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Cuando parecía que el Barça iba a dominar una vez más al Madrid, con Araújo atando de nuevo en corto a Vinicius, el incansable brasileño pegó otro arreón que desarboló a los azulgranas y enardeció a sus compañeros. El acelerón en el contragolpe del primer gol, si no hay velocidad no hay contra; el penalti, de listo; las asistencias, midiendo el tiempo del pase; el regate de equilibrista, rompiendo la cintura al uruguayo. Todas sus acciones hablan de un futbolista que ha crecido exponencialmente y que a sus 22 años es ahora mismo uno de los delanteros más temidos del mundo.

Es indudable que todos los entrenadores rivales aleccionarán a su defensa sobre los peligros de Vini, para no dejarle espacio, para encimarlo, para dar ayudas, para lo que sea, pero luego llegará el momento de enfrentarse a él con la pelota dominada y en velocidad, y entonces no habrá nada seguro ni infalible por mucho que lo hubieran estudiado. Es difícil parar un fútbol tan salvaje. Esa condición indómita la tienen muy pocos futbolistas ahora mismo y es un privilegio que la exhiba en nuestra Liga. Pero luego está su otra faceta inquietante, la predisposición a meterse en trifulcas que amenazan con desviar su foco y diluir su poderío. Tiene que pulirlo, pero tampoco conviene cabrearlo mucho.