliminatoria. Algunos dependen del rendimiento propio, pero otros pertenecen en exclusiva a la esfera del azar, esa que tantas veces decide un resultado y cuyas caprichosas carambolas hacen que el fútbol nos fascine tanto. Lo pensé, por ejemplo, con el balón que Lamine Yamal estrelló en el palo en el último minuto de la semifinal de Champions. Si esa pelota hubiera entrado —o incluso si hubiera salido fuera—, el equipo catalán estaría ahora en la final.

La fascinación por cómo nuestro destino está determinado por un detalle minúsculo y azaroso se encuentra en la base de muchos de nuestros relatos. Lo vemos en la literatura y en el cine (Woody Allen lo plasmó en una de las mejores escenas de la historia del cine en Match Point), pero también en cómo concebimos nuestras vidas y cómo las contamos. ¿Qué habría pasado si no hubiéramos cogido aquel tren, si aquella tarde no hubiéramos entrado en aquel bar solo para refugiarnos de la lluvia?

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Por eso nos gusta tanto el fútbol: porque por muchos esfuerzos que hagamos por controlar el destino, el resultado de los partidos —y de las temporadas— está sujeto al bote anárquico e imprevisible del balón, del mismo modo que nuestras vidas dependen inevitablemente del lanzamiento de unos dados que quién sabe quién anda lanzando ahí arriba.

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